Rogelio Martínez fue asesinado en la finca que él había logrado recuperar de los paramilitares y que su padre había conseguido en las luchas campesinas de los setenta.
Rogelio Martínez y 14 campesinos más han sido asesinados por reclamar la finca La Alemania en San Onofre, Sucre.
– Especial multimedia sobre los Montes de María
“Aquí los que mandan son los paras”, dice Ana, la mamá de mi amiga, en un intento por disuadirme de viajar a San Onofre. Es sábado a las siete y media de la mañana en un barrio clase media de Sincelejo. Aún en piyama, Ana empieza a hablar sin parar sobre la violencia perpetrada por los paramilitares en Sucre: cuerpos descuartizados, cabezas cortadas, niños que se vuelven mudos después de ser testigos de atrocidades. Recuerda a los agentes del CTI de la Fiscalía que fueron a San Onofre en mayo de 2001 a investigar un crimen, y que terminaron asesinados.
“Tiraron los cuerpos a los caimanes”, dice. –
“No –responde mi amiga Paola – los botaron al mar”.
La violencia sigue presente en Sucre, a veces en historias de terror, a veces en hechos. El miedo no quiere soltar a la gente. Pero existen los que logran vencerlo. Le ponen la cara a unas fuerzas oscuras que todavía tienen poder en este departamento costeño, el segundo más pobre del país donde se desplazaron 80 mil campesinos desde 2000, según las cifras oficiales.
* * *
Ya es el jueves siguiente a mediodía y hace calor en Sincelejo. En el parqueadero que sirve como terminal para busetas y taxis colectivos a Corozal y San Onofre veo la cara sonriente y pecosa de Sandra, oriunda de San Onofre. Es una mujer de 28 años cuya vida cambió por completo con la detención de su padre, Carmelo Agámez. Es bonita, como que ilumina sus alrededores con la luz de alguien que cree en lo que hace. Casi todos los días toma el colectivo de Sincelejo a Corozal para visitar su papá en la cárcel. Hoy la acompaño en ese trayecto de unos 20 minutos. Le pregunto si no le da miedo andar sola, y responde que sí. Cuenta que su marido está preocupado, le recuerda que tiene dos niños. Pero ¿quién más va a ayudar a su padre, si no ella? Los hijos también se han resignado a las ausencias de Sandra:
– ¿Vas a hacer otra vuelta para tu papá, verdad? le dijo su hija de cinco años cuando Sandra iba a los Estados Unidos en abril para hablar del caso de Carmelo. La organización de derechos humanos Human Rights First lo incluyó en el informe “Los defensores de derechos humanos acusados sin fundamento”, publicado en febrero de 2009. El caso de su papá impulsó a Sandra a estudiar derecho. Más adelante quiere trabajar en derechos humanos, convencida de que hay tanta gente que necesita apoyo.
Los Agámez vivieron exiliados durante varios años. Cuando volvieron en 1995, los paramilitares empezaron a llegar a la región. Uno podía encontrarlos en la calle, en la plaza. Una vez, al salir de la casa, Sandra vio pasar a Marco Tulio Pérez alias ‘El Oso’ , que comandó un grupo de paramilitares en San Onofre, bajo órdenes de alias ‘Cadena’ y alias ‘Diego Vecino’. Ella se devolvió inmediatamente, porque había escuchado historias sobre cómo él violaba mujeres.
– En las fiestas públicas, todas las mujeres tenían que ir a bailar con ellos. Iban de puerta en puerta a sacarlas.
Son relatos como este que Carmelo, Rogelio y otros se atrevieron a denunciar públicamente cuando se inició el proceso de desmovilización con los grupos paramilitares y se empezó a hablar de la importancia de reconstruir la verdad sobre el paramilitarismo. En un encuentro del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes del Estado (Movice) Sandra conoció a Rogelio Martínez, que era el secretario técnico de esa organización.
– Era un señor de mucho valor. El miedo lo había perdido. Aquí, el año pasado, hubo una mesa de garantías. Rogelio denunció frente a todas las autoridades lo que estaba pasando. El comandante de la Policía de Sucre le contestó que “no era ningún defensor de derechos humanos”.
Las denuncias llevaron a señalamientos y amenazas, pero Rogelio no se quería callar. A Sandra se le quedo grabado lo que le dijo:
– Sandra, de esa finca no salgo sino con los pies para adelante.
* * *
El taxi nos deja en el centro en la casa rosada medio caída que hace las veces de cárcel de Corozal. Detrás de unas rejas negras, y vigilado por guardias del Inpec que nos requisan y registran nuestras cédulas, vi a Carmelo Agámez. Está siendo investigado por el delito de concierto para delinquir con grupos paramilitares. Le ha tocado estar recluido junto con algunos de los jefes paramilitares y políticos que él mismo ha denunciado. Al parecer, las únicas pruebas contra Carmelo son dos testimonios, uno de los cuales es de la esposa de Jorge Blanco, el ex alcalde de San Onofre, acusado de parapolítica. Según dijo alias ‘El Oso’ en su versión libre ante la Fiscalía, Blanco fue uno de los políticos presentes en el cierre de campaña de las elecciones de 2003 para elegir Gobernador de Sucre y Alcalde de San Onofre, organizado por los mismos paramilitares.
Carmelo ya lleva un año y medio encarcelado. Nos recibe con mucha amabilidad. Es un hombre robusto, que irradia calma. Le pregunto cómo puede estar tan tranquilo.
– Da tranquilidad saber que no he tenido que ver con eso, dice Carmelo, haciendo referencia a las acusaciones de parapolítica.
Carmelo Agámez, fue de la Unión Patriótica (UP), y tuvo que exiliarse en Venezuela con la familia después de un atentado en 1988. Después de ocho años volvió con su familia a San Onofre. En esa época empezó la incursión paramilitar. Muchos abandonaron la región, otros se aliaron con los paras. Carmelo estuvo entre los resistentes silenciosos que se quedaron. Y cuando los paramilitares se desmovilizaron empezaron a denunciar sus violaciones.
Rogelio Martínez y Carmelo se reencontraron en esa lucha. Se habían conocido en San Onofre cuando Rogelio era un niño, y por muchos años no se habían visto. Un día Carmelo agarró una mototaxi en Sincelejo y, al llegar a casa, el taxista se quitó el casco y resultó ser Rogelio o “Toño”, como lo llamaban sus amigos. Ahí empezaron a hablar de las dificultades que tenía para recuperar la finca. Luego se hicieron dirigentes de Movice.
Le pregunto cómo fue recibir la noticia de su muerte. Por primera vez, Carmelo se queda callado. Hace un movimiento con la mano, como si estuviera espantando algo.
– Es una pérdida irreparable para Movice y para la organización de ellos. Era un líder muy importante. Ahora otros tienen que estar al frente.
Desde la cárcel, Carmelo está esperando el día en que pueda salir para continuar el trabajo. Aunque no sabe qué va a pasar, está convencido de que la gente no quiere volver a vivir esos años oscuros. Si bien el asesinato de Rogelio los frenó un poco, seguirán exigiendo justicia.
* * *
De regreso en la casa de mi amiga Ana converso con Víctor otro integrante de Movice, amigo de Rogelio.
– He visto a muchos compañeros caer. El exceso de confianza puede matarlo a uno –dice. La gente no está dispuesta a declarar. La denuncia se tornó en peligro. En lugar de investigar lo que dices, te investigan a ti por decirlo.
Cuando conoció a Rogelio, era imposible entrar a San Onofre. Si uno entraba, no salía. No solo mataban a la gente, sino que la hacía desaparecer y además les negaban el duelo a los familiares. Buscaban intimidar:
– Mancuso tenía miedo de ‘Cadena’ y ‘Cadena’ de ‘El Oso’. Eran los más sanguinarios que había.
El susto a veces se apodera de Víctor. Después de la muerte de Rogelio soñó tres veces con su hija pequeña. Iba en camino a una reunión y la hija le decía: “Papi, ¡no te vayas! ¡Llévame, papi!”. Piensa que el sueño se debe al impacto que le dio ver la hija de Rogelio de rodillas durante el entierro, llorando a su papá. Lo que más recuerda de Rogelio es la importancia que daba a la palabra.
– Le impactaba que la palabra hubiera perdido su valor. Decía que en San Onofre hay que mirar para un lado y para otro, porque la lengua le puede poner a uno en peligro.
Víctor cuenta que ‘Cadena’ – llegó a la finca La Alemania que el Incora le había adjudicado a Rogelio Martínez y otras 51 familias en 1997. Iba acompañado de dos hombres desmovilizados de la guerrilla, y preguntó:
– ¿Se encuentra Rogelio Martínez?
– Sí, soy yo.
– ¿Usted recibe a la guerrilla?
Rogelio les explicó que era prácticamente imposible decirles que no, que les daba agua pero no los dejaba cocinar.
– Oiga hermano, usted es valiente, le respondió Cadena. Vine personalmente a matarlo, pero no lo voy a hacer. Lo que dijo me convenció.
La palabra le salvó la vida de Rogelio. Sin embargo, muchos años después, la insistencia en decir las cosas como son, fue lo que lo llevó a la muerte, este 18 de mayo de 2010. Con él, 15 campesinos han sido asesinados por reclamar la devolución de la finca que los paramilitares les robaron, según lo documentó VerdadAbierta.com
* * *
Es el lunes 31 de mayo. Ingrid Vergara está sentada por la ventana, en la buseta que nos va a llevar a San Onofre. La brisa que entra por las ventanas y la puerta ayuda a refrescarnos un poco del calor. Por la radio se escucha vallenato y merengue. Ingrid cierra los ojos, los abre cuando hay un movimiento brusco o si alguien entra a la buseta, y los cierra otra vez. Le pregunto cómo está. Cuenta que anoche sí pudo dormir, pero las noches anteriores no había dormido nada. Los recuerdos vienen con mucha intensidad ahora que nos estamos acercando a la finca de Rogelio.
Después de la detención de Carmelo y el asesinato de Rogelio, Ingrid se ha convertido en la principal vocera de Movice en Sucre. Todos parecen depender de su fortaleza y de la claridad de sus palabras. Ya la han amenazado. Cuando le pregunto de dónde saca la fuerza, responde:
– Yo soy sobreviviente de la Unión Patriótica. A los 18 años me tocó huir del pueblo. Después de haber enterrado una cantidad de compañeros acá, me tocó irme por una amenaza en el 93. Pero volví. Mi visión política ha sido esa, estar siempre defendiendo los derechos de las personas.
En camino a San Onofre, en medio de ese paisaje tan fértil, pasamos por varios pueblos afectados por el conflicto armado: En Tolúviejo desaparecieron 11 jóvenes en junio de 2007 y resultó ser otros casos de ‘falsos positivos’. Ingrid cuenta que Movice está acompañando los familiares. Pasamos por Chinulito, que está semi-destruído y tiene muchas casas a dónde nadie regresó.
La finca La Alemania que Rogelio Martínez y los otros campesinos habían logrado recuperar queda en la ruta al Golfo de Morrosquillo, de donde aún hoy sigue saliendo la droga y entrando las armas. Por eso conseguir que la devuelvan ha sido tan costoso para todos ellos.
– Rogelio era el niño del movimiento. Era el que nos hacía reír, la persona que más cariño nos brindaba. Era muy inocente, confiaba en todo el mundo, dice Íngrid, quién compartió mucho tiempo con él.
Cuando incrementaron las amenazas, ella recuerda que estuvieron en Bogotá discutiendo la posibilidad de que no regresara a la finca. Rogelio lo dejó claro:
– Yo me regreso para mi tierra. Yo a estas alturas del paseo no me puedo bajar del bus, porque ahora es más peligroso bajarse del bus que seguir en él.
Ingrid cuenta que el último tiempo antes de su muerte, Rogelio estaba muy preocupado y hablaba mucho de la muerte.
Ya había recibido amenazas por teléfono, y un desmovilizado, alias ‘Quince’ o ‘Garrapata’ había aparecido en San Onofre hablando de “hacer una vuelta en la finca la Alemania”. Dijo que si él no lo hacía, lo haría otro, porque tenía órdenes de gente en la cárcel de Sincelejo.
* * *
Julia Torres está sentada en el kiosco de la finca, rodeada por el verde de los Montes de María. Está muy afectada por el asesinato de su esposo Rogelio.
– Siento un vacío muy grande, como si el mundo se hubiera ido todo …
Un soldado vigila la entrada. El Ejército instaló un pequeño campamento detrás de su casa. Ingrid y Julia se abrazan por un largo tiempo. Lloran juntas. Julia pregunta:
– ¿Vieron la flor en el camino? Puse una flor ahí donde lo mataron.
Conversan en voz baja y pasamos un rato en silencio. Después empiezan a hablar de la muerte de Rogelio.
– Yo sospechaba, como a él lo habían amenazado, dice Julia. Andaba muy preocupada, y piensa que Rogelio se guardaba algo con tal de no preocuparla más. Pero unos días antes de ser asesinado, le dijo:
-Si me matan, no te vayas de aquí. Esto es de ustedes. No dejes que se pierda esto.
A Rogelio lo mataron a las 6 de la tarde, la hora en que llegaba a la casa para comer en familia.
Ahora está llegando la hora del almuerzo, y Julia le pide a una hija poner a cocinar un poco de yuca y ver qué más encuentra. Ella prepara huevos pericos, yuca y suero con un jugo delicioso de naranja con panela. Casi todo lo han producido en la finca. Mientras la hija prepara el almuerzo, Julia mece dos nietos en una hamaca.
Le pregunto sobre la llegada de ‘Cadena’ a la finca. Julia cuenta que los paramilitares asesinaron a tres personas que vivían en los alrededores de la finca el 30 de marzo de 2000.
– Duramos hasta el 5 de agosto de 2001 en resistencia, oyendo y viendo cosas que nunca deberíamos haber visto.
Los paramilitares instalaron un campamento en la finca e invadieron prácticamente todos los espacios de la familia. El kiosco – donde estamos sentadas ahora – no se podía usar, porque lo ocuparon ellos.
– ¿Sentía miedo?
– Demasiado. Me enfermé. Todo lo empezaron a destruir, dice y señala una casa arruinada que queda atrás del kiosco.
Estuvieron viviendo durante un poco más de un año en esas condiciones. Al hijo – Luis – lo pusieron a limpiar sus fusiles. Le decían que la vida campesina no valía nada, que ellos sí tenían una vida sabrosa. En ese momento la pareja decidió abandonar la tierra y desplazarse a Sincelejo. ‘Cadena’ y sus hombres se apropiaron de su parcela. En 2006 Rogelio se convirtió en el representante legal de las 52 familias despojadas de las fincas de La Alemania y retornó con la familia a la finca. La vida como desplazados había sido muy difícil, explica Julia:
– Acá tenemos todo, allá nada. Rogelio manejaba una moto ajena, pero no daba para cuatro pelaos, ni para los colegios.
Cuando le pregunté cómo conoció a Rogelio, sonrió por primera vez. Contó que lo vio jugar al beisbol en su pueblo, Pita. Ella tenía 15 años y él 25. El era muy alegre. Al recordarlo, sonríe de nuevo. Cuenta que en ese tiempo Rogelio no tenía tierras. Pero no importaba: Ella se fue con él, salió embarazada y a los 3 meses se casaron.
– No nos habíamos separado hasta este trágico momento. Tenemos un compromiso con él, porque esto fue su vida, su lucha y su muerte también.
* * *
Manuel Martínez, el padre de Rogelio, fue líder de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) en San Onofre durante las grandes tomas de tierras en los años 70.
– Rogelio me acompañaba mucho. Donde va el padre va el hijo. Luego fueron creciendo, cada quien fue cogiendo destino, yo me fui aquietando. Pero cuando uno tiene conciencia, cuando tiene cariño a una persona, le inquieta ver que la están maltratando. Y yo le tengo cariño a la gente…
Ahora don Manuel tiene 85 años y vive en La Palma, un barrio de invasión en Sincelejo. Llegamos a su casita cuando está cayendo la noche. En su sala sólo hay un bombillo, dos bancas rústicas y una mesa que también sirve de banca cuando llega visita. En las paredes de madera simple no hay otro adorno que la huella de una mano de un niño. El piso es de tierra y el techo de zinc. Ha regresado a la misma miseria que impulsó su lucha:
– La gente no tenía qué comer. Los ricos tenían toda la tierra.
Querían que les dieran tierras baldías.
– ¿Cuál es el pan del que comemos todos? Es la tierra. La tierra se queda entera, no se disminuye.
Con las tomas campesinas de tierra vino la guerra. Las guerrillas y los paramilitares. Los campesinos terminaron en medio del fuego cruzado. La Fuerza Pública también hizo presencia, sus oficiales muchas veces en connivencia con los paramilitares. Era para acabar con la guerrilla, explica don Manuel, pero mataron más campesino inocente. Él mismo apareció en una lista de muerte de ‘Cadena’, y fue perseguido por los agentes de seguridad del Estado.
– Las personas que andaban conmigo los acabaron. Yo quedé solo.
Más que su propia soledad, le preocupa el hambre que va a haber si todos los campesinos abandonan el campo. Por eso, cuando Rogelio retornó a La Alemania, don Manuel lo acompañó:
– Fui con ellos a sembrar plátano y yuca. Es una tierra de mucha riqueza, tiene agua viva por todas partes.
Hay algo con este bisabuelo que me rompe el corazón: Su cuerpo flaco pero vibrante, sus palabras sencillas y lúcidas, sus ojos despiertos que han visto tantas injusticias… Aún hace un esfuerzo por hacernos sonreír. Le pregunto si vive solo:
– Si, doña, hasta que encuentre una compañera…
Busco un signo de esperanza en medio de este paisaje tan desolador y encuentro un olor a jazmín. Don Manuel tiene una mata de azahar de la India frente a su casa, y la fragancia inunda la salita. Me puedo imaginar sus manos arrugadas cuidando el árbol con el mismo cariño con el que acompaña la gente: ese sentimiento que no lo deja descansar.
[ Autor: Kristina Johansen, especial para VerdadAbierta.com]
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