Hace medio siglo un cartógrafo demostraba que los mapas han sido enseñados erróneamente, Norteamérica y Europa no son los territorios que vanagloriamos, América del sur y África superan en extensión y recursos naturales.

Sin embargo nosotros en condición de subdesarrollados nos hemos opacado en la miseria y el consumismo, repercute en el sentir latinoamericano, los indígenas cubiertos por el velo de lo mercantil divagamos hacia rumbos de pobreza y desolación. Nos llamamos hijos de la tierra pero conducimos a nuestros pueblos originarios a la perdición y el olvido, tergiversamos nuestra cosmovisión, nuestra filosofía del habitar. Hoy por hoy enunciamos discursos de consumismo y progreso. ¿En dónde quedarían los anhelos del buen vivir? ¿Cómo podemos definirnos hijos de la tierra, si nuestros discursos políticos hablan de mercantilización y explotación agrícola? Nuevos discursos imperan en los guías de nuestros pueblos, plantean un nuevo futuro, el monocultivo y el olvido de nuestro pensar, armas que nos conllevan a la extinción de nuestras prácticas culturales. En Colombia dichos discursos desangran la llaga abierta por los pseudoprofetas que se denominan gobernantes, cada día introducimos una espada a nuestra madre tierra y la vemos morir en manos de la modernización. Los nuevos gobernantes proponen desarrollo y progreso dos palabras que si traducimos a nuestro contexto, significan destrucción de los páramos, aniquilación del hábitat de la hermana águila, el hermano cóndor y todos los protectores del agua; desde sus discursos obligan al labriego a sembrar monocultivos (ganadería y lácteos) masacrando los suelos, suelos que en tiempos de nuestros abuelos eran diversas shagras con sus semillas milenarias. Nos duele pensar nuestra madre tierra y con ojos de codicia la estrangulamos hasta sacarle sus últimos rubros.

En tiempos de elecciones extendemos la mano al labriego que se ha hundido en la más extrema pobreza, endeudado y afligido por los bancos, recurre a la única alternativa que le queda, el voto elector. ¿Cómo podemos llamarnos pueblos originarios, si planteamos modelos económicos inquisidores de los últimos vestigios de nuestros territorios? ¿Existe ese “indígena” protector del agua, aún perdura el salvador de la humanidad? Es difícil responder dichos cuestionamientos y más aún si seguimos por el rumbo que nos hemos trazado, el futuro de nuestros pueblos, el de nuestros guaguas (hijos) es el olvido y la sangre que aún nos corre por las venas; si seguimos fomentando lo que los países desarrollados determinan, pronto debemos cavar nuestras tumbas porque ya nada queda que esperar. Hoy hablamos de subdesarrollo ya que nos consideramos inferiores, nos cuesta sentí-pensarnos como nuestros abuelos, aquellos que hemos olvidado escuchar sus mundos posibles, utopías de lo que algún día fue Abya Yala, ignoramos su sapiencia y los consideramos obsoletos, adquirimos un título o un cargo gubernamental y los pisoteamos cual hoja seca que ha caído para perecer en el tiempo.

 

¿Habrá que aceptar la desgracia como se acepta el invierno o la muerte?

Quizá lo que nos hace falta es memoria, hemos postergado una cita con la historia, 500 años y aún seguimos claudicados en algo que no somos, aun los signos hegemónicos imperan el acontecer de Abya Yala, aun magnificamos a la cruz que nos quitó nuestra lengua, aun nos arrodillamos ante aquellos que profanaron nuestros dioses, aquellos que silenciaron 80 millones de voces, voces que no nos duelen porque le tenemos miedo al pensar. Hijos de los días y seguimos aprendiendo a negarnos.

Los ninguneados desde la nostalgia empiezan a caminar sobre el lodo mercantil, desde la podredumbre y agónicos, deliramos al son de la utopía y la rapsodia, ensoñados y aguerridos asistimos a esa historia que ha sido postergada, cauca tierra de Quintin Lame quien es una fiel muestra de ello, sobre las urdimbres del orden y fascismo estatal, evocan palabras que por estos días ha cobrado mucho valor “Dignidad”, tierras magnánimas validan la gallardía y osadía de los hijos de Abya Yala. En tiempos de olvido es justo recordar que nosotros no somos piezas de museo, ni la herramienta del antropólogo, estamos vivos hasta cuando los designios naturales de nuestra madre tierra lo permita, es justo evocar algunas palabras de nuestros abuelos, somos el habitar y para nada estamos exentos:

“hijos de la tierra, regados por las lluvias hembras y las lluvias machos, somos todos parientes de las semillas, de los maíces, de los ríos y de los zorros que aúllan anunciando que viene el año. Las piedras son parientes de las culebras y de las lagartijas. El maíz y el frijol, hermanos cada si, crecen juntos sin pegarse. Las papas son hijas y madres de quien la planta, porque quien crea es creado. Todo es sagrado y nosotros también. A veces nosotros somos dioses y los dioses son a veces, personitas nomas”.

La historia no se construye sola, somos sus herederos y para ello está la utopía, debemos soñarnos y sentirnos, “sentí-pensar”, “sumak kawsay” esa dualidad ha sido nuestro horizonte por el cual ondea la whypala, es necesario construirnos como pueblos originarios y dejar de ser lo que no somos, es justo divisar el horizonte y sembrar la palabra, sembrar la vida en vínculo con nuestra madre tierra.

Carlos Guadir Tarapues
Pueblo originario Pastos
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