Los primeros balances sociales consecuencia del terremoto de precios de los alimentos los dio a conocer el Banco Mundial a mediados de febrero, anunciando que durante este año el número de hambrientos podría crecer en 75 millones hasta oscilar los 1000 millones, a la vez que aumentaría en 44 millones el número de pobres extremos.[1]

Antecedentes

Un accidente nuclear, unos bombardeos de la OTAN y un Bin Laden después, y sigue subiendo el número de hambrientos. De hecho, desde el verano pasado los precios de los alimentos no han dejado de crecer hasta alcanzar valores récord en 2011. El punto de ignición se originó con la disminución de las cosechas de cereales en algunos países exportadores, que se transformó en una reducción de la oferta que espoleó el incremento de los precios. Para garantizar su propio abastecimiento y poder defenderse del aumento, estas naciones limitaron sus exportaciones lo que constriñó más aún la oferta generando más tensión y alzas en el mercado, a la vez que el caos se iba expandiendo a otros alimentos.

Los primeros balances sociales consecuencia del terremoto de precios de los alimentos los dio a conocer el Banco Mundial a mediados de febrero, anunciando que durante este año el número de hambrientos podría crecer en 75 millones hasta oscilar los 1000 millones, a la vez que aumentaría en 44 millones el número de pobres extremos.[1]

De esta forma se arriesga gravemente el primero de los Objetivos del Milenio, que se compromete a reducir a la mitad el porcentaje de personas hambrientas. El presente y el futuro no invitan al optimismo. Datos del “Índice para los Precios de los Alimentos”, que calcula la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), muestran que durante el mes de febrero se alcanzó el record en los precios, aparte de constituir el octavo mes seguido con una tendencia claramente alcista.[2] Los últimos índices de marzo y abril mantienen la dinámica y perpetúan esta agónica situación, porque a pesar de la ligera reducción en los precios, éstos siguen un 36% más inflados respecto a los valores de hace un año.[3]   

Dos lógicas opuestas para diagnosticar un mismo problema

A efectos de este artículo, la cadena comercial alimentaria se podría dividir en tres eslabones. El primero lo componen los países exportadores; que comercian sus cosechas en el mercado internacional que es el segundo eslabón; para que puedan ser adquiridos por las naciones importadoras que conformarían el tercero.

Una vez hecho este matiz decir que la primera de las lógicas se denominará “humana”, porque antepone el estómago de las personas que debería prevalecer a cualquier otra premisa. La segunda es la “lógica del mercado” y es la que imponen con calzador los poderosos y sus políticos. Para ésta el centro del universo es el mercado, que debe ser totalmente libre de ataduras y obstáculos porque se basa en el principio metafísico de que el mercado es capaz de autorregularse, o como se dice metafóricamente, existe una especie de mano invisible que repartirá el pastel de forma justa y equitativa.

Para la “lógica humana” -defendida por el que escribe- el problema de la crisis de los precios tiene su origen en “manos visibles” del mercado cuyas operaciones bursátiles, sin ser armadas, son socialmente más criminales que las bombas del cadáver Bin Laden; por tanto, las soluciones deben encaminarse a frenar los abusos de este mortífero segundo eslabón de la cadena. Para la otra lógica, el mercado es un ente intocable que por dogma de fe debe ser libre a cualquier precio. Los idealistas creen las propiedades sobrenaturales de su autorregulación filantrópica, mientras que para los pragmáticos el mercado es una manera de forrarse y por eso no quieren regulación, salvo cuando les interesa para lucrarse más si cabe. Bajo la “lógica del mercado”, que es la que se ha impuesto, la causa del incremento de precios tiene su origen en los países exportadores e importadores (eslabones primero y tercero), es decir, en la humanidad misma.

Mito 1: Existe un desequilibro entre la oferta y la demanda de alimentos

O dicho de otra manera, el problema es que el primer eslabón de la cadena produce menos alimentos y el tercero consume más. Por el contrario, el papel del segundo eslabón (mercado) se ciñe a fijar inocente, salomónica y mecánicamente unos precios que en este caso son elevados porque la oferta de cereales es menor a la demanda.

Con datos de la FAO de este mes de mayo, para este ciclo 2010-2011 se prevé que el balance mundial entre la producción y el consumo de cereales arroje un déficit de 43,1 millones de toneladas. Pero las reservas, que oscilan los 483 millones, permiten hacer frente 11 veces al déficit estimado.[4] Durante varios años en la última década fue peor la relación entre producción, consumo y reservas, pero nunca los precios ascendieron tanto como ahora o 2008. En 2003-2004 las reservas sólo cubrían 6 veces el déficit existente en aquel momento y los precios eran la mitad que ahora.[5]

La propia FAO, en septiembre de 2010 repartía optimismo a través de un comunicado de prensa en el que afirmaba que “no hay indicios de una crisis alimentaria mundial” y que “el suministro y la demanda mundial de cereales se presentan suficientemente equilibrados (…) La previsión para la producción mundial de cereales en 2010 se sitúa en 2 239 millones de toneladas, tan sólo un uno por ciento menor que el pasado año y la tercera mayor registrada hasta hoy.”[6]

El discurso sereno, paradójicamente se tornó en dramático dos meses después coincidiendo con la edición del informe “Perspectivas Alimentarias”, en el que se informaba de los cereales que “unos déficit imprevistos de producción debidos a fenómenos meteorológicos influyeron negativamente en las perspectivas para el suministro mundial de cereales…”.[7] Se cuantificaba la nueva cantidad de cereales en 2216 millones de toneladas, frente a los 2239 de septiembre.

Y es que de no haber indicios de crisis y de un equilibrio del suministro y la demanda, en unas pocas semanas se pasa al alarmismo por 23 millones de toneladas menos (el 1% de la producción mundial) pero ¿realmente puede este 1% provocar tal desbarajuste?

Porque en una resolución de febrero el Parlamente Europeo mantenía que “…en la actualidad el suministro total mundial de alimentos no es insuficiente (…) son más bien la inaccesibilidad de los mismos y sus elevados precios los factores que privan a muchas personas de la seguridad alimentaria.”[8]Entonces, si la crisis no es de escasez sino que se origina por el alza de los precios que impide la accesibilidad a los alimentos, pero este ascenso no surge de un desequilibrio real por una menor oferta y una mayor demanda, y si además se suma que durante años la situación fue peor pero los precios se mantuvieron equilibrados, entonces, indudablemente, hay un factor independiente al primer y tercer eslabón que está distorsionando gravemente los precios, que se llama especulación, que está incrustado en el segundo eslabón (mercado) y que según la Eurocámara es el causante del 50% de los incrementos en los precios.

Para más información decir que hay dos tipos de especuladores. Los fondos de inversión, de pensiones, de cobertura, etc. que según el Observatori del Deute en la Globalització “…compran y venden contratos de futuros esperando sacar beneficios en cualquiera de las transacciones, independientemente de que estos contratos se materialicen.”[9]Después están los intermediarios (destacando las transnacionales agroexportadoras como Cargill, Monsanto, etc.) que manejan grandes cantidades de productos como el cacao, cereales, etc. lo que les confiere influencia en la oferta de alimentos, no dudando en almacenar grandes cantidades para desabastecer el mercado y forzar una subida de precios. Estos intermediarios también especulan con contratos de futuros.

Bajo la “lógica humana” habría que actuar sobre estos elementos transgresores para evitar más hambrientos, pero bajo la todopoderosa e imperante “lógica del mercado” debe ser el mundo quién se amolde a sus reglas y concretamente los países del primer eslabón que deben disponer más alimentos en el mercado en busca de su bendita autorregulación, aunque esté infestado de especuladores, aunque caigan más famélicos y aunque en realidad hay alimentos suficientes.

Mito 2: Los chinos y los indios comen más y mejor

En este supuesto son dos países del tercer eslabón quienes han desquilibrado la balanza, aunque con cifras de la FAO de noviembre, el consumo humano de cereales estimado para este año crecerá un 7,10% respecto a 2005 y el consumo de cereales para piensos lo hará un 2,24%. En cuanto a la oferta, la producción mundial de cereales prevista para 2011 será un 8,10% superior a la de 2005. Por tanto, los incrementos en los consumos de cereales para humanos y piensos, porcentualmente serán armónicos y proporcionales al crecimiento de la producción, tomando como referencia datos de 2005 y 2011.

Para el ciclo 2010-2011, el volumen de cereales para consumo humano y para piensos rondará los 1820 millones de toneladas (demanda) cuando se prevé una producción global de 2216 millones de toneladas (oferta). Alimentando estómagos y animales de granja sobrarían 396 millones de toneladas. El verdadero desequilibrio en la demanda de cereales es producido por otros consumos alejados de los esófagos, fundamentalmente agrocombustibles. Para 2011 se estima que se desviarán 433 millones de toneladas para estos usos, que respecto a 2005 supone un aumento del 44%. Los 396 millones de toneladas sobrantes, no sólo desaparecen sino que se genera un déficit de 37 millones.[10]

Señalar los menús chinos e indios como posible causa de la crisis, aparte de ser tendencioso porque difícilmente pueda justificar el tenue desequilibrio en la demanda, tiene implícito dos mensajes subliminales hábilmente calibrados para confundir a la ciudadanía. Primero, mientras se acuse a los estómagos chinos e indios se librarán los especuladores y los coches europeos y norteamericanos. Segundo, con esta premisa, el sistema económico global basado en el libre mercado no sólo se deshace de cualquier responsabilidad por la crisis alimentaria, sino que se apunta el tanto de haber generado riqueza y progreso en países emergentes como China e India… que ahora comen mejor.  

Mito 3: Los países exportadores e importadores han actuado irracionalmente

Se dice esto porque durante los primeros meses de la crisis, los primeros limitaron sus exportaciones y los segundos compraron grandes partidas de alimentos, ambos con el objetivo común y legítimo de poder garantizar el suministro de alimentos para sus poblaciones. Pues bien, para algunos organismos y expertos este comportamiento en el primer y tercer eslabón ha sido irracional, porque ha estrangulado más la ecuación entre la oferta y la demanda.

Es curioso que en la sociedad del supuesto comercio libre, los inversionistas -aprovechando esa “libertad”- especulen en el mercado con total impunidad sin que nadie diga o haga algo, mientras a ciertos estados se les critica y se les presiona cuando libremente compran y venden en el mismo mercado. Por ejemplo la FAO, en enero publicaba una nota de prensa en la que explicaba algunas de las actuaciones que realizó para frenar la escalada de precios durante los meses iniciales de la crisis en 2010. Se menciona en dicha nota que “La FAO entró en ese momento en contacto con los diferentes países exportadores, con la intención de evitar un fenómeno de contagio tras las restricciones a la exportación de trigo anunciadas por Rusia. Y lo consiguió, excepto en el caso de Ucrania, país en el que al menos logró retrasar la decisión durante varios meses.”[11]

A los países importadores la FAO ha sugerido, a través del documento Guide for policy and programmatic actions at country level to address high food prices, que apliquen medidas económicas y comerciales regresivas para reducir el precio de los alimentos en sus territorios, como por ejemplo subvenciones directas, incentivos fiscales, reducción de impuestos como el IVA, reducción de los aranceles, etc. La FAO, además, ha organizado seminarios para dar a conocer estas sugerencias y considera esencial que los estados revisen sus opciones legislativas, supuestamente para incorporar estas medidas que, van encaminadas a que las opulentas ganancias de los inversores financieros sean costeadas por los estados soberanos, que verán reducidos sus ingresos arriesgando la financiación de sus programas sociales mientras incrementan su endeudamiento.[12]

No ha sido posible localizar documento alguno en el que la FAO u otro organismo internacional hayan cabildeado a instituciones financieras para que frenaran la sangría especuladora.

Mito 4: Se trata de una crisis alimentaria mundial

Llegado este momento hay que indicar que la especulación en los mercados de futuros, por si misma no es la causa de la crisis. Dicho de otra manera, los países que se cultivan sus propios alimentos no tienen porque adquirirlos en el mercado. El problema lo tienen los países que han instaurado el modelo agroexportador que fomenta la siembra de cultivos para la exportación al supermercado global (sobre todo los exóticos y las materias primas) en detrimento de la producción nacional de unos alimentos que ahora obligadamente tienen que adquirir en el segundo eslabón.

Olivier De Schutter, relator de la ONU para el derecho a la alimentación, lo dejaba entrever en una reciente entrevista: “Los países africanos se han beneficiado de unas cosechas en 2010 relativamente buenas y no afrontan un riesgo inmediato (…) Los países que importan la mayor parte de la comida que necesitan son más vulnerables. Los menos desarrollados compran el 20% de sus alimentos, y su factura se ha multiplicado por cinco o seis desde los años 90. Esta dependencia de los mercados internacionales es muy peligrosa.”[13]

Ameritaría otro artículo explicar los mecanismos que han propiciado el abandono de la soberanía alimentaria, pero destacar que muchos organismos como el Banco Mundial presionaron y espolearon a naciones pobres para que apostaran por la agroexportación ahogando su propia agricultura campesina. También la desaparición de los aranceles bajo la “lógica del mercado”, facilitó que excedentes alimentarios subsidiados de Estados Unidos penetraran en países pobres, aniquilando la producción local lo que derivó en una dependencia de las importaciones. O casos como el de España, que en 2006 aprobó una reforma en la que reducía considerablemente su producción de azúcar (500.000 toneladas de cuota con un consumo de 1,3 millones de toneladas). El acatar la disminución en lugar de legislar en favor de una agricultura sostenible que garantice dicho suministro interno generando a la vez empleo y desarrollo rural, ha propiciado que España dependa de las importaciones y de los precios internaciones.[14]

A nivel general, la liberalización del mercado agrícola alejó a los estados de su función tradicional de legislar según los intereses de sus poblaciones, lo que ha provocado que la cadena alimentaria sea controlada por grandes empresas que exprimen al agricultor hasta su desaparición. Sin éste no hay cultivos y crece la dependencia hacia unas pocas transnacionales que manejan y especulan con el comercio agrícola.

Por tanto la crisis actual no se trata de un fenómeno coyuntural, sino que el escenario para la tragedia actual, durante décadas se fue preparando en muchos países a través de políticas liberales ortodoxas impuestas en algunos casos a través de chantajes y conflictos armados (recuerden si no, el paquete de medidas económicas que instauró el gobierno “amigo” de Irak tras la defenestración de Sadam Hussein).

Mito 5: Los agricultores salen ganando por el alza de los precios

Se cree que los elevados precios de los alimentos repercuten positivamente en los agricultores de países del primer eslabón, que se benefician de la situación y reciben mejores precios por sus cosechas. Pero esto no suele ser así, porque el principal problema que enfrenta la agricultura para la exportación es que las diferentes fases de la cadena agroalimentaria (semillas, insumos, intermediación, distribución, transformación, etc.) se concentran cada vez en menos manos. Esta situación de oligopolio da fuerza a estas “manos” que determinan las condiciones y en el caso de la intermediación y la distribución, son éstas las que establecen los precios de compra sin que la política ponga límite al abuso.

En España el saqueo se visualiza en el Índice de Precios en Origen y Destino de los Alimentos, que calculan la coordinadora agraria COAG y las organizaciones de consumidores UCE y CEACCU. En el estudio último de abril de 2011, los cultivos, de media, multiplicaban un 505% su valor desde el agricultor al consumidor y en algún caso concreto se llegaba al 761%. Para COAG “Una vez más, los datos evidencian que la distribución mueve los hilos de la cadena agroalimentaria a su antojo, independientemente de la evolución de los precios en el campo, e impone condiciones desde arriba para salvaguardar sus márgenes, manteniendo o incluso elevando los precios en épocas de mayor consumo…”.[15] La situación es tan decimonónica que los agricultores en muchos casos no negocian un precio de venta, sino que entregan su producción y al final les abonan una pequeña migaja que a veces no cubre ni los costos de producción.

La propia Comisión Europea reconocía en un informe la detección de “…una serie de graves problemas en la cadena de abastecimiento, como el abuso de poder de compra dominante…”. Mientras el Parlamento Europeo dejaba claro en una Resolución de febrero pasado “Que el alza de precios de los productos alimenticios no se traduce automáticamente en un incremento de las rentas de los agricultores, debido sobre todo a la velocidad con que aumentan los costes de los insumos agrícolas (…) el porcentaje de la renta de los agricultores procedente de la cadena alimentaria ha disminuido considerablemente, mientras que los beneficios de los transformadores y los minoristas han experimentado un aumento constante…”.[16]

Mito 6: Hay que liberalizar más los mercados agrícolas

En un artículo publicado en enero y firmado por el ex director de la FAO, Jacques Diouf, decía que “Las medidas sanitarias y fitosanitarias unilaterales, así como los obstáculos técnicos al comercio, suponen un freno para las exportaciones y, en particular, para los países en desarrollo.” y “Se debe llegar a un consenso en las negociaciones ya demasiado largas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para poner fin a la distorsión de los mercados y a las medidas comerciales restrictivas para el comercio que agravan los desequilibrios entre la oferta y la demanda.”[17]

Una vez más, se parte de un desequilibrio que realmente no existe entre el primer y el tercer eslabón, como aclara Olivier De Schutter: “Hay escasez localizada en regiones donde las cosechas han sido bajas o que han sufrido desastres naturales o conflictos o donde las rutas de comunicación son muy pobres. Pero producimos suficiente para alimentar al mundo. Si los mercados funcionasen bien y la gente tuviera la capacidad adquisitiva para comprar la comida disponible no habría hambre. El hambre es un problema político.”[18]

Las afirmaciones de Jacques Diouf son más graves por cuanto se apuesta, bajo la aplastante “lógica del mercado”, por incidir en un modelo agrario basado en el comercio libre y en la exportación (el de los tres eslabones), en detrimento de uno que garantice la seguridad y la soberanía alimentaria de los pueblos. Con él se fomenta entre las naciones, el abandono de su auto abastecimiento de alimentos y la dependencia hacia el segundo eslabón (mercado) con su voracidad y perversidad incluidas. Para los agricultores una mayor liberalización no es provechosa, porque como se decía antes, la distribución y la intermediación imponen los precios de compra y venta. Por tanto, por mucho que se desregule y por muchas fronteras que se abran, al final es el intermediario quién acaba repartiendo el pastel. De Schutter indicaba al respecto que “…ni los pequeños agricultores se benefician siempre de los altos precios, porque están en el eslabón de la cadena más débil, ni los consumidores de la bajada de precios porque las empresas importadoras o los pequeños comercios no los trasladan al mercado.”[19]

Mito 7: Hay que aumentar la inversión y la producción

No hay una escasez pero se busca acrecentar la producción (oferta) en el primer eslabón para calmar el alza de precios que acaece en el segundo. Dicho gráficamente, el lobo asaltó el gallinero y por las ventanas se echan más gallinas para saciar su voracidad.

Pero, el problema no es de cantidad sino de accesibilidad. No se requieren cirugías financieras y técnicas con aparatosos postoperatorios, sino una ración de justicia social y coherencia. Según el Parlamento Europeo “…al menos el 30 % de todos los alimentos producidos en el mundo se despilfarra en varios puntos de la cadena alimentaria.”[20] Se refiere a la cadena controlada por unos pocos, en donde los alimentos recorren largas distancias para transformarse en productos envasados que se exponen luego en un supermercado. Y es cierto que de cara al futuro se tiene que plantear un aumento en la producción teniendo en cuenta el incremento de la población, aunque más temprano que tarde habrá que cuestionarse medidas controvertidas como el control de la natalidad, si no quiere la raza humana convertirse en una plaga que arrase con el planeta.

La producción y la inversión, per se, no son la panacea. Un incremento de ambas puede ser positivo si el protagonista activo es el pequeño agricultor y campesino, que genera alimentos dignamente para las comunidades locales de una forma sostenible y accesible. Pero conforme está montado el cotarro agroexportador bajo el libertinaje comercial, de nada sirve aumentar la inversión y la producción si después: A- La tierra está en manos de terratenientes e inversores que no siembran comida sino cultivos exóticos (café plátanos, etc.) y materias primas para la exportación (algodón, soja para biodiesel, etc.). B- No se legisla para eliminar, sino que se mantienen los engranajes que permiten los atropellos ejercidos por los especuladores y las transnacionales que controlan las semillas, insumos, comercialización, transformación, precios de compra y venta, etc.

De hecho, en una nueva vuelta de tuerca, en algunos países del sur, desde hace años ha crecido vertiginosamente la cantidad de hectáreas acaparadas por extranjeros. Algunos son estados soberanos que buscan su abastecimiento, pero otros son inversores que una vez dominados los mercados, la venta de semillas e insumos, la distribución, la comercialización, etc. ahora van a por la tierra que es lo único que no tienen bajo sus zarpas. Y es que después del batacazo de las “subprimes”, el negocio agrícola es una garantía como explicaba un financiero al diario Público: “No hay prácticamente otro producto en el que invertir en estos momentos cuya demanda real sea tan clara…”[21]Porque puede bajar la demanda de coches o móviles, pero comer es preciso.

En esta coyuntura los “agrinversores” no irán con pequeñeces. Sus tierras dispondrán de regadíos modernos, tractores, transporte, buenas carreteras y no dudarán en contaminar el medio ambiente (ajeno) con agroquímicos y cultivos transgénicos. Abandonarán la tierra cuando acaben con su fertilidad y buscarán otras para arrasar, como hizo con sus bananeras la United Fruit. Y nunca, absolutamente nunca sembrarán para los pobres frijoles a diez pesos la libra, pudiendo vender en dólares maíz para bioetanol. Sin duda más inversión y producción pero ¿quién come?

Mito 8: Hace falta una nueva revolución verde

A mediados del siglo pasado la agricultura se mecanizó y se incorporaron semillas mejoradas y productos químicos. Este proceso que facilitó un aumento de la producción se denominó “revolución verde”, aunque no logró acabar con el hambre porque no solucionaba el problema de la accesibilidad a los alimentos. Esta evidente contradicción no es óbice para que algunas voces clamen ahora por una segunda “revolución verde” que sería encabezada por las semillas transgénicas. La justificación la de siempre: aumentar la producción para paliar el desequilibrio de la oferta y la demanda entre el primer y tercer eslabón.

Sin embargo, apostar por una segunda “revolución verde” sería incidir en un modelo ecológicamente insostenible que ha contaminado al medio ambiente y las personas. Los efectos negativos y los fracasos de los cultivos transgénicos han sido documentados ampliamente. Actualmente sólo tienen cabida en una agricultura industrial, mecanizada, con vocación exportadora y fuertemente dependiente del agonizante y caro petróleo. Sin olvidar que los agroquímicos y las semillas transgénicas forman parte del mismo “paquete tecnológico” que se tiene que comprar, lo que amarra al agricultor a unas pocas transnacionales que se lucran con este negocio.

En diciembre, De Schutter publicó un informe en el que apostaba por la agroecología como un modelo ambientalmente más sostenible y socialmente más justo. Se detallaban experiencias de agricultores ecológicos que lograron mejores producciones que los convencionales y se afirmaba que “…la propagación de las prácticas agroecológicas puede aumentar al mismo tiempo la productividad agrícola y la seguridad alimentaria, mejorar los ingresos y los medios de sustento de la población rural y contener e invertir la tendencia a la pérdida de especies y la erosión genética.”[22]

Son precisamente estas bondades sociales y ambientales las que dificultarán su propagación, ya que el modelo agroecológico cuestiona la “lógica del mercado” a la vez que desmonta el chiringuito de los que se enriquecen con las penurias de la mayoría. Por tanto, a seguir comiendo moscas y salvando bancos que Bin Laden murió y estamos de fiesta.

– Vicent Boix. es escritor, autor del libro El parque de las hamacas y responsable de Ecología Social de Belianís. Artículo de la serie “Crisis Agroalimentaria”, ver más aquí.

 

 

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