En la violencia desatada por la estéril guerra que el gobierno de México libra contra el narcotráfico, por encargo de Washington, su relación con las naciones centroamericanas y otras más al sur se deteriora
“La garra del imperialismo mexicano se cierne sobre Guatemala”, se leía en carteles en las calles y en desplegados en algunos diarios de la capital cuando en 1966 llegó a esa ciudad el presidente de México Gustavo Díaz Ordaz, en visita oficial para entrevistarse con su homólogo Julio César Méndez Montenegro.
Por más que el coronel del ejército guatemalteco representara al partido llamado revolucionario que derrocó a la dictadura de Federico Ponce en 1944, en su gobierno se mantenían los sentimientos antimexicanos que arrancaban desde 1821, cuando la población del estado fronterizo de Chiapas decidió en un plebiscito adherirse a la naciente nación vecina del norte. Guatemala consideró siempre que México le había arrebatado ese territorio, que reclamó junto con el de Belice hasta la independencia de esa posesión británica en 1973. Pero su resentimiento con México, agudizado cuando el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines apoyó, aunque infructuosamente, al de Jacobo Arbenz, finalmente derrocado por el golpe militar de Carlos Castillo Armas en 1954, no concordaba con la prestigiosa política de México, reconocida durante muchos años por su postura frente a las dictaduras castrenses del área y por su respeto a la soberanía y la autodeterminación de los estados.
El otorgamiento de asilo político a gobernantes derrocados y líderes políticos perseguidos, el desconocimiento del régimen de Francisco Franco en España, la negativa a acatar la decisión de la Organización de Estados Americanos de romper relaciones con Cuba, dictada por Estados Unidos en 1962, daban a México –sin que sus gobiernos así lo proclamaran—el sitio prominente de liderazgo en América Latina.
Ese reconocimiento se mantuvo mientras la política exterior de los gobiernos de México pusieron en práctica los postulados surgidos de la revolución iniciada en 1910 y que en las décadas siguientes constituyeron los años de la construcción, material e institucional, del nuevo país. Todavía en 1973 el gobierno mexicano abrió las puertas a un nuevo exilio masivo, el de los perseguidos de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, y dio refugio a otros emigrantes del Continente, como Argentina en la etapa del dominio de los militares.
Perdido ese prestigio con el advenimiento de los gobiernos afectos al neoliberalismo y la economía del mercado regida por los Estados Unidos, supeditada su política a los dictados del vecino del norte, modificada la composición del panorama latinoamericano con la presencia de otros centros de aspiración a la democracia, otra fama de México avanza en la opinión internacional y en sus relaciones con el resto del Continente.
Hay para ello episodios significativos. En la violencia desatada por la estéril guerra que el gobierno de México libra contra el narcotráfico, por encargo de Washington, su relación con las naciones centroamericanas y otras más al sur se deteriora. El trato que, en la miseria creciente generada por el neoliberalismo, reciben en México los migrantes que cruzan la frontera del río Suchiate en busca de llegar a la Unión Americana en busca de un trabajo –secuestros, desapariciones forzadas, asesinatos—tolerados y hasta propiciados por autoridades venales de los servicios migratorios, están creando una situación de alta tensión en las relaciones con esos países.
En vez de apoyo y solidaridad con los esfuerzos que América Latina realiza en su camino por alcanzar el desarrollo con sus propios medios, México comienza a exportar violencia y criminalidad. La cruel muerte por decapitación dada a veintisiete labriegos en la zona del Petén, en el norte de Guatemala contiguo a Chiapas –asesinato masivo atribuido al grupo delincuencial de Los Zetas, contribuye a exacerbar ese antiguo sentimiento antimexicano, cuando se ve a un país, no ya como el usurpador de territorios, sino como la amenaza presente y actuante, como el país de donde viene la calamidad cuyas autoridades han sido incapaces de erradicar.
– Salvador del Río es Periodista y escritor mexicano
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