Queridos amigos y amigas. Acabo de llegar de un viaje a Haití. Fui a participar en un congreso del movimiento campesino haitiano y aproveché la ocasión para visitar varias regiones del país y los proyectos que la brigada de la Vía Campesina/ALBA, está desarrollando en solidaridad con el pueblo de Haití.

 
Me gustaría comenzar mi carta, comentando las características principales de esta nación. Es un país del tamaño de Alagoas (27 mil Km2), todo él montañoso, como Minas Gerais, y con las montañas totalmente devastadas, o sea sin cobertura vegetal, pues los campesinos, en el transcurso de varias décadas, tuvieron que recurrir al carbón como única fuente de energía y de renta. Toda la alimentación de Haití es preparada con carbón. No hay cocinas a gas en el país, con la salvedad de los barrios ricos de Puerto Príncipe. El clima es semi-árido en todo el país. Llueve sólo tres meses por año, y después aquella sequía nordestina… Y la población es de diez millones de personas, en ese pequeño territorio superpoblado, con un 95% de afrodescendientes y 5% de mulatos.
 
Ellos son los herederos de la primera gran revolución social de América Latina, cuando en 1804, se rebelaron contra los colonizadores franceses que los explotaban como esclavos, y los condenaban a tener una esperanza de vida de solo 35 años. Expulsaron a todos los colonizadores, eliminaron la esclavitud y distribuyeron las tierras. Y como sabían que los colonizadores podrían volver aún más armados, subieron a las montañas, en donde viven hasta hoy.
 
Los colonizadores volvieron, pero ya no eran los franceses, ahora vinieron los capitalistas de Estados Unidos que ocuparon el país durante las primeras décadas del siglo XX. Y cuando salieron, dejaron la dictadura de Duvalier, pro-estadounidense que aterrorizó a la población de 1957 a 1986. Luego siguieron gobiernos temporales.
 
En 1990, eligieron al padre Arístide, adherente a la teología de la liberación. Él no renunció, los americanos lo derrocaron y lo llevaron a Washington, para darle clases de neoliberalismo. Volvió domesticado para cumplir otro mandato.
 
Después eligieron al Presidente Preval, que logró cumplir su mandato, pero sin ningún cambio democrático. Y ahora, eligieron un gobierno títere de los estadounidenses, que gastó 25 millones de dólares en la campaña electoral. Todos saben en Haití, que el pueblo no lo eligió.
 
Debería haber elecciones para el parlamento, cuyo mandato expiró hace más de seis meses. Pero nadie habla de eso. Por tanto, ya no existe parlamento legalmente constituido, aunque funcione. En la práctica ¡el poder real es ejercido por las tropas de las Naciones Unidas, llamadas Minustah!
 
Por tanto, a pesar de haberse liberado de la esclavitud, el pueblo haitiano vivió pocos años de democracia (burguesa).
 
El pueblo vive en pobreza extrema, con carencias de comida y bienes materiales. Pobreza que se agravó con el terremoto de enero de 2010, que mató a miles de personas y destruyó prácticamente toda la ciudad de Puerto Príncipe. Pero es un pueblo que se mantiene con dignidad y altivez, unido por la cultura, por el idioma creole, que en el mundo sólo hablan ellos, y por el vudú (equivalente a nuestro candomblé), practicado por casi toda población, aunque mantengan un sincretismo religioso, en el estilo: los domingos a la misa y los viernes a la fiesta.
 
En las regiones rurales, no hay escuelas. El 70% de la población vive en el medio rural. El analfabetismo afecta al 65% de la población. No hay energía eléctrica en el interior, sólo en Puerto Príncipe. Hay sólo tres carreteras nacionales asfaltadas. Y no hay agua potable. Todo el mundo necesita comprar agua potable, a precios internacionales.
 
El año pasado, por primera vez en su historia, hubo una epidemia de cólera, que mató a centenares de personas. La enfermedad medieval fue traída por las tropas de Nepal, que hacían sus necesidades en el principal río del país. ¿Algún tribunal internacional se anima a procesar a las Naciones Unidas por esas muertes?
 
Más del 65% de todos los alimentos son importados o llegan en forma de donación, que son apropiados por una burguesía comercial negra, que explota a la población.
 
Cuando las familias consiguen tener algún recurso para comprar los productos que vienen de la vecina Republicana Dominicana, es porque reciben ayudas de parientes que trabajan en los Estados Unidos.
 
Chávez salvó al pueblo de Haití del caos, al suministrar petróleo a través de Petrocaribe, y propuso que el gobierno local destinara los recursos recibidos a proyectos sociales. El combustible es vendido en los surtidores, pero el gobierno nunca explicó al pueblo dónde está invirtiendo esa renta.
 
En un escenario como el descrito, no es difícil imaginar cuándo vendrán las próximas revueltas populares. Pero no se asusten, allá están 12 mil soldados de muchos países del mundo coordinados por el ejército brasileño, con el membrete de las Naciones Unidas, para contener posibles revueltas. Desfilan en convoyes fuertemente armados, sólo para decir al pueblo: No se olviden, ¡estamos aquí para mantener el orden! El orden de la pobreza y de la nueva esclavitud. Allá no hay guerra, ni violencia (las tasas de homicidios son las más bajas de América Latina), los soldados están allá solo como policías.
 
Pregunté a los soldados brasileños porque están allá, pues ni siquiera dominan el creole para comunicarse con la población. La única respuesta que obtuve fue que si salieran entrarían los estadounidenses, ¡que son mucho más violentos!
 
El pueblo de Haití no necesita de soldados armados. El pueblo de Haití necesita de solidaridad para desarrollar las fuerzas productivas de su territorio y producir los bienes que requiere para satisfacer las inmensas necesidades que padece.
 
El pueblo de Haití necesita de apoyo para tener energía eléctrica, para tener una red de gas para cocinar y evitar la deforestación. Necesita de una red de agua potable y de escuelas en todos los niveles, en todos los poblados. Necesitan de semillas y herramientas. Del resto ellos saben muy bien cómo hacer. Están allá desde 1804, como pueblo libre, sobreviviendo y multiplicándose a pesar de tantos expoliadores extranjeros.
 
Felizmente, hay otras visiones en el relacionamiento con el pueblo de Haití. El gobierno de Bahia envió cisternas para almacenar agua lluvia, que para el pueblo de allá es muy grato. Petrobras nos ayudó a traer 77 jóvenes campesinos para estudiar agro-ecología en Brasil. La iglesia católica de Minas Gerais hizo una colecta especial en todas las parroquias que ahora financia proyectos de desarrollo agrícola por allá, desde huertas, crianza de gallinas y cabras, hasta multiplicación de semillas.
 
Y los movimientos sociales de la Vía Campesina Brasil, con los pocos recursos que tenemos, mantenemos en Haití una brigada permanente de jóvenes voluntarios desde hace más de 6 años, que está desarrollando proyectos de agricultura, de cisternas y de educación.
 
Tengan muy en cuenta que el pueblo de Haití está indignado con las tropas de la Minustah. Si las Naciones Unidas quisieran enviar soldados, podrían haber seguido el ejemplo de Ecuador y de Venezuela: sus soldados no andan armados, y están construyendo casas, carreteras y almacenes. O seguir el ejemplo de Cuba que mantiene allá más de 5 mil médicos voluntarios en el único servicio público de salud que existe en el país, que es atendido por esos médicos humanistas, que dan ejemplo de la práctica del socialismo.
 
Creo que nuestra obligación como hermanos del pueblo de Haití, es seguir protestando y pidiendo que las tropas se retiren de Haití, como no desearíamos que estuvieran en Brasil o en cualquier otro país del mundo. Y seguir apoyando, con proyectos de desarrollo económico y social. (Traducción ALAI)
 
João Pedro Stedile, miembro de la Coordinación Nacional del MST y de la Vía Campesina Brasil