Las movilizaciones que desde hace algunas semanas se han escenificado en diversas ciudades del país, pone en evidencia un cierto malestar ciudadano respecto a materias diversas, pero que podríamos resumir como una muy mala percepción del funcionamiento de las instituciones del país. Un lugar protagónico lo ocupa toda la institucionalidad política que administra tanto el gobierno como la oposición.
Resulta paradojal que junto a la caída en la aceptación de las políticas gubernamentales, no se acreciente aquella de los sectores opositores.
La desmovilización de los chilenos no sólo fue el resultado de la prolongación de un estado autoritario heredado de la dictadura militar sino, además, de una administración de dos décadas que se prestó gustosa a tal empresa en nombre de una democracia en la medida de lo posible. La institucionalidad política prescrita por la constitución de los ochenta ha permanecido, en sus aspectos fundamentales, sin mayores cambios. Esto ha hecho posible conjugar bajos niveles de conflictividad social con un modelo económico que garantiza el lucro de las elites y la inversión extranjera. Para construir este capitalismo edénico ha sido imprescindible contar con una clase política que, en nombre de la democracia y el desarrollo, perpetúe un sistema político represivo, excluyente y corrupto.
Las movilizaciones a las que asistimos a través de todo el país marcan un interesante giro en la situación: El modelo de desmovilización comienza a mostrar sus primeras fisuras. En efecto, aún cuando la clase política insiste obstinada en seguir administrando un Chile pos-autoritario, lo cierto es que los sectores más sensibles de la sociedad han comenzado a protestar en defensa de sus intereses. El caso de los estudiantes es paradigmático a este respecto, pero no el único. Notemos que – para bien o para mal – la mayor parte de las movilizaciones reclama un carácter independiente, lo cual significa que el papel de los partidos políticos ha dejado de ser indispensable en la conducción de las demandas ciudadanas. Este fenómeno encontrara su fundamento en el alto grado de desprestigio de una clase política tenida por inepta, corrupta y demagógica.
Resulta sintomático que entre las estrategias de La Moneda para despejar el enrarecido ambiente de esta incipiente movilización social, se convoque, precisamente, a una reunión a todos los sectores políticos. De algún modo, más allá de sus matices, la convocatoria del Ejecutivo reconoce a la actual clase política como pilar de la institucionalidad vigente y como indispensable dique de contención de cualquier riesgo de movilización social. Tal como ha señalado el primer mandatario, hay que cuidar nuestras instituciones, nuestra democracia y nuestra amistad cívica. Finalmente, lo que une a la clase política es mucho más poderoso que aquellas aparentes diferencias.
– Álvaro Cuadra es investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARENA PÚBLICA. Plataforma de Opinión. Universidad de Arte y Ciencias Sociales. ARCIS.
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