Mientras haya demanda para la cocaína, los países productores seguirán cultivando la materia prima del alcaloide. Y mientras el cultivo de la coca reporte más ingresos que los cultivos convencionales los campesinos caerán en la tentación de plantar coca, aun conociendo los riesgos y perjuicios que esta actividad comporta: el riesgo de dedicarse a una actividad ilegal y el perjuicio ambiental de un monocultivo que se desarrolla sin ningún tipo de regulación.

Aunque el último informe mundial sobre drogas de la ONU señala una disminución de la producción total de cocaína en los últimos dos años, el informe más reciente del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (OEDT) de 2009 señala que, “Durante el último decenio se ha observado un aumento general del consumo y la incautación de cocaína en la Unión Europea… principalmente en los Estados miembros de Europa occidental”. Y más adelante: “La cocaína sigue siendo la segunda droga ilegal más consumida en Europa después del cannabis… Se estima que 13 millones de europeos la han consumido al menos una vez en la vida… y que 4 millones de europeos han consumido esta droga en el último año”. En Europa el consumo fuerte de cocaína parece concentrarse en unos pocos países, sobre todo Dinamarca, Italia, Irlanda, España y el Reino Unido, y es en estos dos últimos en donde se presenta la mayor prevalencia de consumo y se registra hoy todavía una tendencia general al alza.

Por el lado de los Estados Unidos, si bien se registra en ese país una leve disminución del consumo en los últimos años, la cocaína y otros derivados como el crack siguen circulando todavía de manera significativa.

Que la cocaína no pasa de moda es lo que concluye, entre otras cosas, un estudio reciente sobre el consumo de drogas en Ámsterdam en los últimos veinte años. Luego de un largo período de mayor popularidad de drogas sintéticas como el éxtasis, la cocaína ha vuelto al centro de la escena de la vida nocturna amsterdamesa. Diversas razones explican este ‘regreso’, así como las preferencias en determinados momentos por una u otra droga. Pero la cocaína se ha caracterizado desde sus comienzos por el encanto particular de haber quedado asociada a un mundo de alta cultura y de ‘high society’, y a un estilo de vida de cierto lujo. La usa Kate Moss y la canta Carla Bruni. La cocaína sería algo así como el champagne de las drogas.

De modo que se podría pensar que cualquier intento por desincentivar el consumo de cocaína tendría que comenzar también por partir de una desglamourización de una sustancia altamente glamourizada. Algo así, quizás, como lo que se empezó a hacer hace años con el tabaco, en aquellas épocas cuando fumar cigarrillos estaba todavía asociado a imágenes de hombres fuertes (como el hombre Marlboro), mujeres elegantes, y jóvenes felices de aspecto deportivo. Todavía se fuma bastante, pero los anuncios disuasivos en las cajetillas (el tabaco mata, o imágenes de pulmomes perforados por el cáncer) han hecho sin duda su labor.

Impacto ambiental de la coca y la cocaína

Lo malo es que en el caso del consumo de un estupefaciente como la cocaína, la fórmula podría no funcionar de la misma manera. Un buen ejemplo de ello podría verse en los efectos – en este caso, la falta de efectos – de campañas como la que viene impulsando desde hace unos años en Europa el Gobierno colombiano, “Shared Responsibility”, (Responsabilidad compartida). La idea es desincentivar el consumo de cocaína mostrándole al público europeo imágenes no de su propia nariz inflamada sino del que era un bellísimo bosque en Colombia ahora semidestruido por culpa de la deforestación para plantar coca. El mensaje central es: por cada gramo de cocaína que consumes estás contribuyendo a la tala de unos 4 metros cuadrados de bosque tropical. Con el propósito de que, si a la gente no le importa su propia salud, al menos sí le importará la naturaleza.

Pero, a pesar de algunas oscilaciones anuales, la cocaína no da todavía señas claras de estar dando marcha atrás, en varios países sucede incluso lo contrario. Es conocido que en materia de temas ambientales la gente suele ser muy expresiva verbalmente pero poco consecuente en la práctica. Mientras todos se horrorizan por el drama ecológico que se está viviendo en el Golfo de México, la venta de hummers (autos todo terreno) y de otros innecesariamente gigantescos vehículos altos devoradores de gasolina, no se ha reducido en los EE.UU.. Probablemente porque el hummer está asociado a un determinado estilo de vida, y a un determinado tipo de gente que seducen a cierto público. Lo mismo podría decirse de la cocaína, una sustancia tan chic que te hace no querer pensar mucho en la destrucción de los bosques tropicales suramericanos.

El tema del impacto sobre el ambiente que causan los cultivos de uso ilícito es tan grave que no es con campañitas de disuasión como la mencionada que debería enfrentarse el problema. Ni los consumidores de cocaína ni los campesinos pobres cultivadores de coca son los verdaderos responsables del ‘ecocidio’ que causa la coca, por ello no se puede esperar que sean ellos los que resuelvan el problema. La responsabilidad de la deforestación por coca y el uso indiscriminado de químicos recae en la política que se viene aplicando desde hace décadas para esos cultivos que lo único que ha conseguido es que éstos se hayan extendido desproporcionadamente.

Así como los Gobiernos deberían comenzar a cambiar sus políticas energéticas y orientarse hacia el desarrollo de formas alternativas limpias de energía para evitar futuras catástrofes como la producida hoy por la BP, también está en manos de los Gobiernos – y esto sería mucho más fácil que lo anterior – cambiar las actuales políticas de drogas, específicamente la política para la coca, de modo que se evite la deforestación de bosques y selvas para plantarla, y el uso indiscriminado de químicos para procesarla.

A pesar de las relativas disminuciones o aumentos que se producen un año tras otro en los tres países productores, nada hacer prever por el momento que la coca vaya a desaparecer. Con lo cual la mejor opción por ahora es la de tratar al máximo que esa producción se efectúe de manera limpia y racional para que no impacte el ambiente. Urge entonces comenzar a pensar en formas de regulación de los cultivos de coca tendientes a que éstos se produzcan con criterios ecológicos. Si los Gobiernos de los países andinos no tienen la suficiente autonomía para tomar sus propias decisiones en esta materia, corresponde entonces a los Gobiernos de los países consumidores, en primer lugar Estados Unidos – país que lidera e impone al resto del mundo su concepto y práctica de ‘guerra a las drogas’- pero también a Europa y Naciones Unidas, facilitar un cambio en las políticas para la coca que permita esta regulación. Esta sería una verdadera ‘shared responsibility’.

El tema de la coca y su impacto sobre el ambiente no se puede seguir ignorando. Pero mientras no se reduzca la demanda de cocaína, lo más sensato que pueden hacer los países andinos es asegurarse de que la producción de su materia prima no arrase su propia biodiversidad.

[ Fuente: Transnational Institute ] [ Autor: Amira Armenta]