¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que la  “tecnología de punta” es infalible?

Hace pocos meses el mundo estaba consternado por el derrame de petróleo en el Golfo de México, causado por la ruptura de un tubo en la plataforma marina Macondo de la compañía British Petroleum (BP). Se consideró como una de las catástrofes ambientales más graves de la historia y no hubo quien se cansara de señalar la responsabilidad de la transnacional y su incapacidad para controlar el derrame.

 

 

Sin embargo, tras todos los aspavientos, la situación volvió a “la normalidad”, no para las personas y territorios afectados, que deberán cargar con consecuencias imprevisibles por tiempo indefinido, sino para la industria extractiva que, al fin de cuentas, salió impune después de haber vertido en el mar cuatro millones de barriles de crudo.

Las medidas que se tomaron tuvieron un efecto simbólico y limitado: suspensión de la exploración en dos ubicaciones en Alaska, postergación de las ventas de leasings en el Golfo de México y en la Costa Atlántica y moratoria de seis meses para los nuevos permisos de explotación en aguas profundas. Seguramente esperando que con el tiempo se olvide todo y se levante la moratoria.

La oportunidad de hacer cuestionamientos de fondo sobre el poder real de estas compañías, así como de configurar cambios institucionales y legales que garanticen un mayor control sobre sus acciones, se dejó pasar en vano. De hecho, los aprendizajes de los que se está ufanando la BP como resultado de la crisis vivida en el Golfo, no tienen que ver con el control de los desastres, ni con las lecciones ambientales, ¡son tips para que las empresas salgan bien libradas en los medios de situaciones de crisis! (Ver información sobre Congreso Minero 2010)

Un nuevo desastre ambiental y social nos tiene ahora consternados. Desde el pasado lunes 4 de octubre, las imágenes de tres poblados de Hungría inundados con lodos rojos recorren el mundo. La ruptura de uno de los muros de una piscina con desechos de una planta productora de aluminio ubicada en Ajka, Hungría, liberó más de un millón de metros cúbicos de barro rojo, tóxico que se caracteriza por ser corrosivo y altamente contaminante por su alcalinidad.

“(…) la obtención del aluminio se realiza usando sosa cáustica (NaOH) para obtener un compuesto soluble que se pueda separar del resto de los componentes. Esta solución tiene un pH (el índice del grado de acidez o causticidad de una disolución) de 14, es decir, que está en el máximo posible en la naturaleza. (…) Como la vida se desarrolla en condiciones naturales a un pH que ronda el 7, un grado de 12 puede arrasar todo lo que encuentre.”

“El daño de estos barros rojos para las personas es grave y muchas veces irreversible (…) es corrosiva tanto por inhalación como por contacto con ojos y piel o por ingestión. Puede producir sensación de quemazón, tos, dificultad respiratoria, enrojecimiento, graves quemaduras cutáneas, dolor en la piel y abdominal, diarrea, vómitos y colapso.”[1]

Ese desecho inundó la ciudad y causó tal devastación, que el primer ministro húngaro ya declaró la imposibilidad de vivir en la zona y anunció el aislamiento de los lugares más contaminados. Cuatro personas han muerto, así como miles de animales, principalmente peces del río Raba, afluente del Danubio.

Y, ¿cómo pasó? Según la empresa, Hungarian Aluminium Production and Trade Company, se debió a un error humano, pero también se especula con la posibilidad de que la piscina se rebosara por las constantes lluvias.

Lo importante en realidad, más que la causa exacta de la ruptura del dique, es que nuevamente se trata de un evento que la industria extractiva considera, más que improbable, imposible, pues las empresas argumentan que trabajan con las tecnologías más avanzadas, que sus actividades tienen los más altos estándares de calidad y que están blindados contra, prácticamente, cualquier eventualidad.

Por ejemplo, la canadiense GreyStar insiste en buscar licencia ambiental de explotación de oro en el páramo de Santurbán (Colombia) a pesar de la prohibición expresa del Código de Minas para afectar ese tipo de ecosistemas [2]. Quiere ignorar la normatividad nacional, pues asegura que las fuentes de agua de las poblaciones aledañas estarían absolutamente protegidas de la contaminación con cianuro, que es el material que se usa en el proceso de separación del oro y la roca.

Según la empresa, no representa peligro alguno el hecho de que gigantescas piscinas con ese veneno se ubiquen en una zona sísmica, justo encima de los nacimientos de los ríos que surten de agua a todo Bucaramanga, a la zona urbana de Cúcuta y a 22 municipios más.

Y, ¿por qué? Según GreyStar, porque pondrán en la base de las piscinas las fibras más resistentes para que el cianuro no se filtre a las aguas subterráneas, porque tendrán a los mejores técnicos diseñando la sismo-resistencia de los diques, porque tienen a su disposición toda la “tecnología de punta” en la industria minera y ¡hasta pueden garantizar que no habrá errores humanos, que no va a temblar y que las piscinas se mantendrán en pie por siempre!

Esos cuentos, aunque viejos, siguen siendo usados con éxito para explotar la riqueza natural en todo el mundo, a pesar de que no son más que declaraciones de buena fe de las empresas que se lucran con su explotación y sin importar que cada día sea más evidente la devastación de territorios en todo el globo, como resultado de peligrosas e injustificables actividades industriales.

Como en el Golfo de México, que la británica BP solo tuvo que pagar un miserable millón de dólares para zafarse de su responsabilidad (aunque sus socios siguen expresando que no están dispuestos a desembolsarlos) y seguir explotando crudo impunemente en todo el mundo, incluyendo a Colombia.

Como Ajka en Hungría, en donde hoy las autoridades se rasgan las vestiduras y ordenan el cierre de una de sus plantas de aluminio. ¿Para reabrirla en un mes o trasladarla a Suramérica?

Aunque las empresas extractivas sigan insistiendo que todo desastre ambiental es una situación excepcional y pretendan continuar convenciendo a ingenuos con su “infalible” tecnología de punta, sabemos que la devastación no es la excepción sino la regla. Por ello no permitiremos que ciudades como Bucaramanga sean expuestas por la ambición de unos pocos.

Las imágenes de este artículo fueron tomadas de The Big Picture. Vea aquí la galería completa.


Tatiana Rodríguez Maldonado