La sangre hiede, como los gritos de los picados cuando su cuerpo es hecho polvo, atraviesa las paredes de madera, que separa cada casa en los barrios de Bajamar, en sus maderas van quedando huellas de lo que un día fue sangre y que poco a poco desaparece con la mugre. Pero el olvido se mata, los NN, los que ya han sido asesinados o desaparecidos aparecen en medio de la bullaranga, del terror y del miedo, la gente no quiere más.

Allá en Buenaventura ya no se proyecta sino que se instituye un modelo de desarrollo con publicidad y muerte. Allá no se usan los metales sobre el cuello o sobre los pies. El metal se ha convertido en violencia de terror y en el control sobre cada calle y cada movimiento a través de jóvenes afros vinculados al paramilitarismo con está neo esclavitud se consolida un control sobre el territorio conforme a los propósitos del mercado mundial.

Pasear por los barrios El Lleras, San José o Sanyu, La Playita, Viento Libre, Muro Yusti, Campo Alegre, Santa Mónica, Morrocoy, Arenal, Piedras Cantas, Alfonso López, Palo Seco, El Capricho y La Palera en Buenaventura es congelar las imágenes del tráfico africano a las Américas pero en los tiempos de la llamada modernidad. Mirar al mar es contrastar las aves de carroña que se perciben por miles con aquellas de pico largo que viven del ciclo natural de la alimentación de los peces, es constatar la cadencia del cuerpo convertida en mercancía o en pecado, según, la norma paramilitar.

Algunas de las bellas niñas negras, de 12 a 14 años son iniciadas sexualmente por los paramilitares, poco a poco, la cadencia africana solo expresa movimientos sexuales, que se han ido interiorizando en las pequeñas de no más de cinco años como réplica de las mayores. Cuando pasa el tiempo de la satisfacción de los paramilitares, ellas son desechadas o enrumbadas en el mundo del comercio sexual que también ellos manejan, cuando no, algunas de ellas son asesinadas. Es parte del control social.

Tanto como las vacunas. Los asesinados entre ellas varias mujeres lo son por no haber pagado a los paramilitares. No son más de dos dólares, pero que la gente no siempre puede pagar, no siempre se gana lo que se espera, pero los paramilitares eso no lo perdonan. En Buenaventura hasta las vendedoras de tinto pagan, las que venden almuerzos, de lo contrario no pueden trabajar o sobrevivir.

Pasear por los barrios de bajamar en medio de nueve ríos es evidenciar que el derecho es la fuerza y la exclusión. El agua es un derecho también negado. Los afrobonaverenses viven rodeados de agua, para bañarse, para pescar, pero no cuentan con agua potable, ni servicio de recolección ni de procesamiento de basuras.

El 80 % de sus habitantes vive en la pobreza y el 63 % no tiene empleo cualquier ingreso vale la pena para sobrevivir, incluso, el de vivir cortado o picando a otros seres humanos, no hay más de donde. Por Buenaventura circula un poco más del 50% del comercio externo de Colombia que se incrementaría con la Alianza el Pacífico. Según informes de prensa Buenaventura reporta al país 4 billones y por el Sistema Nacional de Participación se reciben en el municipio 300 mil millones en pesos.

Pero todas estas situaciones a la tradicional corrupción se adoba con grandes edificaciones que se han ido levantando en Buenaventura como preconizando el nuevo tiempo del turismo y de la economía en donde los pobres se niegan o se ocultan o donde los empobrecidos de bajamar reciben los desechos de quienes se reposan y disfrutan de la vista al mar desde esas moles.

Son las mismas proyecciones en video beam que el gobierno colombiano y local muestran a propios y extraños, hablan del progreso pero negando la pobreza. Razón de más para que la reciente cumbre se hiciera en Cartagena, en un gran centro de convenciones, en donde no entra la pobreza o está se oculta para que todos los mandatarios limpien su buena conciencia y sigan creyéndose a ellos mismos que están haciendo lo mejor, y claro era Cartagena y no Buenaventura porque todavía la pobreza no se ha invisibilizado.

Hiede la vida a muerte como hiede la violencia en su barbarie, como hiede los deshechos anclados debajo de las casas de madera, palafitos que resisten al tiempo.

Buenaventura es uno de los municipios más militarizados y con mayor presencia policial de Colombia. Sin embargo, la protección no es para sus habitantes es para el comercio.

Aquí matan la gente a menos de 40 metros de la presencia Naval en el punto conocido como Pueblo Nuevo, afirma un líder comunitario de San José y los regulares dicen: “que no puede hacer nada, que su función en cuidar la riqueza”. Esto ocurrió hace pocas semanas cuando la gente fue en ayuda de los militares para evitar que una persona fuera asesinada por paramilitares.

Para la gente es claro que ni la policía ni los militares generan seguridad ni confianza. El reciente anuncio del presidente Santos de mayor pie de fuerza para brindar seguridad se recibe con escepticismo. Uno de los habitantes expresa que la policía no hace nada porque se abstienen de ingresar a las calles secundarias de los barrios en donde los paramilitares montan sus grupos, sus armas y sus centros de tortura. La policía circula perimetralmente en esos lugares como parte de un pacto, a veces implícito, a veces explicito.

La gente denuncia a los paramilitares, sus lugares de ubicación y cuando regresa al sector, los paramilitares ya saben quién los denunció. En otras ocasiones los ven departiendo con los paramilitares llamados “La Empresa” o “Los Rastrojos”. Porque lo cierto es que no hay tal confrontación con los Urabeños y Gaitanistas”, estos ya no están en Buenaventura.

Los paramilitares enquistados en la cotidianidad son la ley y el poder real en los barrios de bajamar, la gente los identifica, los conoce, poco les habla, están allí en casas que algunos pobladores, que no resistieron más, y abandonadas estos se las tomaron. Estas viviendas se convierten en su asentamiento, en el espacio de control de los movimientos de la gente y en los espacios de tortura. Esas mismas casas son las que usan para cortar en pedacitos, para picar. La miseria de la gente es tanta que hasta partes de los muertos se venden como carne de res. Hace poco en el barrio San José un habitante de la calle en una plaza de mercado tomó una bolsa congelada en su interior, el vio carne, llegó a venderla en ese lugar bajamar. Un poblador observó que el color de la carne era distinto al de la res, algunos ya habían comprado una porción, era tarde, la habían consumido, otros descubrieron la tetilla de un hombre. Desde ese día, algunos de ellos se negaron a volver a comer carne. Así de cruel es la vida.

Allá, todo el mundo escucha pero nadie puede hablar. El sonido del uso de armas blancas y de machetes con los que desmembran los cuerpos de sus víctimas atraviesan las paredes de madera, los suplicios, las suplicas se escuchan, pero nadie puede hacer nada, el que diga algo o su familia pueden correr la misma suerte.

El ritual es interiorizado por todos. Los jóvenes paramilitares trasladan a su víctima de un sector o de un barrio a otro, lo llevan a pie, son siempre dos que se mueven en silencio con sus tenis de alto costo, que miran de frente y en la mitad de ellos quien va a ser asesinado o asesinada, lo llevan de la mano sin mucho esfuerzo, sin cadena. Atraviesan calles y calles e ingresa a una de las viviendas y allí empieza la tortura, hasta la muerte. Algunas de las víctimas, que recientemente lograron sobrevivir a los machetazos, que no se ahogo en el mar, fue recuperada por sus victimarios se le coloco una piedra para que ya “no jodiera más, y se ahogará”. En otros casos, como ha sido la violencia paramilitar en el norte de Colombia, les han abierto las entrañas y les han colocado piedras para que se hundan.

Hay un centro de culto necrofilico, se mira en la distancia, al que nadie se quiere acercar salvo los del progreso. Es el islote “calavera”” antes llamado islote Margarita. Allí revolotean por cientos los chulos, las aves de carroña cada vez que los paramilitares arrojan el cuerpo sin vida de una de sus víctimas, es también el cementerio de los desaparecidos forzados. Allí se proyecta el progreso. Se pretende transformar el islote como parte de la cadena de transporte de carbón de una multinacional.

Así es toda Buenaventura ahogada, negada en su miseria por la imagen del progreso, un mundo imaginario que poco a poco se hace realidad para el gran capital, un mundo que oculta lo que hiede, la sangre pobre, la sangre negra, la vida negra, la esclavitud moderna.

Comisión Intereclesial de justicia y Paz
http://justiciaypazcolombia.com/Herederos-de-la-esclavitud-en

 

Colombia: crisis en Buenaventura