En realidad es el momento de repartir el botín de guerra. Lo que cambió a fuerza de terror y muerte es evidente: las FARC ya no exigen una transformación estructural del régimen ni luchan contra el modelo. Desde hace un tiempo, es una guerra por reformas, importantes, pero reformas sin alterar el modelo en su aspecto esencial: el “Libre Comercio”.
El país se entrega a las transnacionales y Colombia es la punta de lanza de un proyecto regional transnacional. El proceso de paz en realidad es una tregua y un acuerdo entre grupos armados. Ese acuerdo garantizará en primer lugar una solución jurídica a los involucrados, condiciones materiales para la “reinserción” y, secundariamente, un “proceso” para hacer reformas a largo plazo (que ninguno tiene intenciones de conseguir). De por medio, hay un botín enorme en recursos, territorios, proyectos, etc. Cada bando conseguirá en la negociación una parte. Nadie quiere estar por fuera para no perder su parte.
En este contexto y teniendo en cuenta el inmenso cansancio con una guerra contra los pueblos, considero que lo mejor que puede suceder es:
1. Que firmen (lo más pronto posible y con la menor injerencia externa indispensable) un acuerdo que silencie la guerra entre insurgencia armada y Estado, con las garantías del caso. No es Paz, pero es el fin de esa guerra.
2. Que esto le de oxígeno a los movimientos y procesos de base para aprovechar que finalmente no son señalados por un bando u otro, para movilizarse abiertamente con sus agendas propias y contra el modelo.
3. Que quienes desde la llamada “sociedad civil”, partidos, sindicatos, ONGs que se han aprovechado del proceso y piensan hacerlo para obtener beneficios y parte del botín, queden expuestos, a la vista, para que procesos y comunidades puedan distinguir sin esa guerra encima entre “nosotros” y “ellos”. Algo que se ha vuelto imposible por la guerra y amenazas. Hacer sus debates y reconocer contradicciones internas para retomar para y desde las bases procesos que ahora son controlados desde dentro y fuera por algunos para meterse en el negocio de esa paz a cambio de prebendas y ofreciendo como contrapartida y carta de negociación a los pueblos.
Esto tendría implicaciones estratégicas de fondo y nadie sabe si exista la capacidad y la posibilidad o sabiduría para que se consoliden.
1. La ultraderecha fascista quiere guerra porque allí se juega su dinero y poder y van a causar terror y daño contra el proyecto de Paz de Santos. Con eso, pretenden cerrar espacios para alternativas. Lo único que dejan como opciones es la paz de Santos y las FARC-ELN o la guerra de los fascistas. Con ambas gana la derecha, pero con la guerra el botín es solamente para los de siempre, con la paz, el botín se reparte entre ellos y dirigentes de procesos, ONGs y partidos.
2. Las izquierdas tradicionales y los partidos quieren participar en la negociación como si fuera una negociación para una transformación del régimen. Esto no es lo que se negocia ni hay condiciones para negociar esto, ni hay capacidad para hacerlo porque en general aceptaron el modelo. Lo único que conseguirían es transformar un proceso que tiene que ser corto y concreto en uno largo y complicado, con lo cual el fracaso es casi inevitable. Que firmen ellos rápido y que por fuera de esas mesas, se movilice el pueblo y consolide su agenda contra el modelo y por un país otro que no cabe en esos acuerdos. El fin de la guerra en un lugar y la construcción de la paz en otro. Nadie da señas de tener la sabiduría para reconocer esto. Todos quieren estar en ese circo y participar en un eterno proceso para sacar sus beneficios y nombrar su palabra. La urgencia hoy, a mi juicio, es que Estado y Guerrilla acuerden su paz mientras LA PAZ la construyen los pueblos fuera.
Todo lo que se pueda hacer para que firmen la paz ya, la paz entre los armados y que por su lado los pueblos construyan su agenda POR FUERA!! consolida una verdad que es indispensable: esa guerra y esa tregua son de ellos y contra los pueblos. La paz de los pueblos viene de abajo y adentro!!!
por Manuel Rozental
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