Habrá independencia cuando los ejércitos se vayan de los territorios indígenas, cuando el país hable las lenguas que le pertenecen y demuestre ser capaz de cuidarlo sin la conducción de otros. Atrevámonos a saber el mundo de los nasa, está vivo y tiene mucho que enseñarnos. Ellos deberían ser nuestros verdaderos héroes de la patria y no los bolívares que tanto despreciaron las culturas indígenas.

Dos palabras bastaría para ilustrar cuán cerca y cuán lejos estamos de la cultura nasa, de su vitalidad y de sus enseñanzas: Tunxi vxu´.  Ni siquiera nos daría la boca para pronunciarlas, pues el grupo de sonidos prenasalizados y aspirados se nos atragantaría en el cerebro y creeríamos, por un prejuicio cultural, que tal palabra está mal escrita o que simplemente no es una palabra válida. Imagino que así les debió suceder a los primeros invasores europeos que se enfrentaron a los nasa. Así les sucede ahora a los nuevos ejércitos que intentan someter a esta cultura milenaria. Los torpes en el aprendizaje de la lengua nasa yuwe echan a perder su sonoridad y la amoldan a oídos toscos, a formas violentas de tomar posesión de una tierra que nos les pertenece.
Pronunciar mal una palabra es arruinar el conocimiento que contiene. Ellos la traducen tal y como se les aparece en uno labios de balas: Toribío. Y esta fea palabra, fruto de la incomprensión y de la incapacidad para la pluralidad lingüística del país, produce una torpeza institucional con respecto al conocimiento milenario nasa. Como no se habla su lengua, como no se les entiende, entonces los despreciamos, los acusamos, los atacamos.

Nuestra sociedad, alimentada de palabras mutilantes, padece de una enfermedad crónica: alguien la ha llamado la peste del olvido, pero es algo peor, pues ignorar nos ha hecho cómplices de los etnocidios justificados por el cristianismo, la civilización, la razón, la democracia, la revolución y la comercialización.

Pero hoy sabemos que estos sueños traídos a las montañas del Cauca son los sueños soñados por otros, no por los nasa. Son sueños impuestos para que los nasa dejen de ser lo que han sido a lo largo de siglos y se sumen al mundo uniformado por el dinero.

Los nasa de Tunxi vxu´ (“el recipiente de plata que sirve para beber agua”) no son ni guerrilleros ni paramilitares ni soldados ni narcos ni cristianos ni colombianos. Ellos son simplemente nasanas, es decir, seres que usan el lenguaje de su tierra. Y son nasanas porque habitan estos territorios desde antes de la llegada nefasta de los invasores europeos. Son nasanas y no se les puede obligar a hablar el español ni a negociar en español cuando se trata, precisamente, de decidir sobre su historia propia. Un repaso a la cartografía ancestral nos revelaría que los nasa habían llegado a congeniar con tierras muy lejanas. Varios municipios del actual Valle del Cauca son lugares sagrados para los nasa.

Así Dagua (Dawa: “árbol del higuerón”), así Jamundí (Jebu Dxi´j: “costado izquierdo del camino”). Así Tuluá (Tul Wah: “rancho dentro de la parcela”). Ignorar el idioma ancestral de un territorio es, pues, ignorar sus claves, los principios que armonizan las relaciones entre las energías de los seres que lo habitan. Pero aún peor es imponer un idioma sobre un territorio que no lo parió. Los idiomas nacen de la tierra y los seres que la habitan. La experiencia en el mundo se consigna en el idioma de un territorio. Así que imponer un idioma es asesinar, primero, el conocimiento acumulado y, segundo, el territorio mismo.

Cuando se impone un idioma, los seres de un territorio pierden su dignidad y pueden ser degradados a cosas manipulables, desechables. Imponer un idioma foráneo a un país de muchos idiomas es, en una palabra, promover el vasallaje cultural, la dependencia intelectual de los seres que lo han habitado desde tiempos remotos frente a culturas y pueblos lejanos que fundaron sus formas de pensar desde otros modos de relacionarse con el mundo.

De ahí que no haya consigna humanística más equivocada que la de civilizar y alfabetizar en una lengua europea a las culturas ancestrales del Cauca. Eso sería como pedirles que renunciaran al conocimiento que les dio origen y sentido. En la casa de los nasa, en la yat wala, esta sucediendo lo que en todas las culturas ancestrales de Abya Yala. Un día gentes extrañas irrumpieron en la casa con la cruz, las armas y el alfabeto y obligaron a los jóvenes y a los niños a adoptar la mentalidad de los asesinos de sus ancestros, les inculcaron la vergüenza frente a su lengua y sus tradiciones. Luego se apoderaron del territorio y se declararon dueños legítimos, incluso presidentes. El cristianismo, el español, la escritura, las leyes y las armas nos han hecho creer –o nos han enseñado a creer– que ellos son los primeros y los únicos y que los nasa son extranjeros y menores de edad en su yat wala. Que los thë´ wala, sabios que sueñan el conocimiento, desconocen su territorio y que son incapaces de cuidarlo y de administrarlo sin la ayuda del Estado colombiano. El Presidente de Colombia quiere ser el papá que regaña y enseña a sus niños cómo vivir, que les orienta en la vida para que no se equivoquen.

Qué manera más perversa de contar la historia. El Estado colombiano y todos sus hijitos díscolos son en realidad quienes carecen de entendimiento para aprender del mundo nasa. Nos cuesta trabajo entender que un sakelo no es una fiesta, sino una ofrenda al conocimiento. Al danzar y cantar se recuerda el modo de vida de los seres que facilitan y preservan la vida en un territorio. Además, el sakelo recuerda la victoria del cóndor sobre el toro traído por los europeos. Es decir, la independencia de los nasa frente a la mente colonizada de los colombianos.

Hace más de cien años, el novelista alemán Karl May, en el prólogo a su novela Winnetou, consignó una idea que difícilmente estaríamos dispuestos a aceptar: “Si es muy cierto que todos los seres vivos tienen el derecho a la vida, y esto aplica igualmente a la totalidad como a las individualidades, ¿por qué el indígena no tiene el mismo derecho a existir que el europeo? ¿Por qué no se le reconoce su facultad para desarrollarse en sociedad, en relación con su forma de pensar su propio Estado, y así desarrollar su singularidad?”. La elección del pueblo nasa de Tunxi vxu´, expulsar de sus territorios a todos los ejércitos invasores, es desde todo punto de vista legítima y recuerda de paso por qué sigue siendo un engaño celebrar los doscientos años de la independencia. Habrá independencia cuando los ejércitos se vayan de los territorios indígenas, cuando el país hable las lenguas que le pertenecen y demuestre ser capaz de cuidarlo sin la conducción de otros. Atrevámonos a saber el mundo de los nasa, está vivo y tiene mucho que enseñarnos. Ellos deberían ser nuestros verdaderos héroes de la patria y no los bolívares que tanto despreciaron las culturas indígenas.

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