En uno de los videos más vistos del paro agrario, unos agentes del Esmad entran a una parcela para atacar una casa campesina. En medio del ataque se oye la voz de una campesina que dice “ya lo filmé… tome súbalo ya mismo al yutú”.

 
Los indios y campesinos andan en moto hace treinta años y los que van en bicicleta corren en Europa después de ver quedar en la ruina la finca de su familia en Colombia. En las fotos de las marchas de los paros campesinos e indígenas en Ipiales y el sur de Nariño se puede ver un buen número de tractores.
 
El campesinado de hoy no solamente no le tiene miedo a la tecnología, sino que está familiarizado con ella y no es raro que los voceros de los campesinos sean graduados en la universidad como el agrónomo campesino líder de Dignidad Papera o zootecnistas, veterinarios, geólogos o administradores de empresa. Jóvenes campesinas que cuidan los invernaderos de tomate en Fúquene tienen título universitario. Campesinos, indígenas y afro tienen ahora una intelectualidad propia, integrada por hijos que han estudiado, además de la intelectualidad orgánica que lejos de verlos desde lejos románticamente, participa con ellos de su acontecer y movilizaciones.
 
Los campesinos y campesinas entrevistados en los paros agrarios, los trabajadores en las huelgas de la caña de azúcar  la palma aceitera o los indígenas en las mingas explican perfectamente de qué se trata el TLC, en qué los perjudica, porqué las llamadas cooperativas de trabajo asociado son lesivas para el trabajador; por qué se necesita la reforma agraria, cuáles son las leyes que imponen el despojo y cuál podría ser una políticas agraria alternativa.
 
De manera que lo que enamoró a los campesinos del paro agrario fue el campesinado del futuro, que no come carreta, que ya ha hecho la experiencia del modelo vigente y sabe que no le sirve ni a él ni al país. Un campesinado que no puede ser convencido con discursos sobre las bondades del modelo económico, ni con regaños paternalistas ni con represión brutal.
 
La estructura del modelo
 
El problema del estancamiento del sector agrario en Colombia hoy no proviene del arcaísmo del campesinado, sino del arcaísmo de un modelo cuyos elementos no pueden entenderse si se tratan como si cada uno ocurriera independientemente sino si se sabe que conforman una estructura y que cada uno es parte de ella.
 
Este modelo se caracteriza en primer lugar por una altísima concentración de la propiedad de la tierra que ha causado que en Colombia se encuentren las tierras más caras de la región. El rentismo y la propensión a acaparar tierra se impone como un factor que traba el desarrollo agrícola hasta dejar inutilizadas más de 16 millones de hectáreas aptas para la agricultura que están en grandes propiedades. En el Pacto de Chicoral en 1973 aseguró que la gran propiedad desarrollaría el campo colombiano, no fue así, por el contrario, lo estancó.
 
El modelo se edificó sobre la base del “crecimiento hacia afuera”, es decir la prioridad para las exportaciones. Pero en ese terreno Colombia fracasó porque no ha generado tecnología propia, no planifica como conjunto la agricultura y especialmente porque los que han tenido éxito hacia afuera primero se hicieron fuertes hacia adentro, en el mercado interno, como Estados Unidos.
 
Siendo incapaces la gran propiedad y la exportación de desarrollar el campo el modelo se edificó sobre la apertura económica que ha causado un aumento de 600 mil a 10 millones de toneladas de alimentos importados y una reducción del área sembrada que siempre ha sido un 15% inferior a 1991. Este modelo optó por los TLC que significan más importaciones de cereales, fríjol, papa, carne de aves y lácteos. El modelo significa el fin de la soberanía alimentaria.
 
Este modelo suprimió las facultades del ICA para generar y difundir tecnología, luego anuló las UMATA que bregaban en los municipios por generar y adaptar tecnología a las condiciones locales. Así subordinó totalmente el agro colombiano a la innovación tecnológica de las transnacionales, sometiéndose a sus patentes y normas fortalecidas por los TLC, a sus paquetes tecnológicos, a sus altos sus precios y a fracasos como el del algodón transgénico que arruinó a empresarios de Córdoba y Tolima. Este modelo no sabe que se necesita y se puede generar tecnología para cada ecosistema y forma de producción, para la finca grande o mediana y para la parcela campesina.
 
Este modelo terminó coronando como reyes del campo a los agrocombustibles y sometiendo al país a subsidiar las industrias de caña de azúcar y palma aceitera, mientras se suprimía paulatinamente la protección aduanera y la ayuda estatal a los demás productores rurales. El etanol de los ingenios azucareros se vende porque es obligación comprarlo y porque tiene impuestos de aduana, sin subsidios créditos, cooperación internacional y leyes protegiéndolos las agrocombustibles colombianos no serían nada.
 
Este modelo impuso las llamadas cooperativas de trabajo asociado como formas de reclutar la mano de obra para la caña de azúcar y la palma aceitera. En todo el mundo y en la historia el alto precio de la tierra ha ido de la mano con los bajos salarios y las muchas horas de trabajo del obrero. En Colombia también. El primer tipo de supuesta “cooperativa”, contra el que se han hecho las grandes huelgas de la caña y la palma en este siglo, no es más que un  disfraz de la relación laboral que burla los derechos a la jornada de 8 horas, copagos de salud y seguridad social y vacaciones.
 
El segundo tipo de “cooperativa”, que existe en la palma, ha sido primer lugar una forma de desplazar los altos costos de la tierra al campesino. La primera generación de empresas de palma se vio ante la realidad de que ese costo es mayor en la palma, porque al terminar su ciclo productivo después de 18 o 20 años es muy caro reciclar el lote y deja las filas donde estaban los tallos quemadas por químicos, de manera que hay que sembrar entre fila. La empresa no solamente ahorra los costos laborales, sino los impuestos y la depreciación de la tierra. En realidad usa la tierra del campesino, que no solamente trabaja para la empresa atado por un contrato de endeude, que recuerda los de las caucherías, sino que frecuentemente por la inequidad del contrato termina rehipotecando la parcela para sobrevivir y a veces perdiendo toda la tierra por no poder pagar las hipotecas sucesivas.
 
Este modelo tiene como rector al sector financiero, que suministra los créditos para que las empresas de caña y palma hagan sus contratos, para que los importadores inunden el mercado, que remata a los que no pagan las hipotecas y rehipotecas, que maneja los seguros de salud, sostiene altos intereses en los créditos, rige y disfruta de la política macroeconómica y cambiaria y está cosechando la el acaparamiento de tierra y la especulación con ella.
 
Este modelo con la ruina de los productos tradicionales y el despojo y acaparamiento de la tierra agrícola, lanzó a la colonización a miles de campesinos que tuvieron que tumbar selva para someterse a la economía de los cultivos ilegales y a su fumigación y desplazamiento interminable.
 
Este modelo ante el estancamiento que provoca en la agricultura y en la industria prioriza la locomotora minera, petrolera y energética que fortalecida por los TLC supone daños ambientales para regiones rurales enteras y nuevas lesiones a la economía agropecuaria.
 
Este modelo relega la defensa del medio ambiente y los ecosistemas a las necesidades de los inversionistas.
 
Y especialmente, este modelo subordina al sector agropecuario y al país a las necesidades del capital trasnacional, verdadero beneficiario de las importaciones y exportaciones de alimentos, de las patentes, de las locomotoras y del cambio de régimen jurídico impuesto por los TLC.
 
Los sofismas de los apologistas del modelo
 
Los apologistas del modelo dicen que solamente la gran propiedad puede ser eficiente. Las investigaciones hechas por Jaime Forero y otros en Colombia, por la Comisión Pastoral de la Tierra en Brasil y por el Banco Mundial en Ucrania y el éxito agrario  de Vietnam demuestran lo contrario. En Colombia se demostró que tanto la pequeña, como la mediana como la gran propiedad pueden ser eficientes. En Brasil que la agricultura familiar puede hacer más rentables las inversiones del estado en la agricultura, en Ucrania que frecuentemente las grandes fincas generalmente no son la más rentables. En Vietnam que con fincas de menos de 6 hectáreas se puede multiplicar la producción interna y conquistar el mercado mundial.
 
Algunos aseguran que solamente la gran propiedad y las grandes inversiones pueden incorporar tecnología. Sin embargo, el CIAT demostró en Carimagua que terrenos similares de los Llanos pueden ser aprovechados por pequeños productores con tecnologías de arreglos agroforestales y agropastoriles y nuevas variedades de arroz, yuca, soya, sorgo, maíz y pastos adecuadas a sus suelos. En Vietnam más de dos mil científicos han trabajado en general tecnologías para las parcelas campesinas según el suelo y ecosistema y han tenido éxito. Podrían citarse más caso en el mundo, pero baste recordar cómo en Colombia el ICA trabajaba con éxito con los grupos campesinos del DRI que el presupuesto permitía o cómo han trabajado las UMATA y Pronatta con presupuestos aún más reducidos.
 
El Gobierno y la propaganda han asegurado que si se entregan los Llanos Orientales a las grandes empresas el éxito será como el de Brasil en el “Cerrado”. No cuentan que Brasil no tiene TLC y sí tiene protección aduanera a sus productos agropecuarios y además un presupuesto oficial alto de apoyo al crédito y a la producción agropecuaria nacional. Tampoco cuentan que aunque de esto se beneficia más el gran agronegocio, también hay un campesinado dinámico que produce la mayoría de los alimentos y es usuario de programas públicos, que incluyen la compra de sus productos.
 
La verdad está en que a pesar de que el modelo trata de ahorcar su economía, los campesinos aun producen la mayoría de alimentos que se consumen en Colombia y siguen además exportando. Y además hicieron el paro agrario nacional. Existen como alternativa para el futuro.
 
La necesidad de una negociación con el campesinado que paró
 
Es necesario un cambio. No se puede ser ingenuo y pensar que quienes se benefician del modelo y que tienen el poder en sus manos va a cambiarlo. El paro agrario les demostró que se necesita un cambio rápido y por eso los campesinos que pararon lo hicieron para concertar ese cambio urgente a pesar de que tienen un programa alternativo propio.
 
Pero quienes tienen el poder, los que siempre han pactado entre ellos, deberían saber que el campesinado de hoy ya no está para cucharas. Quiere una verdadera negociación con quienes pararon, que en su diversidad de producción, clima, u organización, demostró tener objetivos comunes determinados por la situación objetiva y trabajados en años de movilizaciones y quehaceres organizativos.
 
Su programa se construyó en numerosas movilizaciones y paros contra el neoliberalismo, por la anulación de deudas, por la tierra y contra los TLC. El paro nacional agrario no nació de la nada, surgió de la realidad económica y de años de organización y lucha de las más diversas vertientes campesinas, indígenas, afro y de obreros rurales.
 
Un pacto se pacta, no se declara y una alianza se acuerda, no se impone. Es por eso que el pacto agrario nacional que anunció el Gobierno el jueves 12 de septiembre no era ni es un pacto y las alianzas que propone de empresarios con campesinos no pueden ser la única alternativa que se le ofrezca al campesinado.
 
Un verdadero pacto puede ser el que se ha empezado a negociar desde los días del paro con las Dignidades y en las mesas de Cundinamarca y Boyacá y se empieza a negociar después de lo acordad con los indígenas en Ipiales, con las organizaciones sociales de Arauca, con la Mesa de Interlocución Agraria y con otros sectores rurales. La Cumbre Social Agraria y las Dignidades han hecho sus declaraciones. Es la hora de negociar de verdad y con los de ruana organizados como protagonistas.
 
El gobierno ha dicho con razón que un cambio en el sector rural y la producción agropecuaria está relacionado con lo pactado en el primer punto de las negociaciones de La Habana con las Farc. Pero, esas negociaciones van demasiado lentas. No pueden hacer esperar la necesaria y urgente negociación con el campesinado ni el campesinado y otros pobladores del campo pueden aceptar que se les someta al ritmo de La Habana.
 
Hay 16 millones de hectáreas aptas para la agricultura sin sembrar.
 
El paro nacional agrario y el campesinado han marcado la hoja de ruta de la movilización civil, pacífica y masiva por un cambio y reclaman y merecen la negociación de un verdadero pacto nacional agrario.
 
  Héctor Mondragón
  Consultor de ILSA

 
Edición N° 00369 – Semana del 20 al 26 de Septiembre de 2013
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