El Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018 “Todos por un nuevo país” tiene como objetivo construir una Colombia en paz, equitativa y educada, en armonía con los propósitos del Gobierno Nacional, con las mejores prácticas y estándares internacionales, y por los objetivos de desarrollo sostenible. En este nuevo escenario ¿Es viable este noble propósito?

 
 
 
El neoliberalismo como doctrina, ideología y estrategia de poder de la dominación hegemónica mundial del capital fue hegemónico desde mediados de la década de 1970 hasta los umbrales del siglo XXI. Este modelo de desarrollo ha entrado en una larga, dolorosa e interminable fase de decadencia, sin que aún se vislumbre un sistema alternativo global, sostenible, justo, democrático y garante de la paz y los derechos humanos.
 
Hoy en día experimentamos una polarización creciente y la agudización de los antagonismos mundiales inherente a la crisis estructural global del capitalismo que conduce, de manera inevitable, al colapso autodestructivo de la humanidad como especie universal. Los peligros de la explosión aumentan no sólo por las tensiones políticas y los desbordados gastos militares, el desempleo estructural crónico, la inexorable concentración y centralización del poder económico, la burocratización creciente y la corrupción concomitante, las condiciones de vida miserables y la deshumanización social, las falsas democracias y la destrucción de la naturaleza; también por el agotamiento de toda una serie de válvulas de seguridad y vías de escape que jugaban un papel vital en la perpetuidad del capitalismo como sistema de reproducción metabólica de la humanidad (ver Mészáros, Itsván. Más allá del capital. Vadel Hermanos Editores, Caracas, 2001).
 
El informe del Fondo Monetario Internacional “Perspectivas de la economía mundial: crecimiento dispar; factores a corto y largo plazo” de abril de 2015 así lo constata. Olivier Blanchard, Consejero Económico del FMI, evidencia su preocupación ante la complejidad de las fuerzas que están moldeando la evolución macroeconómica del mundo entero y la consiguiente dificultad para extraer una conclusión global. En efecto, dos fuerzas profundas están dando forma a las perspectivas a mediano plazo: I) Los legados de la crisis financiera económica mundial que empezó en el año 2008 y de la crisis de la zona del euro aún son visibles en muchos países. En distinta medida, la debilidad de los bancos y los elevados niveles de deuda —de los gobiernos, las empresas y los hogares— siguen afectando negativamente el gasto y el crecimiento. II) La baja tasa de crecimiento, a su vez, enlentece el proceso de desapalancamiento. El crecimiento del producto potencial ha disminuido. El crecimiento potencial de las economías avanzadas ya estaba disminuyendo antes de la crisis. También ha influido el envejecimiento de las maquinarias y equipos, sumado a la desaceleración de la productividad total. La crisis empeoró la situación, ya que la fuerte contracción de la inversión enfrió aún más el crecimiento del capital. Aunque se lograra superar la crisis y el crecimiento del capital se recupere, el envejecimiento y el débil aumento de la productividad continuarán actuando como lastres. Los efectos son aún más pronunciados en los mercados emergentes, donde el envejecimiento, la menor acumulación de capital y el menor aumento de la productividad se están combinando para reducir significativamente el crecimiento potencial en el futuro. El deterioro de las perspectivas conduce, a su vez, a recortes del gasto y a una disminución del crecimiento hoy. A estas dos fuerzas se suma el hecho de que la escena actual está dominada por dos factores con profundas implicaciones distributivas: el abaratamiento del petróleo y los fuertes movimientos de los tipos de cambio.
 
La última crisis económica mundial que comenzó en el año 2008, originada en los Estados Unidos, aún deja sentir sus perversos efectos. Entre los principales factores causantes de la crisis se encuentra la desregulación económica, los altos precios de las materias primas debido a una elevada inflación planetaria, la sobrevalorización del producto, la crisis alimentaria mundial y energética, el desempleo estructural, la especulación financiera y la amenaza de una recesión en todo el mundo, así como una crisis crediticia, hipotecaria y de confianza en los mercados.
 
La oligarquía colombiana se vio beneficiada con esta tendencia del capitalismo global. Como clase dominante en un país dependiente y periférico, adoptó sin beneficio de crítica la doctrina neoliberal; acabó con los sectores reales de la economía y orientó el modelo económico hacia el rentismo y el extractivismo de los recursos naturales, minerales y energéticos, la especulación financiera y las actividades de importación y servicios, todo en el marco de la ebriedad provocada por el alto precio de las materias primas en los mercados internacionales. Producto de la borrachera, privatizó todos los activos públicos, desnacionalizó la economía y los empresarios patrios entraron en concubinato con el capital transnacional, a la vez que las fuerzas de represión ocuparon el territorio nacional para mantener bajo control a la ciudadanía. La economía subterránea, la corrupción y las actividades mafiosas igualmente han apoyado la acumulación y concentración de capital en Colombia, dando emergencia a la “lumpenoligarquía”. La economía colombiana, dependiente de los ciclos internacionales, se ha tornado más inestable, más frágil y amplifica los efectos de la crisis del capitalismo global (ver gráfico 1).
 
El 1 de junio de 2015, en la apertura de la conferencia de alto nivel, el “número dos” del Fondo Monetario Internacional (FMI), David Lipton, señaló que los desafíos que enfrentan actualmente los países de América Latina no son triviales, al combinar elementos domésticos y externos, entre los que citó la ralentización de China y los bajos precios de materias primas. La desaceleración continuada de América Latina, tras una década de progreso sostenido, revela unos retos preocupantes y exige reformas estructurales que ofrezcan impulso a un modelo actual, insuficiente en el nuevo contexto de debilidad global, señalaron hoy expertos en la sede del FMI.
 
Respecto a la situación particular de Colombia, un reciente estudio de la OCDE de revisión de la política de innovación colombiana de 2014, evidenció el peligro de depender de materias primas para lograr un crecimiento sostenible a futuro y reiteró la importancia de la innovación para desarrollar nuevas actividades económicas y estimular la productividad para sostener el aumento del nivel de ingresos y empleo (Citado por DNP, Bases del Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018, pp. 62-63).
 
Y los hechos no se han hecho esperar. Las cifras constatan el colapso de la economía colombiana y el fracaso del modelo impulsado por la oligarquía nacional. Influenciado por el lento e inestable comportamiento de la economía mundial, cuyo crecimiento oscila alrededor de 3 por ciento anual durante las últimas cuatro décadas, el producto interno bruto (PIB) colombiano cayó a -4,2 en 1999, aupado por el festín de los altos precios de las materias primas el PIB creció hasta 2011 alcanzando tasas de crecimiento cercanas al 7 por ciento anual, los años siguientes evidencian la destorcida y derrumbe: para 2015 el crecimiento económico colombiano es semejante a la dinámica mundial (ver gráfico 1).
 
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Con la apertura económica, gozando de una tasa de cambio sobrevaluada e impulsados por el consumismo desaforado de las clases medias y adineradas, los empresarios colombianos desmontaron sus empresas, echaron a sus trabajadores y se dedicaron a la cómoda tarea de importarlo todo, sin importar el deterioro del mercado laboral y el endeudamiento externo del país, en especial de Estados Unidos y China. Hoy la balanza colombiana registra un déficit estructural y creciente.
 
En el año 2014 la economía colombiana creció en 4,6 por ciento (en 2013 el aumento fue de 4,9 %), impulsada por sectores como construcción, servicios sociales, comunales y personales y por la intermediación financiera (el comportamiento de la industria y de minas y canteras no fue tan bueno como el del 2013: muestra de ello es que el valor agregado de petróleo y gas cayó 1,4 por ciento el año pasado, que el de minerales no metálicos se contrajo 8,4 por ciento –debido a una reducción en la producción de oro y níquel– y que la refinación de crudo decreció 8,7 por ciento) en tanto para 2014 las exportaciones cayeron en 1,7 por ciento (el valor exportado fue de 83.901 miles de millones de pesos) y las importaciones crecieron en 9,2 por ciento (el valor importado alcanzó el valor de 149.646 miles de millones de pesos; el déficit de la balanza comercial para el año 2014 fue de 65.745 miles de millones de peso). En lo corrido de 2015, hasta el mes de abril, las ventas externas del país registraron una caída de 25,6 por ciento respecto al mismo período del año anterior; para el total del año 2015 se estima que el déficit acumulado de la balanza comercial alcance la cifra de 16.188 millones de dólares (FOB), según las cifras de DIAN-DANE (ver gráfico 2).
 
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Otros indicadores constatan de igual manera el desplome del modelo de “desarrollo”. De acuerdo con las estadísticas del Banco de la República, la caída del PIB colombiano de 4,9 por ciento en 2013 a 3,6 por ciento en 2015 se explica, por el lado de la demanda, por la drástica disminución de las exportaciones y la reducción palpable en el consumo final y la formación de capital. Respecto a estos dos últimos indicadores, el consumo final venía creciendo hasta el año 2013 a un ritmo superior al 5 por ciento anual, en 2014 disminuye a 4,7 (la disminución más drástica se registra en el consumo de los hogares); la formación bruta de capital que creció a una cifra de 14 por ciento en 2013 cae a 8,6 al finalizar 2014 (lo que presagia un mayor envejecimiento de la planta productiva, pérdida de innovación tecnológica y menor productividad y competitividad).
 
El sector financiero también se viene resintiendo. Hasta antes de la crisis del año 2008 la cartera total (en moneda nacional y extranjera) crecía a un ritmo promedio anual cercano al 30 por ciento; en 2015 crece a un modesto 13 por ciento. Peor aún, de acuerdo con las estadísticas del DANE sobre cartera hipotecaria de vivienda, la variación anual porcentual de la cartera vigente cae de 4,5 a finales de 2013 a 3,1 un año después, en tanto la cartera vencida que disminuía a un ritmo de 5,5 por ciento anual en 2013 comienza a aumentar a una variación porcentual anual de 3,3 en 2014, reflejando de esta manera las mayores apuros financieros de los hogares colombianos y el inició del desinfle de la burbuja especulativa inmobiliaria.
 
De otra parte, la caída en los precios del petróleo tiene efectos fiscales para la economía. El presupuesto de 2015 fue realizado con un precio promedio de US$ 97 dólares, pero con el comportamiento del crudo, ese precio se ha reducido a cerca de US$50 dólares por barril. “Por cada dólar que caiga el barril, son 300.000 millones de pesos de hueco que le abre al estado colombiano”, explica el presidente de la ACP, Francisco Lloreda. El hueco fiscal para 2015 se estima en más de dos billones de pesos, lo que obliga al gobierno a más endeudamiento y recorte de gasto.
 
Los problemas fiscales y de la balanza comercial han conducido a una acelerada devaluación de la moneda colombiana, al alza de la inflación, tasas de interés elevadas y a un incrementado endeudamiento público. En relación con el año 1994, tomado como base, la devaluación nominal a mayo de 2025 va en 33,3 por ciento y la real en 8 (además, el mayor precio del dólar no ha conducido a un ajuste en la balanza comercial como preveían los “expertos” económicos). Respecto a la inflación (IPC, índice de precios al consumidor), la meta fijada por el Banco de la Republica para 2015 era de 3 por ciento anual y en el mes de abril el incremento en el valor de la canasta familiar va en 4,7 por ciento (en 2013 el IPC fue de 1,94 y en 2014 de 3,66), inflación ocasionada principalmente por la carestía de los alimentos cuyos precios a mayo de 2015 acumulan un crecimiento anual de 6,2 por ciento. Las afujías (un extraña combinación de crisis y de angustia, que casi siempre tiene que ver con el tema financiero) de los hogares darán al traste con las esperanzas del gobierno en reducir la pobreza. Los tiempos de las vacas gordas que permitieron financiar el gasto asistencial del gobierno y que generó una dependencia de los subsidios a 4,5 millones de colombianos, unido al mayor consumo de los hogares por mejores condiciones salariales y de empleo, son opacados por la llegada del tiempo de las vacas flacas. La incidencia de la pobreza por ingresos que caía de manera sostenida desde el año 2001 inicia el cambio en la tendencia a partir de 2015, debida al ajuste fiscal del gobierno, el alza en el valor de la canasta familiar y las mayores dificultades en los mercados de trabajo, es un hecho que la tasa de desempleo aumentó de 9,0 en abril de 2014 a 9,5 en abril de 2015 (ver gráfico 3).
 
El incremento en las tasas de interés impone mayores cargas a los consumidores e inversores, reduciendo los gastos de los hogares o postergando los proyectos de inversión. Las tasas de interés del DTF, por ejemplo, según cifras del Banco de la República, aumentaron de 3,8 por ciento en mayo de 2014 a 4,5 en el mismo mes de 2015.
 
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Las finanzas del gobierno también pasan por una difícil situación. En el año 2014 el sector público consolidado registró un déficit (los gastos fueron mayores que los ingresos) de 13,7 billones de pesos, equivalente a 1,8 por ciento del PIB. El desequilibrio más preocupante lo registra el gobierno nacional central: en 2014 los ingresos fueron equivalentes al 16,7 por ciento del PIB y los gastos al 19,1 por ciento, en consecuencia, el déficit significó 2,4 por ciento del PIB.
 
Como en economía “no hay almuerzo gratis”, el gobierno ha tenido que endeudarse más para financiar el déficit (además de expoliar con mayor intensidad los recursos minerales y energéticos). Según las cifras del Ministerio de Hacienda y Crédito Público, el sector público no financiero (SPNF) incrementó la deuda pública de 297,7 billones de pesos en 2013 a 359,6 billones de pesos en 2014 (como referente téngase en cuenta que en el año 2000 el saldo total de la deuda del SPNF era de 88,6 billones de pesos).
 
El Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018 “Todos por un nuevo país” tiene como objetivo construir una Colombia en paz, equitativa y educada, en armonía con los propósitos del Gobierno Nacional, con las mejores prácticas y estándares internacionales, y por los objetivos de desarrollo sostenible. En este nuevo escenario ¿Es viable este noble propósito?
 
Libardo Sarmiento Anzola
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