Hoy ví una película, las imágenes de la resistencia zapatista me trajeron a la mente recuerdos, esas pequeñas filmaciones en mi memoria que me causan gran ansiedad, ansiedad por el retorno  a esos sueños, pensamientos, lugares y gente que como yo quiere volver verdad la bella utopía de la libertad. Después de lo vivido en el Cauca mis  convicciones  se reafirman y juro que no pasa un solo día que no piense en los pequeños guerreros, pigmeos, gnomos, aquellos que permanecen,  que resisten  al tiempo y  persisten en la memoria.

Recorro las calles de este lugar sordo una y otra vez, mis zapatos se llenan de polvo, ese que se amontona en la mente de la gente de por aquí que vive en el sueño de la quietud ignorando que a horas o tal vez a minutos de distancia, mueren otros en  su lucha por encontrar la  verdad, esa que nos arrebatan los embustes y los comerciales, las marcas y el sueño del desarrollo, un sueño ajeno y mezquino que se mezcla con sangre, cobardía, estupidez.

Algunas veces queremos vivir rápido y los sueños de la muerte rondan nuestra cabeza como un eclipsante viaje pero cuando despertamos en la realidad de un paraíso cruzado por el plomo y el fuego nos damos cuenta que es más fácil renunciar, renunciar para el cobarde, renunciar a la vida, a la lucha por ser escuchado y reconocido. Pero renunciar es algo que aprendí a no pensar, a no decir, a no esperar, es algo que aprendí en el Cauca, renunciar es una palabra que no conciben las mentes de hombres y mujeres que conocen su posición en el mar del destino. Llorar algunas veces es signo de tristeza pero cuando recuerdo esos lugares sencillos y vivos, lloro de júbilo pues encontré en medio del tiempo y la realidad vana, un pequeño pueblo de arreboles macondianos oculto entre selva y montaña que llena mi cuerpo de calor, de lucha y fraternidad, de fuego y emoción para creer en que el mundo puede ser un lugar sencillo y digno.

Urbanos nos llaman, citadinos somos. Si, lo reconocemos pero que hacer si el mundo nos puso en ese lugar, en todo caso no importa cómo nos llamen porque mas allá de términos o palabras nos unen los sueños del alma y poco a poco vamos empujando el muro, ese que nos separa que nos aísla y nos aliena, ese frío muro que tapa el sol para nosotros, que nos ha puesto en penumbra y que hace rebotar el eco de nuestros gritos de vida. Aprendiendo a caminar estamos y ahora solo queda recordar que tras nuestros pies vienen otros para quienes soñamos la vida, para quienes soñamos el verde y azul del mundo, bello sueño el que soñamos, “nosotros”, la mente de raza, la humanidad que no espera y a la vez sí, por eso resiste ante la injusticia y la impotencia por la sangre que corre sobre la tierra, entregarse a un sueño es lo único certero que nos queda, vivir para construir algo que quizá en el ocaso de nuestros días no alcancemos a ver ni siquiera a tocar. ¿La vida nos alcanzará? No importa, juntos seguiremos resistiendo, es la única verdad…