El pasado 6 de abril de 2013, se conmemoró el segundo aniversario de la masacre de Gargantillas, donde fueron asesinadas 16 personas, durante un bombardeo de la policía nacional, con apoyo aéreo del “comando jungla antinarcóticos”, sobre un campamento de las FARC, el día sábado 26 de marzo de 2011.

altLos grandes medios de comunicación aplaudieron y valoraron las acciones de guerra de la fuerza pública, capaz de encontrar y exterminar un campamento de la guerrilla en unas pocas horas. En ese momento la comunidad de Tacueyó, se recubrió de una nube de dolor y de terror. La realidad, mucho más humana que los objetivos de guerra cifrados por el Ejército, donde este campamento era compuesto de muchos jóvenes y dentro de ellos varios menores de edad, recién reclutados por la guerrilla, quienes fueron denunciados por el mismo jefe guerrillero. El denominado “Don Pacho”, el jefe guerrillero, no vaciló a la hora de entregar las vidas de unos muchachos a cambio de un jugoso botín que le ofrecía la inteligencia militar.

Estos jóvenes, hijos, hermanos, y algunos ya padres de familia, fueron doblemente víctimas: del reclutamiento forzado por parte de las FARC y de la codicia de uno de sus mandos, así como de los actos de guerra de la fuerza pública dirigida por el gobierno nacional. Pero más allá, fueron unos muertos más que se sumaron a la larga lista de los que perdieron la vida en el conflicto armado, por cuenta de los que siembran terror para desplazar a los pueblos.

Pero los 16 supuestos guerrilleros no fueron las únicas víctimas ese día. También quedó plasmada como un punto de interrogación la suerte de los dos comuneros que subieron por la mañana hacia el campamento a buscar a sus familiares y que aparecieron muertos, en la morgue, al lado de los demás cadáveres. Claro que estos dos civiles no fueron mencionados por Caracol Televisión, ni ningún otro medio masivo, los cuales solo mostraron a Santos diciendo: “otro gran golpe a las FARC”.

altEn el dolor y el silencio, las comuneras y los comuneros de las veredas de Gargantillas, La Esperanza, El Triunfo, Soto y La Playa, entre otras, tuvieron que reconstruir sus vidas con la ausencia de sus seres amados, y cada día volver a vivir, como un fantasma, esas horas del día 26 de marzo de 2011. Recordando el sonido de las bombas, a la mamá que le llamaron a decir que la maleta de su hijo se encontraba allá, cuando fueron a reconocer los cuerpos y cuando le echaron tierra encima de esas cajitas de niños. Volver a vivir, y cada vez preguntarse cómo hubiera sido ese día si hubieran actuado diferente. Si ese día no le hubieran dado permiso al hijo para ir a jugar en la cancha, si hubieran podido regresar más temprano de la dura jornada de trabajo e impedir que los reclutaran. “A uno si le dolió mucho, porque él estudiaba, no estaba ni enfermo ni nada, él no cogía un arma ni nada y de un momento a otro él salió…”, contó con nostalgia una madre. Otra, entre sus lágrimas, solo recuerda que la semana antes de la masacre tuvo que salir con su esposo a trabajar al Naya. Le dijo a su hijo que regresaba el viernes, pero no alcanzó a encontrarlo vivo. Y como en su casa no había mucho que comer, las FARC le ofrecieron al hijo ir a comer sancocho ese sábado por la noche, en el monte. El hijo se fue con las filas de las FARC. Y no le dio tiempo de soltar ni una palabra cuando le pusieron el camuflado. El miércoles la llamaron para decirle que su hijo se encontraba en las bolsas blancas que recogieron en el campamento.

altDesde hace dos años, se viene caminando con las víctimas de Gargantillas con el acompañamiento de la comunidad, las autoridades tradicionales, los mayores, algunos psicólogos, colectivos de Derechos Humanos y el colectivo Minga de Cali. Las madres de los asesinados se constituyeron en un colectivo conocido como “las Madres de Gargantillas”. Ese 6 de abril se pararon otra vez, pálidas y vacilantes pero firmes en sus corazones, para recordar a sus hijos muertos y denunciar la impunidad.

Los médicos tradicionales estuvieron trabajando para limpiar y armonizar a la comunidad. “Hubo un tiempo de mucha zozobra, las madres no podían dormir […] en muchos casos hubieron amenazas, empezaron a llegar gente en las noches, para que las familias no manifestaran nada”, contó una docente de Tacueyó. Según cuenta ella, aunque las madres participaron en marchas; viajaron a Manizales y a Bogotá para denunciar el caso. Todavía siguen muy solas, y necesitan más apoyo por parte de las autoridades y de la comunidad.

En este segundo aniversario fue la ocasión de demostrar que la unidad es necesaria para romper el silencio y seguir luchando contra la impunidad. En esta lucha, el apoyo de la comunidad y de grupos externos fue una ayuda de mucho valor porque el caso se socializó más allá de las montañas del Norte del Cauca.

Sin embargo, a pesar de la gran movilización alrededor de la masacre de Gargantillas, el proceso jurídico de justicia y de reparación no ha avanzado mucho: todavía el cabildo está en proceso de recoger la papelería. Quiere decir que la muerte de los dos civiles y de estos muchachos reclutados por la guerrilla de manera forzada está todavía impune. Y no es solo por la demora del Cabildo, sino que no existe en este país posibilidades de justicia para las víctimas del conflicto armado y ahora que se va a promulgar el Fuero Penal Militar, las esperanzas de justicia son todavía más mínimas. ¿Quién imagina a unos militares juzgando a unos policías por cometer esta masacre?

alt“Es bueno que acompañemos un evento como hoy, de recordar el segundo aniversario, es bueno, porque eso permite que nos unamos a reflexionar nuevamente, a recordar eso que pasó y eso es educativo. Pero toda la vida no nos podemos seguir reuniendo todos los años y nada más, sin ninguna repuesta del estado, sin ninguna repuesta de la misma organización”, comentó la docente de Tacueyó. “Que les den plata, eso no les va a recuperar ese ser querido. Y muchas veces el gobierno nos utiliza con darnos un recurso y entonces callarnos, […] nosotros no debemos dejarnos comprar con cosas materiales. La vida de un comunero no se compra”, añadió ella. Pues con la plata no se solamente se hace la paz. No habrá ni paz y ni justicia para Gargantillas mientras haya grupos armados en los territorios.

En este segundo aniversario también se contempló la necesidad de orientar a los niños. Son ellos las semillas de la comunidad, para que no ingresen a las filas de los actores armados y que sean conscientes de que el territorio no se roba y no se vende, así como la vida de los que lo habitan.

 

altSe hace un llamado a que los padres sean atentos a sus hijos, “hay una responsabilidad grande en la familia”. Se debe trabajar en las escuelas y en las familias para generar conciencia y “proyectar que lo que queremos ser y hacer sea desde lo propio”. “La paz se construye desde el hogar, con los hijos, con las madres, con las mujeres, con los hombres. No podemos irnos a marchar (por la paz) si acá nuestras familias están destruidas, […] nuestros hijos botados, abandonados, muchos hasta sin que comer, muchos sin conciencia, dejándose orientar por otras personas”, manifestó la docente.

En fin, para que Gargantillas esté en paz, se necesita justicia social. No se puede permitir que por intereses económicos y políticos, se metan a adueñarse de los territorios. Se requiere la justicia para las víctimas del conflicto armado, pero también el fin del conflicto. El mejoramiento de las condiciones de vida y el buen vivir en las comunidades pasa por el alcance de la autonomía de los pueblos indígenas en sus territorios, por la liberación de la Madre Tierra y la soberanía alimentaria. Pasa por la resistencia a los proyectos de Muerte como la minería y los megaproyectos de las multinacionales. Con eso, solamente, podrán descansar las Madres de Gargantillas.
 

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Por: Tejido de Comunicación – ACIN