Al agradecerles la carta de despedida que me envían y que hicieron pública, reconozco que hay tanto recogido en esas palabras, que no va a ser posible responder a lo que acumula con justicia y de manera suficiente. Sin embargo, expresa un “espíritu” que me conmueve y me inspira a responder para honrarlo en sus términos. Por eso comienzo con la sabiduría de la conclusión, en la que me invitan a quedarme con la amistad y la gratitud para seguir sin resentimiento ni amargura. Esto, se los debo, se lo debo al pueblo Nasa, a todas las comunidades, al proceso, a ustedes y a todo lo que allí y desde allí se ha construido y viene madurando. Esto lo prometo, frente a ustedes, a mi mismo de todo corazón. Se los debo. He aprendido tanto, he descubierto tanto allí, entre ustedes y ese pueblo ejemplar, que es precisamente distanciarme de lo  que pudiera seguir descubriendo a diario, lo que más me duele. Vivir en el Norte del Cauca es, ante todo una oportunidad y el privilegio de compartir con un pueblo en y de su territorio, cuya historia y experiencia conmueve y convoca al compromiso. Soy yo el que da las gracias. Son ustedes los que me hacen falta.

 

Pude hablar con muchos mayores y mayoras durante mi tiempo allí. Tengo plena conciencia de que apenas hace 40 años y aún menos, no había más que desprecio por ese mismo pueblo como por todos los pueblos indígenas y afros en Colombia. Se que terratenientes de los que descienden y hacen parte personajes como Juan José Chaux Mosquera, han convertido ese desprecio en su proyecto obsesivo hasta enfermar de codicia y envenenarse con su propia herencia. Muchos como él odian a los indios y a los pobres por principio y hacen carrera hasta orientar escuadrones de la muerte para “devolver al indio a su lugar”, es decir, para someterlos a donde estos herederos de la conquista sienten que pertenecen: como esclavos y terrajeros eternos en la miseria. Lo que han logrado como pueblos frente a más de cinco siglos de racismos, de tiranía, de despojo, desde la miseria, el desprecio y la invisibilidad, por su propio compromiso y fuerza, apoyados en la memoria viva de sus culturas, es verdaderamente ejemplar, admirable e imposible a los ojos de sus propios opresores que no han podido aprender a respetarlos.

Entre muchas imágenes, conservo la de ese momento, en La Emperatriz, cuando comenzaba la “Liberación de la Madre Tierra” y se quemaron frente a la comunidad, los elementos de agresión del escuadrón anti-motines (ESMAD), que tanto daño ha hecho y que tanto terror ha sembrado. Mientras esto sucedía, una mayor indígena, humilde y cuya presencia ponía en evidencia una vida larga en sufrimiento y lucha, hablaba con un policía escondido detrás del escudo y dentro del uniforme para intimidar. Se entregaron los policías capturados  por la comunidad, protegidos por la comunidad a la que ellos mismos maltrataron. Era la palabra y la acción de liberación, frente a la maquinaria de terror y despojo. Ella lo miraba a los ojos para hablarle. Para ella, había un ser humano en esa máquina obediente de la tiranía. Con gente así, ha sido posible lo imposible. La miseria se ha convertido en dignidad y la invisibilidad en inspiración. Son el Gran Pueblo del Territorio, desde el Territorio del Gran Pueblo (Cxhab Wala Kiwe).

Me encontré con el taita Lorenzo Muelas en Bogotá. Fue el último mayor que vi antes de partir. Hablamos juntos de “La fuerza de la gente”, su libro, pero también del sentido de ese título y de lo que recoge. De la lucha indígena que lo llevó a él del despojo narrado con dolor enorme, a la Constituyente y a otras tareas de liderazgo. En su palabra pausada y sabia, me encontré con tantas otras de hombres y mujeres indígenas cuya calidad y fortaleza se hace sabia en la humildad del trabajo colectivo que ha ido forjando, tejiendo esos procesos. Como otros mayores, está solo, se siente maltratado de manera injusta, teme que se le despoje y sufre con las divisiones entre pueblos porque quiere terminar sus días en paz, en su terruño y conviviendo entre campesinos e indígenas. Al recordarlo y con él a quienes han abierto el camino, exijo que se les retribuya y se les honre. Soy yo el que al exigir respeto y cuidado, les da las gracias.
Gracias a todas y a todos en el Tejido de Comunicación, porque aprendimos colectivamente a hacer lo que es necesario (más allá de lo que era posible) ante el abuso y nos exigimos mutuamente hasta poder. Día y noche ante los ataques del terror, ante la violencia contra la Cumbre de los Pueblos, la Liberación de la Madre Tierra, la Minga. Días y noches preparando la Consulta frente al TLC. Compartiendo una hora de angustia ante el terror, la masacre, la desinformación comercial y oficial, y también la alegría desbordante por un logro, por un acto de dignidad inocultable, porque la palabra y la acción salieron del encierro y vencieron el engaño para salir en libertad a través de los medios propios en asambleas y encuentros con la comunidad y de los apropiados por nosotros en radios, internet, impresos, documentales. No nos hicimos un medio en el proceso, nos convertimos en comunicación del y ante todo desde y para el proceso. En condiciones adversas, sin recursos, bajo ataque constante, esto ha sido posible por un compromiso mayor que no ha sido nombrado. Hoy tejer comunicación contrasta con lo que hacen agencias y medios comerciales y se convierte en semilla de una alternativa desde lo local hasta lo masivo que ya desbordó lo local. Soy yo el que da las gracias. Es a mí al que le hará falta seguir con ustedes, ser nosotros en esa tarea de la que son ejemplo, acompañarlos en el proceso de hacerse escuela y tejer hacia adentro y hacia fuera, nudos, hilos y huecos para la verdad y la vida. Allí hay tejedores y tejedoras de la palabra, que son mucho más que periodistas, aunque también eso son y excelentes, a pesar de que se les siga negando el derecho a formarse y a ser reconocidos como merecen. Yo seguiré haciendo lo que pueda y me permitan por el Tejido.