La ley del más fuerte aparece justamente ante la ausencia de cualquier otra ley que garantice un orden más justo y equitativo que se opondría a la tiranía y el abuso de los poderosos. Pero las leyes laborales cada vez son más proclives a la protección de los fuertes y al desamparo de los débiles.

Esta semana, como cada año, tendremos un día de fiesta por la celebración del Día Internacional del Trabajo, lo cual es sorprendente si se tiene en cuenta el creciente número de desempleados y los sucesivos fracasos de los gobiernos tratando de generar trabajo para todos. Pero en realidad valdría la pena darle una mirada al asunto del trabajo frente al de la esclavitud, más allá de la conmemoración romántica del Primero de Mayo.

Cada vez más los trabajos modernos se parecen a la esclavitud, lo que representaría un retroceso en la especie humana. Lentamente van desapareciendo los derechos de los trabajadores conseguidos a sangre y fuego durante siglos de luchas. La humillación se abre camino a codazos en el sector laboral. Patrones e intermediarios abusan física, verbal y contractualmente de los trabajadores porque están respaldados y protegidos por la Ley. El trabajo de "toda una vida" que se premiaba con el júbilo del deber cumplido y la garantía en calidad de vida durante la vejez, hoy no es más que un vago recuerdo, que, además, es vilipendiado, ya que se insiste cada día en que las empresas no pueden mantener a sus exempleados en tanto ellos ya no aportan al crecimiento económico. Una tesis bastante parecida, por absurda, a las razones que mantuvieron viva la esclavitud en América por más de tres siglos. Me dirán los economistas, con las manos llenas de cifras y documentos, que no es absurda, que es cierta y que es fundamental la comprensión de ese asunto.

Que algo sea cierto no quiere decir que deje de ser absurdo. Es cierto que siempre, a lo largo de la historia de la Humanidad, ha habido esclavos. Desde tiempos muy remotos se tienen pruebas documentales. Para Aristóteles, por ejemplo, la esclavitud no era una institución perversa, sino una forma de castigo a quienes eran vencidos en batalla; o una forma de ayudar a sus semejantes cuando, por ejemplo, en caso de necesidad económica, un padre vendía a su hijo, se le permitía resolver un problema grave. Además, era justo, porque a los padres que vendían a sus hijos se les reconocía el derecho a recuperarlos, comprándolos de nuevo. Hoy en día nos parece una idea monstruosa.

La Biblia, por ejemplo, cita en el Génesis la justificación de la esclavitud, muchos siglos antes de que los europeos se inventaran el tráfico de africanos: resulta que Cam, un día iba por ahí y vio borracho y desnudo a su papá, quien acababa de inventar el vino. El asunto le produjo mucha risa y empezó a burlarse de él. El problema es que el divertido hombre era hijo de Noé, nada menos que el de la barca más grande que el Titanic. Al despertar Noé, en medio de la resaca invocó a Dios, que se enojaba mucho cuando sus favoritos eran puestos en tela de juicio, como le pasa a Uribe con sus funcionarios de palacio. Y entonces Dios, por solicitud expresa de Noé, como Álvaro por solicitud expresa de Santiago, le envió el peor de todos los castigos, la peor humillación, la más execrable degradación que se le pudo ocurrir en ese momento de ira e intenso dolor. Castigó al bufón haciendo que su primogénito fuera esclavo de sus primos, los hijos de Jafet. Y esclavo quería decir que tenía que trabajar al servicio de sus amos. De ahí el dicho popular de que "el trabajo lo hizo Dios como castigo". Pero, según la Biblia, esa no fue una decisión menor, ya que convirtió en maldito a un grupo humano inocente, que tras varias líneas de descendencia terminaron poblando Sodoma y Gomorra (y África), y fueron arrasados por el mismo Dios que los excluyó y los marginó por siglos, bajo el entendido de que eran tan malos que era mejor hacerles una especie de "limpieza social". Absurdo, pero sucede.

Los romanos también fueron célebres por la esclavitud que institucionalizaron por siglos. Los propietarios, ricos empresarios o políticos ejercían sobre sus esclavos un poder absoluto, de tal manera que el esclavo no pudiera tomar ninguna decisión que no fuera obedecer. En caso contrario, el propietario tenía derecho a la coacción represiva respaldado por el Estado. En Roma todos podían tener esclavos, mientras los pudieran mantener alimentados, vestidos y saludables, pero no por el bienestar del esclavo, sino para mejorar su rendimiento. Por lo tanto, la riqueza se demostraba a través del número de esclavos que se pudiera tener. Y, en consecuencia, había esclavos de lujo, algo así como las modelos de las grandes marcas de ropa. Y esclavos tratados como animales de carga, completamente desechables, algo así como las mulas del narcotráfico.

Con el paso de los siglos y de los modelos económicos, se fueron cambiando los modelos de esclavos. La novedad de la esclavitud a partir del Siglo XV fue que se especializara en la caza y desplazamiento de los negros africanos, pero siempre hubo. Y siempre por razones económicas. Cada modelo económico ha traído consigo un modelo de esclavitud. Hasta la libertad de los esclavos se produjo por razones económicas. Si revisamos el asunto, es fácil deducir que es más barato para el empresario o industrial pagar un salario mínimo que mantener a una familia de esclavos en condiciones saludables de rendimiento laboral. Mediante el sistema económico actual, el esclavo paga todos sus gastos de consumo y de seguridad social, aunque no se beneficie de tener una EPS eficiente o una jubilación para la vejez. Pero es libre de decidir en que se gasta sus pocos centavos.

Así que, el asunto de la esclavitud ha acompañado a la humanidad. Nos convencieron de que el trabajo era una cuestión de dignidad humana y ahora las condiciones de trabajo son completamente indignas. La esclavitud es una forma de expresión de la antigua "Ley del más fuerte" y las condiciones laborales actuales, en todo el mundo, se le parecen mucho. La ley del más fuerte aparece justamente ante la ausencia de cualquier otra ley que garantice un orden más justo y equitativo que se opondría a la tiranía y el abuso de los poderosos. Pero las leyes laborales cada vez son más proclives a la protección de los fuertes y al desamparo de los débiles.

Los esclavistas siempre tendrán argumentos. Me imagino que en unos dos siglos, los analistas históricos agregarán, a la larga lista de esclavitudes, la del siglo XXI, y la describirán como un mecanismo de protección de la industria en crisis por razones de abastecimiento energético, que ayudó al fortalecimiento de las estructuras democráticas, también en crisis. Los analistas económicos dirán que fue una época de transición que coadyuvó al establecimiento de sistemas de producción sólidos que, sin embargo, le daban muchas libertades a los esclavos, al permitirles movilidad y asociación, lo mismo que algunas condiciones materiales. Y los religiosos dirán que la maldición de Noé ha prosperado al multiplicarse los descendientes de Cam.

 

Por Teresa Consuelo Cardona G.