El pasado domingo un grupo de paramilitares entró campante en Santa Rosa y obligó a sus habitantes a presenciar en la plaza el fusilamiento de un joven de 22 años.

"Diego se equivocó, su error fue salir corriendo", relatan los testigos que presenciaron cómo se apagó la vida de Diego Sney Delgado después de que un grupo de veinte paramilitares lo ejecutara en plaza pública.
 
"Cuando llegaron los tipos, Diego, que ya estaba tomado, se asustó y salió corriendo para evitar problemas. Eso emberracó a los tipos que salieron detrás de él hasta que lo cogieron y pues lo llevaron a la caseta de la plaza y allá lo mataron", resume una voz anónima, como todas las que ahora hablan en Santa Rosa.
 
Diego había llegado ese domingo al corregimiento de Santa Rosa (Nariño) en compañía de su madre y de su hermano, de 25 años, tres años mayor que él. Mientras su madre hacía el mercado, los dos hermanos la esperaban jugando billar.
 
Diego calzaba botas negras, vestía un pantalón azul oscuro y una camisa rosada, color que contrastaba con el tono trigueño de su piel. Ese domingo era el día libre de Diego que trabajaba en el campo como jornalero, día en que había decidido echar un 'chico' de billar en vez de jugar microfútbol o estar metido en una pelea de gallos, sus dos aficiones.
 
Ya era medio día en Santa Rosa y Diego junto con su hermano seguían en el billar, jugando y tomando cerveza. Entonces un grupo de veinte paramilitares irrumpió en el pueblo y en cuestión de segundos todo cambió.
 
Diego, ya con unos tragos en la cabeza, quiso ir a buscar su caballo para poder huir y evitar problemas. Le dijo a su hermano que salieran juntos pero a este no le parecía una buena idea y lo intento disuadir, aunque sin fortuna.
 
Un grupo de paramilitares salió detrás de él y minutos después lo capturaron y lo llevaron hasta una caseta ubicada en la plaza pública. El pueblo entero había sido obligado a presenciar lo que estaba a punto de ocurrir, incluida la madre y el hermano de Diego.
 
Después de pegarle varias veces, los paramilitares empezaron a gritarle a Diego guerrillero y a lanzar amenazas a todos los presentes. Lleno de rabia Diego se enfrentó a los hombres y les dijo: "yo no soy ningún hijueputa, si fuera guerrillero no hubiera venido por acá. Yo no soy miliciano". Sus palabras de nada sirvieron.
 
El cabecilla del grupo lo golpeó una vez más con la hoja del machete en la cara y dio la orden de matarlo. Otro joven se acercó, apuntó y disparó tres veces. Su madre, quién minutos antes había pedido que la mataran a ella y no a su hijo, perdió el conocimiento y se desvaneció junto al cadáver.
 
Dos días después, y gracias a la colaboración de varios vecinos que recolectaron dinero para el funeral, Diego fue enterrado en Pasto. Había poca gente, sus tres hermanos, su madre y algunos amigos. Su padre, Luis Alejandro Delgado, no pudo asistir: un grupo de paramilitares lo asesinó cuatro años y tres meses atrás.
 
Agotados y entre lágrimas, los vecinos tienen poco más que contar, están vacios. Los recuerdos se borran durante las preguntas y el llanto les impide hablar. El miedo también es un obstáculo: no los deja recordar; no saben en quién confiar; no saben cuándo podrán volver a sus casas; no saben quién les va a responder por la vida de Diego.
 
Después de escuchar los relatos, un ruido persiste en la historia, hay algo que no encaja con lo sucedido: Diego no se equivocó, Diego no tuvo la culpa, Diego no cometió ningún error. Diego fue ejecutado.

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