Hace un año, en respuesta a la pregunta de un periodista, afirmé que al país le iba a ir bastante mal en el TLC con Estados Unidos, porque, entre otros daños graves, los análisis dejaban ver que las importaciones de productos norteamericanos aumentarían bastante más que las exportaciones de bienes colombianos. Y agregué que lo único positivo que tendría la entrada en operación del Tratado sería que, por fin, las cifras, las realidades, fallarían sobre quién tenía la razón en un debate de casi una década.
Pues bien, ahí están las cifras. Y estas dicen que a Colombia le está yendo como a los perros en misa en el TLC con Estados Unidos, porque las importaciones están creciendo muy por encima de las exportaciones, con el agravante de que lo corriente es que los monopolios importadores se aprovechen de los precios menores para reemplazar la producción y el trabajo nacional por el extranjero, pero no les trasladen esos costos inferiores a los consumidores, abuso que también se advirtió que ocurriría.
Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, en toneladas, las compras agrarias de Colombia se incrementaron en 70 por ciento y las exportaciones en 11.5 por ciento. Y Mauricio Cabrera abunda en cifras oficiales norteamericanas y colombianas para concluir que “las cifras globales son desastrosas” para Colombia, entre otras razones porque la industria está siguiendo la suerte desgraciada del agro (http://db.tt/3RP8cE7D).
No sorprende, por tanto, que Max Baucus, presidente del Comité de Finanzas del Senado estadounidense, tras señalar un incremento de las exportaciones totales de sus país a Colombia del 20 por ciento y de las agrarias del 62 por ciento, concluya alborozado que esto “es tan solo el comienzo”, que estamos “ante una historia de éxito” para ellos y que “estos acuerdos son para crear empleos en Estados Unidos” (Caracol Radio, May.15.13). Y que es “tan solo el comienzo” es literal, porque si las importaciones no aumentaron más fue porque aún no hay libre comercio total, con cero arancel para todos los productos norteamericanos importados, cosa que ocurrirá en unos pocos años.
A pesar de la contundencia de las cifras, y como era de esperarse, Santos y la secta neoliberal que lo rodea, en vez de aceptar que los hechos derrotaron sus teorías, salieron, mediante el abuso del poder y el despilfarro de los recursos públicos, a falsificar las cifras, a manipular la realidad y a engañar descaradamente para “demostrar” lo que no puede demostrarse: que ha Colombia le ha ido bien en el TLC con Estados Unidos. Sin el menor pudor ni temor al ridículo, seguramente porque sus compadres les celebrarán como una genialidad presentar las cosas al revés y porque cuentan además con la ingenuidad de tantos, dan como grandes triunfos la esperanza, el simple sueño, de venderle algún día a un gringo una guanábana o una chirimoya, según dijo el propio Santos, a la par que imponen que la parte fundamental de la capacidad de compra de los colombianos se gaste en mercancías extranjeras que pueden producirse en el país.
Esta retórica irresponsable y barata ocurre preciso en los mismos días en que el Congreso de Estados Unidos tramita una nueva ley de subsidios al agro (farm bill), para elevarlos de casi 50 mil millones a 195 mil millones de dólares al año, cifras que son otra manera de demostrar que las trasnacionales norteamericanas y el imperio que les sirve de ariete no tienen el TLC como un juego en el que al final no les importa quién gane. No, ellos están decididos a ganarlo como sea, sin dejar de recurrir a fraudes tan flagrantes como el que significa la devaluación sistemática del dólar, que inevitablemente revalúa el peso y destruye la competitividad nacional.
La insistencia de Santos en profundizar y reelegir estas políticas contrarias al interés de la nación –ver también la Alianza del Pacífico–, porque destruyen la industria y el agro y desconocen la experiencia como el principal criterio para encontrar la verdad, tiene dos explicaciones. Que con ellas ganan las trasnacionales, en particular las norteamericanas, las cuales “llevan” en sus tratos a un puñado de nativos, y que hay otros colombianos en los negocios de los bienes no transables internacionalmente y en la alta burocracia estatal, a los que el libre comercio que destruye y deja sin empleo a Colombia no les impide enriquecerse a reventar.
http://www.moir.org.co/
Jorge Enrique Robledo, Bogotá, mayo 24 de 2013
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