Me temo que el presidente Santos está en problemas. Como los tuve yo, como muchos los han tenido, por llamar las cosas por su nombre.
La semana pasada calificó a ciertas gentes de Santa Marta o de Magdalena o de la costa o de Bogotá, con el título de prestantes, que en principio parecería que son los que prestan, los banqueros que bien podrían llamarse usureros, pero que los llaman financistas o, en spanglish, inversores. Eran los consentidos de Uribe. O mejor, unos de sus consentidos porque tenía muchos y eran bravos, heroicos y machísimos. Santos los llamó así en uno de esos extraños virajes a los que tendremos que acostumbrarnos. La Real Academia de la Lengua define los prestantes como “personas excelentes o de calidad superior entre los de su clase”. O sea, la nata de la crema. Si no les hubiera dicho más que eso, esa gente habría quedado plena, rebosante, inflada. Pero los llamó así no porque merecieran la Cruz de Boyacá, sino por todo lo contrario: por haber conseguido títulos falsos sobre predios en el Parque Nacional Natural del Tayrona. Es decir, por ser unos vulgares invasores o delincuentes comunes, forajidos de montón. No le falta razón al presidente. En el año 64, cuando se creó el parque, la mayoría del área era baldía. Había por ahí unos títulos medio escondidos. Hoy hay más de 1.000 títulos y por lo menos dos investigaciones concienzudas sobre su legitimidad, pagadas por la Unidad de Parques Nacionales y que sus directivos tendrían que haber leído. Más aun, gran parte de los predios goza de matrícula inmobiliaria. Durante 30 años la cosa pasó de agache, el tema era un tabú por la simple razón de que el parque tiene muchos escondidos –pequeñas bahías, ensenaditas, recovecos– que servían de embarcaderos por donde salían –y salen– toneladas de marimba y de coca, y por donde entraban –y entran– miles de armas. ¡Para qué menear papeles cuando lo que entraba eran puros verdes!

Los prestantes se han incomodado porque se les habla de títulos sobre lo que han sido caletas y donde quieren construir hoteles y convertir el parque en un Miami: altos rascacielos de vidrios negros y avenidas circulares: su paraíso. Ya le hicieron saber al presidente que tiene que decir qué entiende por prestantes y de qué delitos se trata y quiénes son los miembros de esa clase superior. Un lío del zipote, como le habrá comentado a Tutina. Y tiene razón. Un juicio por injuria y calumnia es una vaina aburridora, desgastante y eterna. Y puede salir esposado si su abogado se equivoca y no presenta el historial de cada título que ha sido juiciosamente elaborado por el servicio de notaría y registro de los prestantes. A mí me alcanzaron a pasar escalofríos frente a un juez cuando hablé de los notables de Valledupar, y eso que la definición de tales era más amable: “Personas principales en una localidad o en una colectividad”. El presidente sugirió que los prestantes entran a los parques caminando sobre el tapete rojo de la fama pero que esta vez podrían salir para la cárcel. Que se haga realidad la fantasía, presidente, y que no le pase a usted lo que les pasa a los que con ellos se meten, que terminan en donde usted podría mandarlos. ¡Suerte, presidente!

Nota: El próximo 24 de noviembre serán entregados los premios Gloria Valencia de Castaño a los mejores trabajos de protección al medio ambiente. La Fundación Natura ha creado el premio en honor a quien nos enseñó a sentir los pájaros, los ríos y las selvas y quien le fue abriendo campo a la conciencia verde que toma cada vez más fuerza y que ha impulsado peleas por los parques nacionales invadidos por concesionarios, propietarios ilegítimos, mineros y gentes de armas.

 

Alfredo Molano

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