Algunos especialistas de la psiquis sostienen que los programas audiovisuales llenos de asesinatos, crímenes y toda suerte de eventos sanguinarios y crueles con que saturan la televisión y los cines sirven para que los televidentes y cinéfilos descarguen la violencia acumulada que soportan dentro de sí. Con todo el respeto que merecen los sicólogos y los siquiatras hay otros profesionales que, por el contrario, le atribuyen a dichos programas, igual que a las cárceles, un altísimo aporte a la delincuencia o, por lo menos, a la afición a ella.

 

Los adolescentes y jóvenes, ante la imposibilidad de seguir una carrera universitaria o de conseguir un empleo digno, optan por regalarse para el mal llamado “servicio militar obligatorio”, prestado el cual pueden continuar la profesión policial o militar. Se embarcan en la milicia, atraídos por los relativamente buenos salarios, pues éstos casi doblan el salario mínimo que devengan los obreros rasos mejor pagados. Y porque están obsesionados por manejar fusiles y armas sofisticadas y también desean imitar esos “héroes” invencibles que han admirado en los cines y en la televisión, por lo general, símbolos de osadía y ejemplos de cierta bondad artificial.

En las escuelas, cuarteles y batallones son adoctrinados en un modelo de personalidad semejante a la de tales “héroes”, fascinados por la confusa, sublime y atrayente misión de “defender la patria”, cuando lo único que van a defender son los intereses de la clase gobernante. Ellos ignoran qué es la patria y quiénes son sus verdaderos dueños y que esa patria está hipotecada a los países ricos, al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, a la Organización Mundial del Comercio y a las multinacionales. La mayoría de los soldados y policías ignoran cómo funciona la economía, qué lugar ocupan en la lucha de clases que vive el país y repiten cual cacatúas las frases más sabias que les han hecho repetir hasta el cansancio los instructores militares: “El comunismo es el enemigo”, “Vamos a comer carne de terrorista”. Tampoco saben por qué existen las guerrillas subversivas ni cuáles son sus objetivos legítimos. Lo único que conocen muy bien es a quiénes deben apoyar en el conflicto. A los de abajo, no, porque ellos no pagan; a los de arriba, sí, porque ellos son “gentes de bien”: gobernantes anticomunistas, fuerzas militares pro imperialistas, ricos pro fascistas, terratenientes y paramilitares.

Después de ese adiestramiento en el odio sectario anticomunista salen al campo, cual fieros y hábiles rambos, a cometer todo tipo de fechorías: si en una zona guerrillera ven un campesino, ése es un terrorista disfrazado de campesino; si ven una niña de más de 10, esa es puta. Nadie del pueblo es bueno para ellos, salvo los ricos partidarios del gobierno y sus paramilitares. Habrá recompensa si hay opositores muertos, entonces la orden es “hacer muñecos” y disfrazar cadáveres. Los ejemplos abundan, pero vale recordar algunos: los falsos positivos o ejecuciones extrajudiciales, la violación y asesinato de los niños en Arauca, los policías apartamenteros en varias ciudades, los militares activos y retirados al servicio de paramilitares. No se trata de lunares o casos aislados; es el resultado del adoctrinamiento “profesional” que se practica en la Institución Fuerzas Militares de Colombia. Los oficiales, instruidos por el Pentágono y la Escuela de las Américas, adiestran a los suboficiales y al personal raso. Basta ver los escuadrones antimotines para entender la ceguera mental y el sadismo cruel con que actúan esos individuos, irónicamente denominados “defensores de la sociedad”.

Quienes deberían prestar el servicio militar son los hijos de papi y mami, los hijos de los dueños del país. Pero éstos son exonerados a cambio de dinero. Puesto que la defensa de los intereses de los de arriba se le encomienda a los de abajo, entonces se les “lava el cerebro” llenándolos de fantasías, mostrándoles un escenario muy diferente de aquel en que viven y enfrentándolos a sus propios hermanos de clase bajo el sofisma de defender una patria virtual.

Ideas para transformar lo descrito:
1. Cambiar el currículo formativo de los policías y soldados, incluyendo el conocimiento científico del país y del mundo a través de docentes científicos, no de propagandistas, de Sociología, Historia, Economía, Ciencias Políticas, etc. y una completa capacitación en Constitución Colombiana, Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.
2. Desestimular la profesión militar, colocándola al nivel de las demás; por ejemplo, aumentar la edad y el tiempo de servicio para jubilarse o pensionarse.
3. Eliminar el carácter obligatorio del servicio militar, garantizando a los jóvenes el derecho a la objeción de conciencia.

El 21 de Octubre de 2009, nuestra Corte Constitucional sentenció, “de conformidad con los tratados internacionales sobre derechos humanos ratificados por Colombia” (artículo 93) y en contra de la jurisprudencia anterior, que en nuestro país existe el derecho a la objeción de conciencia frente al servicio militar obligatorio (SMO) y que su desconocimiento es violatorio del artículo 18 del Pacto Internacional sobre derechos civiles y políticos. (Ver Sentencia T-327 de 2009)
Además, si lo que se quiere es obligar a los y las jóvenes a prestar un servicio social a sus compatriotas, debe expedirse una ley en tal sentido, ordenando su ejecución a las Instituciones Educativas (Secundaria) y a las Universidades, de tal manera que todo(a) egresado(a) de estos niveles educativos haga su aporte a la sociedad durante 6 meses o un año, en recompensa por la educación recibida. En estas condiciones ninguna persona (hombre o mujer, rica o pobre) con título de bachiller o de profesional podrá evadir el SERVICIO SOCIAL OBLIGATORIO (SSO).

Colombia necesita de innumerables servicios en educación, salud, vivienda, cultura, deporte, medio ambiente, tecnologías diversas, etc. Necesitamos de todo, menos violar niño(a)s, robar, mentir, torturar y asesinar seres humanos.

 

Por Libardo García Gallego

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