Por estos días se habla mucho del tema de los bonos de carbono, el CO2, venta de oxígeno, cuidado o cultivo de bosques. Empresas, personas particulares, ONGs e instituciones del estado llegan a los territorios colombianos proponiendo a las comunidades ganar dinero por la venta del aire que producen los bosques. Esto pasa en todo el mundo porque es un mecanismo internacional que se presenta como una forma de reducir los efectos de la crisis climática.
La propuesta es simple y atractiva: “deje crecer el bosque o siembre un bosque y recibirá plata sin mayor esfuerzo”. Claro, a una comunidad llevada del carajo por la pobreza, los desastres naturales como invierno, inundaciones, pérdida de cultivos, además de las muchas necesidades que golpean a cualquier poblador del campo, la selva o las montañas de Colombia esta propuesta cae como una bendición.
Pero vamos a mirar despacito para entender qué es lo que nos están diciendo.
¿Por qué pagarle a alguien por el trabajo que hace el bosque (chupar dióxido de carbono, CO2 y producir oxígeno)?
El asunto es sencillo: los árboles se chupan o respiran el CO2 que es un gas llamado dióxido de carbono. El CO2 es un gas presente en la Madre Tierra, un hermanito, pero que al ser producido en exceso por las máquinas, vehículos y sobre todo por la gran industria, arrojan, entre todos, millones de toneladas de CO2 a la atmósfera causando contaminación, calentamiento global y crisis climática. O sea que por todo esto la Madre Tierra se calienta, se enloquece el clima, se derriten las nieves de los nevados, los hielos de los glaciares y de los polos, se desbordan los ríos, se inundan los cultivos, se derrumban las montañas, se extinguen los animales y la vida de todos los seres se nos vuelve un tormento.
Viendo este tremendo desastre causado por el modelo de desarrollo, especialmente por los países más industrializados, se escribió un acuerdo entre 187 países en el año 1997 conocido como Protocolo de Kioto. Estados Unidos, el país más contaminador de todos no ha firmado este acuerdo. Los países contaminadores se comprometieron a reducir el envío al aire (atmósfera) de varios gases contaminantes, entre ellos el CO2. Pero esto afectaría en gran medida las ganancias de la gran industria. Por eso se inventaron otra forma: pagar para seguir contaminando.
¿Dónde está el truco?
El truco consiste en que ellos siguen contaminando y para justificar el daño ofrecen una cantidad de dinero a los países o a las comunidades que tienen muchos bosques. Nos dicen que nos van a pagar por tener bosques, pero en realidad lo que hacen es pagar por el derecho a seguir contaminando y aumentar sus ganancias.
¿Quién se queda con la ganancia?
La plata que ofrecen por el negocio viene siendo una chichigua, una mínima cantidad, porque la mayor parte se queda en los intermediarios y los dueños del negocio. Las comunidades terminan en la última parte de la cadena o en la puerta del edificio para que les tiren un hueso, mientras que las grandes empresas o las bolsas de valores del mundo se quedan con la mayor ganancia en el piso más alto del edificio.
La gente que recibe el hueso termina, en su propia tierra, como esclava de los que le tiran el hueso del piso más alto y, al mismo tiempo, como cómplice de la contaminación y de su propia destrucción, pues en lugar de rechazar el maltrato de la Pacha Mama recibe unos billetes por su silencio.
¿Cómo se está llevando a cabo?
La forma como se lleva a cabo el negocio del oxígeno es complicada de entender y muy variada. Lo primero que se estableció fue la norma a nivel internacional conocida como Protocolo de Kioto y que ahora en Colombia se incluye en el Plan Nacional de Desarrollo 2011-2014 como Programa REDD (Reducción de las Emisiones provocadas por la Deforestación y la Degradación de los bosques). Una vez tenida la norma el gobierno, las Naciones Unidas, el Banco Interamericano de Desarrollo, ONGs, bancos, empresas o particulares, o combinación de varios de estos, se acercan a las comunidades (afros, campesinos e indígenas) a ofrecer el “negocio del CO2” disfrazado de proyectos ecológicos, en los que la comunidad cuida las tierras que habita para que produzcan oxígeno.
Otra forma es la compra de tierras (para plantaciones) o de bosques para producción de oxigeno. Para el mismo fin también se buscan tierras y bosques en arriendo.
Otra es a través del despojo de tierras llevado a cabo por grupos armados que se apoderan de esos territorios para participar del negocio conocido como guerra del CO2.
Conclusión
De esta manera lo que se logra no es proteger la Madre Tierra sino continuar su destrucción para seguir ganando dinero. Los que más plata tengan pueden comprar su derecho a contaminar. Los dueños de los bosques con el tiempo terminan afectados por inundaciones, sequías, pérdidas de cultivos, enfermedades…
Por eso vale la pena preguntarle a los contaminadores, a los gobiernos y a los mercaderes del aire “¿Cómo pueden comprar o vender el cielo, el calor de la Tierra o el aire?” Esa es una idea extraña para los pueblos arraigados a la tierra.
Organizaciones como las asociaciones de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, ACIN, y del Chocó, Orewa, han dicho que no aceptan el chimbo negocio de los bonos de carbono.
El Pueblo Wounaan escribió hace poco a los contaminadores: “dejen de envenenar el aire y la Madre Tierra que nosotros no tenemos ningún interés de cobrar por el trabajo que hacen nuestro hermano el bosque”.
Datos importantes
El Protocolo de Kioto se firmó el 11 de diciembre de 1997 en Kioto, Japón, pero no entró en vigor hasta el 16 de febrero de 2005. En noviembre de 2009, eran 187 estados los que ratificaron el protocolo.
Entre 2008 y 2012 los países firmantes del Protocolo deberían dejar de enviar el 5.2% menos de las emisiones que lanzaban a la atmósfera en 1990 (como año de referencia). Por ejemplo, si las emisiones de estos gases en el año 1990 alcanzaban el 100%, para el año 2012 deberán de haberse reducido como mínimo al 95%.
Estados Unidos, el país más contaminador, no ha firmado el Protocolo de Kioto.
Un bono de carbono es un permiso que se compra por emitir una tonelada de CO2 a la atmósfera.
Un bono de carbono vale 12 euros (unos 30 mil pesos) en promedio. Hasta 2009 España había comprado en
América Latina 60 millones de bonos por un valor de 1260 millones de euros (3 billones de pesos aprox.).
En Colombia hay muchas empresas, particulares e instituciones que van por los pueblos ofreciendo las ventajas del negocio. Entre estas: USAID, Banco Mundial, Fundación Gordon and Betty Moore, Banco Interamericano de Desarrollo, Global Emviromental Facility, PNUMA, ALIDE (asociación latinoamericana de instituciones financieras para el desarrollo), South Pole, Cantor CO2e, Terra Commodities y Dulces Colombina.
Tejido de Comunicación – ACIN
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