El último gobierno del ex presidente Uribe convirtió a Colombia en un campo de confrontación que permitió inimaginables alianzas: su actitud impositiva, casi dictatorial, pendenciera y engañosa, que quiso manejar el país como si fuera su hacienda “El Ubérrimo”; el escabroso entorno del cual se hizo rodear, de quienes hay varios procesados por la justicia; la parapolítica; los ajusticiamientos de inocentes que hicieron pasar por guerrilleros muertos en combate; los focos de corrupción; y la aplicación severa del modelo neoliberal, fueron factores que hicieron confluir a muchos sectores políticos, sociales y hasta empresariales para cortar el camino a la tercera elección de Uribe, grave amenaza para el país.
En esa oposición al gobierno de Uribe se pudieron identificar, en algunos casos con más claridad, los tipos de interés que defendían: unos buscaban respeto al establecimiento debido al resquebrajamiento institucional; otros porque se sintieron afectados en su patrimonio o posición económica, política y social; algunos defendían el Estado Social de Derecho; y muchos otros, los más, eran los golpeados por un modelo económico neoliberal que cada día concentra las riquezas en unos pocos, mientras casi el cincuenta por ciento de la población se encuentra entre la miseria y la pobreza, víctimas del desempleo estructural, la iniquidad, la venta de las empresas estatales constitutivas del patrimonio nacional, el arrasamiento del aparato productivo y la privatización de los más elementales derechos fundamentales.
Estados Unidos –que decide realmente quien gobierna a Colombia- toma nota del crecimiento de la oposición y el clamor anti gringo, por lo cual decide desechar la segunda reelección de Uribe y dirige sus esfuerzos a buscar “su presidente”, que si bien pueda resolver con autonomía algunas cosas secundarias, sea el garante de sus intereses en las corporaciones y trasnacionales; esto es: confianza inversionista, seguridad democrática y cohesión social, políticas que sintetizan las necesidades del imperialismo norteamericano, de llevarse de Colombia sus materias primas, incluida la mano de obra barata, y de apoderarse del mercado interno, no sólo en la industria y el agro, sino también en bienes y servicios, lo que se traduce en la comercialización de los derechos esenciales.
Fue así como Estados Unidos llega a la conclusión que la persona ideal era Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa de Uribe, quien además hizo parte de los gobierno de Gaviria, Samper y Pastrana; es decir, un neoliberal confeso cuyo principal discurso fue defenderle los tres huevitos a Uribe; Santos, como en los tiempos del Frente Nacional, se engulle a todo el mundo con la Unidad Nacional, incluidos quienes salieron paso a paso de la izquierda, donde se sentían incómodos, hasta llegar a la derecha neoliberal.
Consolidar la salud como negocio, criminalizar la protesta social, vender a Ecopetrol, quitarle recursos a las regiones para guardarlos en fondos manejados por especuladores financieros, comercializar la educación superior, entregar el mercado interno con los TLC, ampliar las concesiones de recursos minero – energéticos y hasta de los ríos, entre muchas otras, hacen parte de políticas de exacción al país y a los colombianos.
Mientras esto ocurre, los grandes medios de comunicación hacen lo indecible por elevar la favorabilidad del presidente Santos; en el último sondeo llegó al 71% la aprobación de su gestión, -lo peor es que no destacan que ya hay 28% de colombianos insatisfechos-, sólo 50% piensa que el país “va por buen camino”, 45% se pronuncia contra el desempleo y el 55% dijo que el manejo de la economía es “mala o muy mala”. ¡No hay mal que dure cien años y el neoliberalismo es uno de los grandes males del mundo!
José Arlex Arias Arias, La Verdad, Cartagena, agosto 8 de 2011
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