Su gran capacidad de resistencia ante las adversidades, el espíritu de sacrificio cotidiano y la valentía que la caracterizan, han hecho de este un país que todavía se mantiene firme pese a todo.
Comunicado de Conamuri: Día de la Mujer Paraguaya
El día de hoy, 24 de febrero, pero del año 1867, tras la primera asamblea latinoamericana de mujeres, un conjunto de paraguayas, a quienes la historia conoce como “Las Residentas”, resolvió la donación de sus joyas y objetos de valor para contribuir en los gastos del ejército al mando del Mcal. Francisco Solano López, en el contexto de la Guerra contra la Triple Alianza. En 1974, el Congreso Nacional adopta la propuesta de conmemorar la fecha de hoy como el día de la mujer paraguaya.
Más allá de recordar la emblemática entrega de las joyas, bienes y todo objeto material que pudo haber servido a un ejército ya mermado de soldados y esperanzas, nuestra celebración se centra en el aporte valiosísimo de la mujer paraguaya en todas las etapas de la historia patria y en reconocerle un protagonismo que trasciende cada uno de los aspectos que hacen a la vida diaria.
Su gran capacidad de resistencia ante las adversidades, el espíritu de sacrificio cotidiano y la valentía que la caracterizan, han hecho de este un país que todavía se mantiene firme pese a todo: el silencio, la sombra y la exclusión a que se ve sometida bajo el sistema patriarcal solo hace de ella una guerrera y una rebelde más, fuerte, soñadora, con aliento a mundo nuevo.
Las mujeres del sector popular, trabajadoras, campesinas e indígenas, luchamos a diario contra el machismo y el patriarcado que tienen diferentes rostros: hoy, por ejemplo, estamos bajo las estrellas, a la intemperie, defendiendo la soberanía nacional y en busca de un pedazo de tierra, no ya para nosotras, sino para nuestros hijos e hijas; hoy presenciamos con honda tristeza cómo el suelo es incapaz de responder a causa de la sequía y cómo nuestras semillas y nuestra biodiversidad se pierden en manos de las empresas y particulares que ven lucro donde nosotras vemos sinónimos de vida y libertad.
Nos preguntamos entonces ¿a qué se debe? ¿No será esa falsa y torcida imposición de la estructura mundial que nos considera objetos de mero placer y no sujetos de derechos? ¿No será el machismo que naturaliza situaciones de violencia y da por entendido que lo que es costumbre no debe ser revisado por atentar contra un esquema cultural y hasta moral? ¿No será parte del problema el hecho de que la soberanía alimentaria reposa en el trabajo de la mujer y que, aún así, esto no sea reconocido oficialmente, sino más bien, que sea silenciado, escondido y relegado?
Las mujeres podemos aportar una perspectiva distinta para la transformación de nuestra sociedad, pero la desigualdad entre los géneros está enraizada, también, en el sistema educativo que se imparte en los hogares, en las escuelas, en las iglesias y todo ámbito de formación social.
Debemos ser agasajadas diariamente, durante todo el año, a través del respeto y la consideración de nuestros pares, escuchando las voces de nuestras abuelas sabias, nuestras madres prudentes y nuestras luchadoras sociales que están bregando por un mundo más justo.
Deseamos festejar la igualdad entre los géneros mediante la participación en los espacios en que se forjan los caminos de la patria: esa capacidad de administrar la pequeña economía doméstica o de repartir equitativamente los alimentos para que ninguno de sus hijos e hijas se quede sin comer, bien puede aplicarse a un ámbito mayor, como es el Estado. La capacidad política de las mujeres, con su rico potencial, ha sido confinada a cuatro paredes por un Estado deficiente que nos ha puesto sobre las espaldas la necesidad de migrar a otros países para atender las urgencias de la casa; por un Estado burgués que todavía se sustenta en la violencia y en la superioridad masculina, consintiéndose la violación sistemática de los derechos humanos de las mujeres.
Ojalá llegue pronto el momento en que la sociedad sea capaz de identificar las grietas de este sistema y tenga la osadía de revertir la situación. Celebrar no ya un 24 de febrero, sino simplemente propinar a las mujeres el espacio que nos hemos ganado a fuerza de entrega, de abnegación, de luchas cotidianas y de esa habilidad de velar más que por nosotras mismas, también por nuestros hijos e hijas, nuestro entorno y el futuro de nuestro país.
¡Por el fin de la violencia hacia las mujeres!
¡Globalicemos la lucha! ¡Globalicemos la esperanza!
Asunción, 24 de febrero de 2012
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