El pasado 8 de marzo se conmemoró el día de la lucha de las mujeres por sus derechos. En nuestro país se obvia la conmemoración por la celebración. Por eso para algunas mujeres hubo rosas, claveles, girasoles, chocolates y peluches, entre otros detalles que se acostumbra dar en fechas aparentemente especiales en las que el comercio aprovecha la ocasión para que la sociedad consuma más que de costumbre.

¿Sabe qué se celebra el día 8 de marzo? le preguntamos a doña Dora en la cocina de su casa. Nos dijo, sin dejar de atizar el fogón, “se recuerda las cien mujeres muertas en una fábrica por reclamar sus derechos”. En un día como este siempre se destaca a la mujer profesional, a la estudiada, a la que tiene un cargo en la vida pública o aquellas que han “hecho historia”. En la mayoría de los poemas y canciones se habla de las mujeres, pero casi nadie se adentra en su cotidianidad para descubrir las verdaderas poesías y canciones, las que hacen con sus vidas.

Por eso hoy destacamos aquellas mujeres que la sociedad ignora porque hacen su vida desde la orilla invisible –o invisibilizada– y, a fuerza de sus brazos, a pulso, levantan a sus críos y ayudan a sus vecinos. Cuántas veces no nos hemos tropezado en la calle, en el parque, en los hospitales y en los lugares más comunes, con mujeres valerosas que viven del rebusque diario. Rebuscadoras de derechos, constructoras de otros mundos. Estamos convencidos que en cada lugar de nuestro país no sólo hay historias de dolor, sino también de risas, de costumbres y de personas que se resisten a desaparecer entre tanta muerte y luchan todos los días para que las cosas cambien.

Ese es el caso de un grupo de mujeres de la vereda El Carpintero, del Resguardo Indígena de Huellas, que cada dos meses se agrupan y agarran sus ollas para recorrer las veredas de la zona llevando postre de rascadera, colada de zapallo, torta de piña y banano, mazamorra de papacidra, entre otros manjares de su región. Lo curioso de este encuentro gastronómico es que no se vende nada, todo es gratis. El único costo de cada plato es hacer una fila de al menos una cuadra de larga, bajo el sol o la lluvia, para poder saborear las ricuras de las doñas. No hay fila larga cuando de comer se trata.

Su objetivo no es ganar dinero. Además de lograr que la gente se chupe los dedos, lo que buscan es recuperar algunos productos propios que ya no hacen parte de la dieta alimentaria de su comunidad, por la simple razón de que ya no le gustan. Ellas aseguran que con una preparación diferente, los más pequeños los comerán sin ningún problema. También afirman que ayudarán a fortalecer la nutrición no sólo de los niños, sino de toda una comunidad.

Estas mujeres viven en un territorio de verdes montañas y disfrutan de la belleza hídrica y natural de su región. Sin embargo, detrás de estas altas montañas y de la hermosura de su paisajese esconden familias que se ven enfrentadas todos los días a situaciones difíciles de guerra y pobreza que las quebranta. No obstante, nos compartieron parte de su diario vivir del que se sienten orgullosas y les da la certeza de ser ejemplo para muchas otras mujeres. Son señoras jóvenes y mayoras queparticipanactivamente en las reuniones de la Junta Directiva de su comunidad yen las asambleas del plan de vida. Al mismo tiempoadministran la tienda de la escuela, dirigen las ganancias de las fritangas de su localidad, son productoras de verduras y comida, y, como si fuera poco, tienen ‘negocios’ en sus casas para sacar adelante sus hogares.

Con sus tres niños de la mano Jazmín Ascue llega todos los días muy temprano a la escuela de la comunidad para preparar el almuerzo de los 60 niños del plantel. “Yo me levanto todos los días a las 5 de la mañana, hago el desayuno de mis hijos y de mi compañero, organizo la niña que va a la guardería y a los dos niños que van a la escuela. Mi trabajo es cocinar el almuerzo de 60 niños de lunes a viernes, en la escuela de aquí”, nos dice, mientras menea la colada del refrigerio de los chiquillos.

Entre el aroma del cilantro y la maleza que crece más alta que su cultivo, Clara nos cuenta su experiencia: “yo siembro cilantro, vendo a las mismas personas de la comunidad. A veces me va bien, pero cuando el invierno llega barre con todo. Hay que tener mucha paciencia con este cultivo, porque cuando hay mucho sol se chamusca”, dice Clara, arrancado con sus manos el monte que cubre el cilantro.

Ana es una mujer corpulenta, muy joven, tiene dos hijos.El mayor parece su hermano. Sueña con terminar la construcción de su casa, por eso es una incansable rebuscadora. “Tengo un negocio donde vendo grano, pero también hago fritanga y hago domicilios en la moto cuando mi compañero no está. He querido agrandar mi local, pero no ha llegado el dinero que me prometieron en pago por el daño que causaron las ráfagas de la avioneta fantasma (del ejército) encima de la casa. Nos dijeron que nos daban dos salarios mínimos”, cuenta ilusionada.

Julia, de manos arrugadas por su avanzada edad y piel curtida por el agua y el sol, no se queda quieta en su casa. “Trabajo en mi casa, me gusta criar animales, más que todo gallinas, porque los patos abundan bastante pero cagan mucho. Ayudo en la finca, raspo coca cuando están comprando, hago el almuerzo para llevarles a los trabajadores y de regreso traigo el revuelto. Los fines de semana cortamos y cargamos la leña con mi marido; en la cosecha de café también me toca duro”, dialoga, en medio de sus nietos y sus gallinas que le pican los pies pidiendo maicito.

Una vez más la historia nos demuestra que hay mujeres dispuestas a retar un mundo con sus OMC, sus foros de Davos, sus TLC y a construir país desde sus localidades y pequeñas acciones. Mujeres que aunque se encuentren atrapadas por la guerra y, algunas, por los maltratos de sus cónyuges, no se han quedado allí. Se han convertido en unas eternas tejedoras de vida y están convencidas de que su papel no es el de ser víctimas, sino el de hacer historia junto con su compañero. Son ellas las que llevan gran parte de la responsabilidad de sus hogares. Es en estos lugares donde las mujeres se reencuentran para ser protagonistas de la historia. Con sus valores y sabiduría educan a sus hijos. De la mano de sus compañeros caminan y recogen lo que una vez sembraron en tierra fértil.

Dora, Jazmín, Clara, Ana y Julia siguen en su comunidad. Aman su tierra porque es la que les permite trabajar y les proporciona la comida. Allí nacieron sus hijos y aunque su territorio sea “teatro de operaciones” de los grupos armados y se haya convertido en escenario de dolor, es un territorio que les brinda la oportunidad de generar cambios y de recoger, al fin, los frutos de su propio amor hecho con tanta fuerza y con muchas manos.

A pesar del olvido de las instituciones, del gobierno y de la sociedad, estas mujeres tienen sus anhelos puestos en cada acción que realizan. Saben que hay abandono de los gobernantes y que no está en sus propósitos apoyar las iniciativas locales. Por eso se las ingenian para que sus proyectos de vida, que son un sueño, se conviertan en realidad.

“Nosotros no sólo necesitamos que en este día nos digan que somos valiosas o que nos regalen un dulce, lo que queremos es que ese discurso sea práctico”, nos dijo doña Dora. A pesar de que sus ojos estaban aguados por el humo del fogón, sonrió y continuó picando la cebolla del sancocho.

Tejido de Comunicación de la ACIN

 

Ne nous offrez pas de poèmes, notre vie est un poème

Traducido al frances por Camille Apostolo
Éditorial 21-27 Mars 2011

Le 8 mars dernier, s’est commémoré le jour de la lutte des femmes pour leurs Droits. Dans notre pays, on remplace la commémoration par la célébration. Ainsi, certaines femmes ont reçu des roses, des œillets, tournesols, chocolats et peluches, entre autres babioles qu’ont a l’habitude de donner lors d’occasions apparemment spéciales lors desquelles le commerce profite de l’occasion pour que la société consomme plus que de coutume.
Savez-vous ce qu’il se fête le 8 mars ? Nous le demandons à Madame Dora dans la cuisine de sa maison. Elle nous dit, sans cesser d’attiser le feu, « on se rappelle des cents femmes mortes dans une usine pour réclamer leurs droits ». En un jour comme celui là, on remarque la femme professionnelle, l’étudiante, celle qui a une fonction publique ou celles qui « ont fait l’histoire ». Dans la majorité des poèmes et chansons on parle des femmes, mais quasiment personne pénètre leur quotidien pour découvrir les véritables poésies et chansons, celles qu’elles font avec leur vies.

C’est pour ça qu’aujourd’hui nous remarquerons les femmes que la société ignore parce qu’elles vivent leur vie du côté invisible -ou invisibilisé- et, à la force de leurs bras, de leurs poignets, elles portent leurs enfants et aident leurs voisins. Combien de fois nous ne sommes pas tombé dans la rue, au parc, à l’hôpital, et dans les lieux plus communs, sur des femmes courageuses qui vivent  de la recherche quotidienne. Rechercheuses de droits, constructrices d’autres mondes. Nous sommes convaincus qu’en chaque endroit de notre pays, il n’y pas seulement des histoires de douleur, mais aussi de rires, de coutumes et de personnes qui se refusent à disparaîtrent au milieu de tant de Mort et luttent tous les jours pour que les choses changent.

C’est le cas d’un groupe de femmes de El Carpintero, du Resguardo Indigène de Huellas, qui tous les deux mois se regroupent et prennent leurs marmites pour arpenter les hameaux de la zone, apportant des galettes de rascadera, des jus de zapallo, des gâteaux d’ananas et banane, mazamorra (bouillie de maïs) de papacidra, entre autres mets de leur région. La curiosité de cette rencontre culinaire est que rien ne se vend, tout est gratuit. L’unique prix de chaque assiette est de faire la queue sur une longueur d’un bloc de maisons, au soleil ou sous la pluie, pour pouvoir savourer les délices des dames. Il n’y a pas de file d’attente qui soit longue quand il est question de manger.
Leur objectif n’est pas de gagner de l’argent. En plus de faire en sorte que les gens se régalent, ce qu’elles cherchent est la récupération de quelques produits propres qui ne font plus partie du régime alimentaire de leur communauté, pour la simple raison que ça ne leur plaît plus. Celles-ci assurent qu’avec une préparation différente, les plus petits les mangeront sans problèmes. Elles affirment aussi que ça aiderait à renforcer la nutrition, pas seulement des enfants, mais de toute la communauté.
Ces femmes vivent dans un territoire de vertes montagnes et profitent de la beauté hydrique et naturelle de leur région. Cependant, derrière ces grandes montagnes y cette beauté de leurs paysages se cachent des familles affrontant tous les jours des situations difficiles de guerre et de pauvreté qui les brisent. Toutefois, elles nous ont partagé une partie de leur vécu quotidien, duquel elles se sentent fières et qui leur donne la certitude d’être un exemple pour beaucoup de femmes. Ce sont des jeunes femmes et des anciennes qui participent activement aux réunions du Conseil Directif de leur village et aux assemblées du Plan de Vie. Dan le même temps elles administrent le magasin de l’école, s’occupent des recettes des stands de fritures de leur localité, sont productrices de légumes et de nourriture, et , comme si ça n’était pas grand chose, elles tiennent des « négoces » dans leurs maisons pour approvisionner leurs foyers.

Avec trois enfants à la main, Jazmin Ascue arrive tous les jours très tôt à l’école du village pour préparer le repas de midi aux 60 enfants du groupe. « Moi je me lève tous les jours à 5 heures du matin, je fais le déjeuner de mes enfants et de mon mari, je prépare ma fille qui va à la garderie et les deux garçons qui vont à l’école. Mon travail est de cuisiner les repas de 60 enfants du lundi au vendredi, à l’école d’ici », elle nous dit, tout en remuant la boisson pour le goûter des enfants.

Entre l’arôme du coriandre et les mauvaises herbes qui poussent plus vite que ses cultures, Clara nous raconte son expérience : « moi je plante du coriandre, je vends aux gens du village. Des fois ça marche bien, mais quand l’hiver arrive il balaye tout. Il faut avoir beaucoup de patience avec cette culture parce que quand il y a beaucoup de soleil ça brûle tout. » dit Clara, arrachant avec ses mains les herbes qui couvrent le coriandre.

Ana est une femme corpulente, très jeune, elle a deux enfants. Le plus grand paraît son frère. Elle rêve de terminer la construction de sa maison, ce qui fait d’elle une infatigable rechercheuse. « J’ai un commerce où je vends des graines, mais aussi  je vends ce que je cuisine et je travaille avec la moto-taxi quand mon mari n’est pas là. J’ai voulu agrandir mon local, mais je n’ai jamais reçu l’argent qu’ils m’ont promis en réparation du dommage qu’ont causé les rafales de l’avion fantôme (de l’armée) au dessus de la maison. Ils nous ont dit qu’ils nous donneraient l’équivalent d’un salaire minimum. », elle raconte illusionnée.

Julia, les mains ridées par son âge avancé et la peau endurcie par l’eau et le soleil, ne reste pas sans rien faire dans sa maison. « Je travaille dans ma maison, j’aime bien m’occuper des animaux, surtout les poules, parce que les canards se reproduisent pas mal mais beaucoup meurent. J’aide à la ferme, je nettoie la coca quand ils en achètent, je fais le repas pour l’apporter  aux travailleurs et au retour je ramène les restes. Le week-end nous coupons et chargeons le bois avec mon mari ; et la récolte du café aussi m’est bien difficile », elle nous répond, au milieu de ses petits-enfants et de ses poules qui lui picorent les pieds réclamant du maïs.

Une fois de plus l’histoire nous démontre qu’il y a des femmes disposées à provoquer le monde et ses OMC, ses forums de Davos, ses TLC et à construire un pays depuis leur localité et petites actions. Des femmes qui, bien qu’elles de trouvent abîmées par la guerre, et, quelques unes, par les mauvais traitements de leurs conjoints, n’en sont pas restées là. Elles se sont converties en d’éternelles tisseuses de vie et sont convaincues que leur rôle n’est pas celui de victimes, mais celui de faire l’histoire avec leur compagnons. Ce sont elles qui ont en grande partie la responsabilité de leurs foyers. C’est dans ces lieux où les femmes se rencontrent pour être les protagonistes de l’histoire. Avec leurs valeurs et sagesse elles éduquent leurs enfants. Main dans la main avec leurs compagnons elles marchent et récoltent ce que, une fois, ils semèrent en terre fertile.

Dora, Jazmin, Clara, Ana et Julia sont toujours dans leurs villages. Elles aiment leur terre parce qu’elle est celle qui leur permet de travailler et leur procure à manger. Là sont nés leurs enfants et malgré que leur territoire soit le « théâtre d’opérations » des groupes armés et se soient convertis en scénario de douleur, c’est un territoire qui leur procure l’opportunité de générer des changements et de récolter, à la fin, les fruits de leur propre amour, conçu avec tant de force et par de nombreuses mains.

Malgré l’oubli des institutions, du gouvernement et de la société, ces femmes projettent leurs désirs dans chaque action qu’elles réalisent. Elles savent qu’il y a un abandon des gouvernants et que ce n’est pas dans leurs projets d’aider les initiatives locales. C’est pour ça qu’elles inventent pour que leurs projets de vie, qui sont un rêve, se convertissent en réalité.
« Nous, nous n’avons pas juste besoin que ce jour là, ils nous disent que nous soyons courageuses ou qu’ils nous offrent un bonbon, ce que nous voulons c’est que ce discours soit mis en pratique », nous dit Dame Dora. Et malgré ses yeux remplis de larmes à cause de la fumée du fourneau,  elle sourit et continue à hacher les oignons du sancocho.

Tejido de Comunicación de la Asociacion de Cabildos Indigenas del Norte del Cauca (ACIN), Colombie