Cesó la horrible noche. Desde la poética composición de tan anhelada frase, han pretendido convencernos de que todo está bien, que todo lo malo quedo en tiempo pasado y que les debemos a unos héroes la gloria de la independencia y la libertad.
¿Cuál independencia? se preguntarán una y otra vez los más de 4 millones de desplazados de Colombia, cuando sin rumbo deambulan por las frías calles de alguna ciudad. ¿Cuál libertad? preguntan sin respuesta las inconsolables madres de aquellos jóvenes asesinados por los militares de nuestro país. Esas madres que aún lloran indignadas cuando el honorable gobierno sin ningún pudor presenta a sus hijos como falsos positivos, como guerrilleros caídos en combate. Ese gobierno que destituye jueces para esconder la verdad, que amenaza y asesina sin temor a quien represente un estorbo para sus intereses.
¿Qué es la libertad? Nos preguntamos quienes vivimos presos de la constante amenaza, los jóvenes y niños de las ciudades condenados al olvido y a la pobreza, donde su única opción de subsistencia está en la esquina de un semáforo. Se preguntarán también quienes sin ninguna razón son víctimas de la guerra declarada en sus territorios. Las incontables víctimas de los actores en conflicto que dicen proteger al pueblo o luchar en su nombre, cuando es la sangre del humilde, de la mujer, de la madre, del niño la que derraman indiscriminadamente por nuestros caminos.
Para la gran mayoría entonces, la horrible noche no ha cesado. Al contrario, se está haciendo eterna. La tan anhelada independencia que consistió en romper las cadenas que sometían a Colombia y a muchos países del continente americano de la dominación española, sólo ha cambiado de dueños. La opresión en nombre de la codicia continúa, sólo que ahora disfrazada de libertad y democracia.
Mientras unos se distraen con los desfiles y el colorido despliegue de luces y presentaciones artísticas conmemorando el bicentenario, los medios masivos informan con beneplácito que nuestro gobierno ha invertido más de 3.000 millones de pesos en la celebración de la independencia. Que en Medellín se utilizaron 2100 millones de pesos en un espectáculo de juegos pirotécnicos que duró 25 minutos. Nos preguntamos entonces, que puede conmemorar un campesino que desde hace mucho tiempo no tiene donde cultivar, un joven que sólo encuentra como opción entregarse al triste empleo de la guerra, una humilde familia que no tiene una vivienda digna para su familia, un enfermo condenado a la muerte porque no puede acceder al servicio de salud, un niño que no puede ir a la escuela o un mendigo que no tiene para comprar un pan.
Estas cifras tan escandalosas, que hubieran servido para que todos los desplazados de Colombia se alimenten bien por al menos un día, es evidencia de que este gobierno aplica la fórmula de los emperadores corruptos del imperio romano: al pueblo hay que darle pan y circo. Pero en Colombia lo vivimos con una pequeña diferencia: nos falta el pan y nos sobra el circo.
Indudablemente se han cambiado las estrategias para incrementar la opresión, aparentemente hace doscientos años nos independizamos de la corona Española, pero ahora estamos sometidos por el gobierno de los Estados Unidos. Pasamos de la esclavitud al sometimiento. Del colonialismo al neocolonialismo. De la relación de dominación abierta y total a la relación en la que el país ocupado es aparentemente soberano y libre para decidir, pero que en realidad está preso de una telaraña económica y diplomática que le arrebata su derecho a autodeterminarse. Los hechos muestran claramente que los actuales imperios, aunque prefieren la dominación “pacífica”, no descartan la violencia y la guerra para imponer sus intereses. Para eso hicieron la guerra contra Irak. Para eso vienen construyendo la guerra contra Venezuela. Es entonces evidente que las condiciones actuales pueden ser iguales o más represivas que las sufridas durante el imperio Español.
Sin embargo, se alcanzan a escuchar las voces de quienes se muestran inconformes de esta realidad y que formulan sus alternativas de cambio. Mientras los espectáculos invadían los céntricos lugares de las principales ciudades, mientras algunos medios replicaban el discurso de la casa de Nariño, los transeúntes de la capital y otros lugares escuchaban las incansable voces de quienes nuevamente el 20 de julio replicaban la decisión popular de avanzar por el camino de la unidad y la movilización para lograr cambios a favor de las mayorías.
Por eso es necesario no cerrar los ojos ante la realidad que vivimos a diario en nuestro país y escuchar el insistente llamado de quienes aún tienen esperanzas y han iniciado el camino de la verdadera libertad. No seamos parte del juego absurdo en el que nuestros gobiernos pretenden ponernos en disputa con nuestros hermanos por intereses externos. Las críticas realidades no deben ser motivo suficiente para dejar de construir camino. No es el momento de resignarse, es precisamente la crítica realidad la que nos llama a cuestionar nuestro actuar porque el silencio legitima el circo de esta nueva colonización.
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