Según las autoridades, la emergencia invernal ha dejado a su paso más de 2 millones de víctimas. Entre el llanto de cientos de familias que perdieron a sus seres queridos y todas sus pertenencias, aparecen las voces solidarias de quienes de verdad se preocupan por sus hermanos. Sin embargo, en medio de esas voces, surge el oportunismo de quienes se aprovechan del dolor ajeno para continuar con su estrategia de control del territorio y de la gente.

 

El presidente  Juan Manuel Santos, posa ante las cámaras de televisión como un abanderado de los damnificados por el invierno, convocando  a la solidaridad nacional e internacional para conseguir los mínimos recursos que les permitan a ellos  tener un techo para dormir. Pero mientras hace esto, continúa profundizando las perversas políticas de su antecesor, aquellas que tienen al campo colombiano sumido en la pobreza y en la más cruda violencia.

Esa es la triste realidad del norte del Cauca, inundados en la incesante lluvia de balas que busca despojarnos de la tierra y de la vida.  Solo por mencionar algunos hechos,  reiteramos la creciente violencia que aqueja al resguardo de Huellas – Caloto, en donde los combates y los bombardeos se han convertido en algo cotidiano que tiene a los comuneros de esta zona en el más profundo temor. Los muertos se siguen contando, tanto los producidos por la izquierda como por la derecha. Como si las balas no fueran suficientes, el terror se encarga de acabar con la vida de la gente. El 22 de enero pasado, una anciana murió de un paro cardiaco mientras se producía un intenso combate cerca de su casa.

Estos hechos son precedidos por el triste informe que nos deja el 2010, en el cual se cuentan 339 hechos violatorios de los derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario cometidos en la zona norte del Cauca. Pero lo que sucede en este territorio es solamente un síntoma de lo que sucede en todo el país: la utilización de todas las formas combinadas de terror para continuar implementando un modelo económico basado en la inequidad.

Como si fuera poco, la propaganda sistemática  sigue cooptando las conciencias de la gente. Con la excusa de la “locomotora minera” anunciada por el presidente Santos, los medios masivos de comunicación han comenzado a sembrar la idea en la gente  que la minería artesanal es sinónimo de minería ilegal. Esto lo hacen con el fin de justificar la implementación de megaproyectos mineros (supuestamente más seguros y ambientales, pero en verdad son todo lo contrario) que dejarían los territorios sin vida, sin agua y con más pobreza.

Dentro de nuestros territorios hay grandes intereses de explotación minera, por eso insisten en desplazar, amenazar y matar.  Para eso buscan reformar las CAR (que desde luego, necesitan reformarse, pero no para beneficiar los intereses de unos cuantos empresarios), para garantizar el agua a la gran minería y para protegerse de todos los tratados internacionales que abordan el tema ambiental.

El gobierno de Uribe entregó el territorio nacional a la explotación minera, entregando concesiones hasta en los páramos, lo cual está prohibido. El actual gobierno, el de la “prosperidad democrática” quiere ir incluso más allá, quiere no solo entregar los recursos sino también que sean las mismas comunidades y los propios procesos  quienes  los entreguen.  Por eso utiliza la estrategia de la falsa concertación, que en verdad es una cooptación de unos cuantos líderes para que en nombre de sus pueblos vendan lo que por tanto tiempo los pueblos han luchado.

No es una estrategia nueva, es la misma que han venido utilizando por tanto tiempo y que hoy se hace más evidente. Llega hasta el extremo de tener un vicepresidente ex sindicalista que ahora viaja en acto sumiso a los Estados Unidos para defender el TLC.  No se nos hace extraño. Tampoco que utilicen a voceros indígenas, afrodescendientes y  campesinos para defender la seguridad democrática y otras políticas de terror que nos hunden cada vez más en la inequidad.

Muchos dicen que el actual gobierno es diferente al anterior, pero debemos comprender que la esencia del modelo se conserva. Algunas estrategias cambiaron, otras siguen intactas, pero el objetivo sigue siendo el mismo: acumular tierra, territorio y trabajo a costa y por encima de la gente. Por eso hay que tener claro el rumbo que queremos como pueblos.  Es necesario adquirir la malicia necesaria para identificar las intenciones de quienes en nombre de la justicia y la seguridad pretenden desintegrar nuestras luchas. No es una tarea fácil, puesto que la propaganda está siempre presente para convencernos de lo contrario, pero es el desafío que tenemos, entendernos como pueblos para saber qué es lo que necesitamos y cómo lo debemos construir.

 

Tejido de Comunicación ACIN