Cuando se piensa en qué identifica a Colombia uno de los paisajes  que surgen de inmediato es el Parque Tayrona, con el imponente oleaje de Cañaveral y el azul y verde de Neguanje, Cinto y tantas otras bahías y ensenadas de aquel maravilloso y mágico lugar.

Constituye, sin duda, el Parque Natural Nacional por antonomasia y es tal vez el sitio más visitado del territorio nacional desde que, a principios de los setenta, un puñado de ambientalistas encabezados por Alegría Fonseca convocaron un movimiento nacional que  derrotó el proyecto hotelero del gobierno de entonces. Esta victoria es una de las más preciadas entre las logradas por el ambientalismo y el movimiento indígena, al lado de la no exploración de petróleo en el territorio Uwa, la derrota de la Ley Forestal, los dos millones de firmas por el agua y la recientemente lograda defensa del páramo de Santurbán.

No hay duda de que el Tayrona es un bien común de colombianos y colombianas y de la humanidad. Sin embargo en la era de la economía global de mercado todo esta en venta: el agua, el aire, la educación, la cultura, los códigos genéticos, las semillas, el paisaje y el ser humano mismo son las últimas fronteras de un capitalismo rapaz y voraz.

El Parque Tayrona ha sido codiciado de tiempo atrás. La oligarquía samaria, una de las más retrógradas del país,  nunca aceptó vender sus propiedades dentro del parque y logró ganarle al Estado los procesos jurídicos que el Inderena intentó para obligarla. Ahora, esta fronda de terratenientes, encuentra en el capital transnacional dedicado al negocio del turismo un inmejorable aliado, al cual se suman importantes e influyentes figuras de la política nacional y los negocios que cada vez son más la misma cosa. 

Teníamos razón quienes veíamos con sospecha la entrega en concesión de los servicios ecoturísticos al empresario Bessudo. Era el primer paso en la aplicación de la doctrina Uribe según la cual había que “valorizar” los parques naturales nacionales, como si la biodiversidad que contienen y su singular belleza no fueran un valor en si mismo, claro esta: no monetario. Pero como el destino trágico de Colombia es que lo malo da paso a lo peor ahora estamos en frente de una explotación turística transnacional que superará con creces los negocios domésticos de Bessudo.

Muchas cosas van quedando claras: el hilo conductor de la política de los últimos gobiernos colombianos desde la apertura de principios de los noventa es la privatización. El gobierno de Santos concreta lo que se insinuaba desde hace veinte años, se desarrolló sin pausa y se aceleró con Uribe: el secuestro de lo común y de lo público.

La defensa del Parque Tayrona por su importancia y por ser uno de los símbolos nacionales más preciados permite confluir en la lucha por la defensa de los bienes comunes: agua, educación, tierra, trabajo, salud, diversidad ecológica y cultural.

Me atrevo a proponer una gran marcha y una navegación en donde estudiantes, trabajadores, ambientalistas, indígenas, afrodescendientes, parlamentarios y concejales honestos, confluyamos en la playa de Arrecifes para decir basta a la privatización de la vida.

¡Unámonos por un cambio global!

Rafael Colmenares