Ya sea en Chile o en Canadá, ya sea en el tercer o en el primer mundo, el único indio bueno pareciera ser a ratos el indio muerto. Es lo que de seguro piensan no pocos policías y autoridades de gobierno aquí y en la quebrada del ají.

“El único indio bueno es el indio muerto”. La frase se la atribuye erróneamente al general George Armstrong Custer, comandante de la caballería del Ejército de los Estados Unidos, responsable de la conquista del Oeste y de un genocidio indígena que haría palidecer a los jerarcas nazis. Pero la frase no es de Custer, sino de su subalterno, el general Philip O. Sheridan, igualmente desquiciado que su jefe y a quien John Wayne inmortalizó en más de alguna de sus películas. Mientras vuelo desde Toronto a Calgary, la frase da vueltas en mi cabeza. Hace un par de días, una anciana indígena de la nación Ojibwa, a orillas del Lago Huron, en Ontario, me la recordó y entre lágrimas. Invitado por el jefe indígena de la provincia, arribé hasta allí proveniente de Toronto para participar de una ceremonia tradicional cargada de simbolismo y emotividad. Llegué al amanecer y si bien el frío calaba los huesos, pocas veces sentí tal calidez en tierras lejanas. “Usted ha caminado desde el sur las huellas de nuestros abuelos, sea bienvenido a nuestro territorio”, fueron algunas de las palabras con que me recibieron. Todo fue especial para mí aquella jornada. Se conmemoraban los 15 años del asesinato del líder indígena Dudley George y el paralelismo con la situación mapuche resultaba más que evidente. A Dudley lo asesinó la policía de Ontario, mientras participaba de la ocupación del Parque Provincial Ipperwash, por entonces campo de entrenamiento del Ejército de Canadá. Se trató, me cuentan sus familiares, de una ocupación pacífica, en la cual participaron mujeres, ancianos, jóvenes y niños de la comunidad. Buscaban llamar la atención de las autoridades y que, de una vez por todas, se respetarán antiguos tratados que avalaban su reclamo sobre dichas tierras. La respuesta del gobierno provincial no se hizo esperar. Tres disparos acabaron con la vida de Dudley. Los ejecutó el oficial de policía, Ken Deane, quien en el juicio declaró haber confundido un bastón ceremonial que portaba Dudley con un “rifle automático de asalto”.

En este punto no dejo de pensar en Matías Catrileo y su familia. Matías, para quien aun no lo sepa, murió baleado por la espalda un 3 de enero del año 2008. Las balas que acabaron con su vida también fueron policiales. Provinieron del cabo de Fuerzas Especiales, Walter Ramírez, quien repelió con una subametralladora la ocupación pacífica del Fundo Santa Margarita, propiedad del colono suizo Jorge Luchsinger. Al momento de su muerte, Matías tenía 24 años y cursaba estudios de agronomía. Cierto día, en los meses previos a su crimen, cruzamos palabras en Temuco. Me pareció un joven lleno de vida, inteligente, solidario, combativo y ante todo, un soñador. Al igual que Dudley, sospecho a estas alturas. O que Alex Lemún Saavedra, adolescente de 16 años baleado en la cabeza por el entonces mayor de Carabineros, Marco Aurelio Treuer, ello un 7 de noviembre de 2002. O bien Jaime Mendoza Collio, asesinado por el cabo del GOPE, Miguel Jara Muñoz, ello un 12 de agosto de 2009, mientras participaba de la ocupación de un fundo en la comuna de Ercilla. Recuerdo haber visitado el hogar de Jaime al día siguiente de su crimen. Allí estaban sus padres, desechos por el dolor, y también su joven esposa, quien cargaba en sus brazos al pequeño hijo de ambos, hoy de tres años. Hablamos largamente de Jaime y sus sueños de una vida mejor. Ninguno de ellos se resignaba a su pérdida. Tampoco entendían el por qué de tanta maldad. “Nos cazaron como a conejos”, me relató uno de los dirigentes de la comunidad, cuya edad no sobrepasaba los 25 años y que acompañaba a Jaime, su primo, el día de la movilización. Al igual que Dudley y que Matías y que Alex, Jaime y los suyos luchaban aquel día por recuperar tierras usurpadas a su comunidad. La respuesta del gobierno, la respuesta de la administración Bachelet, fue asesinarlo por la espalda.

Aquel día, encargado del operativo estaba el actual General de Carabineros, Iván Bezmalinovic, ascendido a Jefe de la Novena Zona Policial. Desde el primer minuto, Bezmalinovic justificó al autor de los disparos, alegando “legítima defensa” ante una “emboscada con armas de fuego”. “La acción de Carabineros fue para repeler los ataques realizados por al menos 60 comuneros… respaldamos absolutamente los procedimientos”, señaló entonces y sin siquiera sonrojarse el propio subsecretario del Interior, Patricio Rosende. Nada de aquello era real. En días recientes, un lapidario informe de la PDI confirmó en Chile lo que siempre denunció la familia y que en Carabineros era un secreto a voces; aquella jornada Jaime fue ejecutado. Recibió el disparo a corta distancia y por la espalda mientras huía indefenso. Y es que contrario a la versión oficial, se logró establecer que en ningún momento Jaime manipuló un arma de fuego. ¿Y los perdigones hallados en el casco y el chaleco antibalas del funcionario policial implicado? Realizados por el propio funcionario –o alguno de sus colegas del GOPE que lo acompañaban- después de acontecido los hechos. En resumidas cuentas, un burdo montaje para intentar encubrir una ejecución a sangre fría. Conste que no lo digo yo. Lo establece la PDI tras los peritajes científicos ordenados por los tribunales castrenses. Basado en esos antecedentes, el fiscal militar a cargo del caso acaba de solicitar 15 años de presidio efectivo contra el cabo Jara Muñoz. Los cargos: “violencia innecesaria con resultado de muerte”. ¿Una luz de esperanza ante tanta impunidad?

Cuesta creerlo, pero es imposible cantar victoria. Habrá que esperar lo que determine el Tribunal Militar de Valdivia, donde está radicada la causa. Y por si no bastara, lo que resuelva más tarde la bendita Corte Marcial en Santiago. En el caso de Matías Catrileo, 10 años de pena efectiva solicitó el fiscal militar contra el cabo Walter Ramírez. Llegado el momento, la Corte solo lo condenó a dos años y un día de pena remitida. Hoy Walter Ramírez sigue en servicio activo en Carabineros. Tras el juicio fue redestinado a Coyhaique y allí transita libremente por las calles. Y lo más preocupante de todo, estimado vecino, lo hace armado. En el caso de Dudley George, la historia fue casi calcada. Me cuenta su familia que el oficial Ken Deane jamás puso un pie en la cárcel. Condenado por “negligencia criminal”, la ridícula sentencia que pesó en su contra fueron dos años de “servicio a la comunidad”. Posteriormente, una Comisión investigadora reveló la responsabilidad directa del ex primer ministro de Ontario, el conservador Michael Harris, en el crimen. “Quiero fuera del parque a esos indios de mierda”, fueron sus palabras al enterarse de la crisis, reveló un alto personero. Harris negó las acusaciones y tras el fin del trabajo de la Comisión, de responsabilidades políticas y penales jamás se supo. Como para no olvidar que ya sea en Chile o en Canadá, ya sea en el tercer o en el primer mundo, el único indio bueno pareciera ser a ratos el indio muerto. Es lo que de seguro piensan no pocos policías y autoridades de gobierno aquí y en la quebrada del ají. Fue lo que me señaló, entre lágrimas, la anciana que conocí en mi visita a las tierras de Dudley en Ipperwash. Y sus palabras no dejan de acompañarme hoy durante el vuelo.

Por Pedro Cayuqueo

http://www.azkintuwe.org/nov_116.htm