Carta a Jorge Caballero Fula en el día de su entierro (siembra). Será una locura, Jorge, pero me dio por escribirte directamente. Le mando copia a alguna otra gente. Algunas personas que comparten esto que sentimos y otras cuyos afectos nos tejen en torno de ti y de lo que nos tocó compartir.
Querido Jorge
Será una locura, Jorge, pero me dio por escribirte directamente. Le mando copia a alguna otra gente. Algunas personas que comparten esto que sentimos y otras cuyos afectos nos tejen en torno de ti y de lo que nos tocó compartir.
En primer lugar, así no más decirte que te recuerdo en muchos ámbitos y facetas, pero me viene a la mente recurrentemente esa última vez que nos vimos. No describo las circunstancias. Solo que no podías decir en palabras lo que querías, pero que no hizo falta. Nos dimos el abrazo que necesitábamos darnos. Mutuo, recíproco, sincero y tan lleno de ternura, de dolor, de vida. Tu mirada de ese día, tu enorme sonrisa en medio del desconcierto y las malas noticias, es el mayor regalo que me has dejado. Hermano, gracias. Ahí nos reencontramos, o mejor, nos encontramos donde siempre estamos juntos. El diablo está en los detalles, dicen. Cierto. Uno discute y se empecina a la hora de hacer y vivir. Pero también, y ese regalo nos lo dimos, uno sabe siempre encontrarse en esencia, en lo que somos y nos motiva. Lo demás es hacer camino y se hace, claro, al andar.
El otro recuerdo que me despertó anoche es anterior. Nos recibiste en el CRIC, hace ya muchos años, con una delegación del Canadá. La Consejería era nueva y acabábamos de llegar de una conmovedora y dura visita a El Nilo. Arthur Manuel, el Mayor indígena del Canadá besó esa tierra compungido, pero tus palabras resumiendo el proceso, apenas unos días después del Congreso extraordinario de Tóez, le permitieron sentir, como lo dijo en respuesta a tus palabras, que estaba en casa, en la tierra de pueblos hermanos, en la misma lucha y entre la misma familia. Eso hiciste ese día: tejer. Hacía poco nos avasallaban tus alumnas y alumnos con cámaras y micrófonos haciendo su práctica de comunicación y recibiendo tus consejos.
No voy a aburrirte con recuerdos. Sería agobiarte. Especialmente hoy, en el momento en que siembran tu cuerpo y yo quisiera estar allí en silencio rindiéndote un homenaje sincero. Por eso debo decirte, honrando esta amistad que compartimos, que hubo mucho, pero mucho en lo que no concordamos. Que si volvieras por acá (ojalá hermanito, ojalá y lo digo llorando: mierda!), volveríamos a discutir, a no estar de acuerdo, a decirnos las cosas con firmeza, a veces con rabia y angustia, cada cual convencido y desde su puerto y lugar. Defendería hoy mismo, el día que te vas, mi posición así fuera diametralmente opuesta a la tuya como lo fue muchas veces. Eso, Jorge, compañero, ha sido mi manera de respetarte. Hoy, te vas y te desafío de nuevo a quedarte acá en frente. A que nos digamos las cosas cara a cara. A que no callemos nada ni hagamos ninguna maniobra por detrás y en roscas contra el otro. A que la vida nos regale lo que nos negaron estos tiempos, los odios, las envidias y mi exilio, la posibilidad de tener que defendernos en palabra y acción, con experiencias y argumentos. Poniendo la vida entera en cada intercambio. Te estoy diciendo Jorge, que te he querido mucho. De esa manera exigente ante las demandas que nos puso la lucha y el contexto. Te he querido hasta la rabia. Jorge testarudo. Jorge sonriente, Jorge impredecible, Jorge CRIC, teatrero, amigo de verdad. Te he querido aún cuando muchas veces no me gustó lo que hacías, como seguramente te pasaba conmigo. Y, lo sabes, lo puedo decir, siempre podías contar conmigo y contaste aunque nunca lo pidieras o esperaras.
No, yo no te señalo como incuestionable ni perfecto. No lo hago no solo porque te mentiría, si no, ante todo, porque si así te respeté en vida, sería manosear nuestra entrañable relación, untarla de mieles y adornos cuando su valor mayor es que, por lo menos de mi parte, aún desesperado más de una vez, te buscaba, te seguiré buscando, me quedé esperándote para que, así no nos pongamos de acuerdo, todo quede sobre la mesa, en el territorio, dicho y explícito. Cuenta conmigo compañero Jorge, así como yo siempre conté con ese Jorge y tu porfiada manera de ser tu. Es tu hora, muy temprana, de descansar.
Yo te seguiré recordando y reconozco, para terminar esta despedida pública, ese día en La María, antes de la Minga de Resistencia Social y Comunitaria del 2008, cuando nos invitaron a Vilma y a mi a presentar la propuesta del Norte a la Comisión Política, a la última reunión de planeación de todas las zonas. Una vez presentamos lo que habíamos recogido en barridos territoriales, distorsionando lo que planteamos, intentaron silenciar lo propuesto y argumentado, sin argumentos. Ante esto, tu, que no estabas de acuerdo con eso que salió del Norte y lo sabíamos desde antes, te levantaste y con firmeza, retomaste lo que sí dijimos, en contraste con lo que decían que dijimos y en honor a ser justos, así lo dijiste, los convocaste a respetar la palabra y lo propuesto. Jorge…Caballero y a mucho honor.
Te abrazo. Nos faltó mucho por debatir, aclarar y dejar en la diferencia. Pero más importante que eso, nos faltas a muchas y muchos así no más, como Jorge Caballero. Qué regalo te dio tu familia, en especial tu tocayo, tu hijo, al dedicarse con ese amor ejemplar a acompañarte, disfrutarte, cuidarte y despedirte como un hijo de esa tierra el Cauca indígena, por la que luchaste. Me despido hermano. La seguimos. Me despido y saludo a todas y todos los que te lloran y recuerdan.
Sinceramente,
Manuel Rozental
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