Si alguien dudaba de la realidad social de Colombia, el invierno inclemente que ha azotado al país, ha desnudado la agobiante pobreza en que se debate la mayoría del pueblo. Los de a pie, del campo y la ciudad, sufren no solo los embates de la naturaleza, sino las ineficiencias y estropicios de los malos gobiernos que, por décadas, hemos soportado y tolerado los colombianos.
Porque no es solo que seamos pobres, que el 60% o más de los habitantes estén sumidos en la pobreza, o que entre un 15 y un 20 por ciento se encuentren en la indigencia, sin empleo ni trabajo digno, sin vivienda adecuada, sin educación, desnutridos y enfermos, en fin no solo abandonados “de la mano de Dios” sino también abandonados de la mano de los hombres, o mejor dicho, de los gobiernos.
El cuadro de vergüenza que presenta el desastre del invierno es un baldón para el gobierno actual y todos los anteriores: 2’200.000 damnificados, 280 muertos, 278 heridos, 61 desaparecidos, más de 3.000 viviendas destruidas, cerca de 250.000 viviendas averiadas, decenas de carreteras interrumpidas por pérdida de la banca, caída de puentes o derrumbes, miles de hectáreas inundadas con pérdidas cuantiosas en ganadería y agricultura, etc. Una verdadera catástrofe nacional.
Pero lo que se ahoga no es solamente la gente y sus escasas pertenencias, es el régimen, como lo denominara Álvaro Gómez Hurtado. Un ordenamiento jurídico y político diseñado para servir, genuflexo, al capital financiero extranjero y nacional. En este país la legislación y las políticas económicas, desde siempre, pero de manera especial desde la Constitución del 91, se han expedido para favorecer al gran capital. Empresas petroleras, mineras, de la banca, del comercio, de la industria, de los servicios –incluyendo los servicios públicos domiciliarios–, del transporte, de la construcción –vivienda e infraestructura–, de la agroindustria…son las grandes beneficiarias de los recursos y de la legislación, estatales. Los gobiernos de Colombia eligieron que el país creciera económicamente de la mano exclusiva de los monopolios a quienes consiente, protege y favorece. Para ellos todo a manos llenas, con generosidad ilimitada, porque según los ideólogos del neoliberalismo “si ellos prosperan prosperamos todos”.
No obstante, la vida que es tan tozuda va desnudando la falacia del modelo, la mentira del régimen. Fuera de un porcentaje muy pequeño de personas vinculadas, directa o indirectamente, al servicio de esos monopolios quienes reciben una pequeña parte de la danza de la riqueza, el resto de habitantes del país, estamos al margen del “progreso”. A nosotros todo se nos escatima, todo hay que lucharlo a brazo partido, trabajando de sol a sol: que lo digan los empresarios no monopolistas de la ciudad y del campo, o los obreros y trabajadores, o los campesinos. Nos dejan caer a cuenta gotas una pocas migajas tipo familias en acción o el emprendedurismo del rebusque para que mitiguemos el hambre, la sed y las necesidades.
Esta contradicción de las dos Colombias es la que ha emergido con este invierno. La implacable realidad, inocultable, tangible, permanente. Y seguirá asomando con crudo dolor para recordarnos en los próximos veranos, o inviernos o crisis económicas que la sociedad colombiana es insostenible e inaceptable.
Carlos Tobar, Diario del Huila, Neiva
http://www.moir.org.co/La-pobreza-la-verdadera-cara-del.html
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