Cuando una familia desplazada por el conflicto armado llega a Medellín, desorientada, emprende la lucha por sobrevivir. Sin tiempo para pensar en lo que quedó atrás –tierras, animales, familia, historia— buscan un lugar donde dormir, algo qué comer. El primer paso, como si estuviera escrito, es buscar en lo alto de las laderas, donde se hacinan miles de desarraigados, un lugar donde puedan armar un rancho. Luego viene el rebusque, inventar la manera de conseguir dinero; y es en este momento donde a los niños, no importa su edad, se les trata como adultos que deben aportar a la supervivencia de la familia.