A Mateo Matamala y Margarita Gómez los mataron los paramilitares de San Bernardo del Viento (Córdoba) por hacer las preguntas que nadie debe hacer en un lugar como el Golfo de Morrosquillo y por resultar su presencia incómoda para los cuidadores de los intereses que dominan en esta zona del país llena de historia.

 

El 11 de enero, la noticia sobre el cruel asesinato de estos dos intelectuales sacudió al país. Claramente, el pertenecer sus familias a la vieja y deteriorada aristocracia colombiana marcó la diferencia, pues las muertes de quinientos sesenta y cinco pobladores de la región el año pasado y de al menos cuarenta y dos en lo corrido de éste en Córdoba, según el Observatorio del Delito de la Policía Nacional, no ha merecido el cubrimiento noticioso ni el despliegue policial que se ha vivido en la región desde estas trágicas muertes.

Tampoco estos hechos ‘menores’, por tratarse las víctimas de campesinos, artistas, docentes, trabajadores y habitantes de ciertos barrios, merecieron las múltiples declaraciones del comandante de la Policía, general Óscar Naranjo, en cuanto a la responsabilidad del grupo de ‘Los Urabeños’, antiguamente liderado por Daniel Rendón Herrera alias ‘Don Mario’, ni la atención directa del gobierno a una región azotada por el terror paramilitar desde inicios de los 90.

Ya la Defensoría del Pueblo, en un informe del 9 de agosto de 2010, había alertado sobre la presencia más que evidente de las bandas narcoparamilitares y el control territorial y social que ejercían en esta zona del departamento: dieciséis muertes violentas en San Bernardo del Viento, veintiuna en Lorica y siete en San Antero daban testimonio de la brutalidad con la que estos grupos siguen tratando a la población de la zona circundante al Golfo de Morrosquillo. Así mismo, un informe del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), de septiembre de 2010, señala la presencia de seis grupos paramilitares –Águilas Negras, ERPAC, Los Paisas, Los Rastrojos, Los Urabeños, Oficina de Envigado– en veinte municipios de Córdoba, siendo éste departamento el segundo con mayor incidencia de estas organizaciones mafiosas, después de Cesar.

El devenir histórico de esta región no es un detalle que deba pasar desapercibido. El Golfo de Morrosquillo, al menos desde inicios de la década del 80, ha configurado la principal ruta de exportación de cocaína en el país y fue el gran legado que el desaparecido Cartel de Medellín dejó en manos de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), luego de la muerte de Pablo Escobar en 1993. A partir de allí, múltiples guerras se desataron junto a esta zona de amplias y hermosas playas, puerto natural para embarcaciones de bajo calado y rápido desplazamiento, por el control de este punto de salida de la cocaína hacia el mercado de Estados Unidos, cuya demanda ha ido en aumento desde entonces y ha requerido la búsqueda de nuevas líneas de exportación por parte de los mafiosos colombianos.

Sólo la brutal influencia de Salvatore Mancuso en la zona logró silenciar por años las pugnas entre las organizaciones narcotraficantes por este mítico puerto, que se convirtió en el gran trofeo mafioso al que sólo pueden acceder quienes tengan el mayor poderío militar, recursos económicos, capacidad de corrupción e influencia política en las altas esferas del poder. Los posteriores enfrentamientos del antiguo número dos de las AUC con Diego Fernando Murillo alias ‘Don Berna’ serían regulados por la estructura federada de la organización paramilitar que, muy a pesar de la oposición de Carlos Castaño, empezó a tratar a través de su estado mayor los pleitos entre los jefes mafiosos que confluyeron a las autodefensas con el paso de los años.

Luego de la muerte de Castaño Gil y de la desmovilización de las AUC (2003-2005), la diáspora de nuevos grupos paramilitares generó una nueva guerra por la ruta del Golfo de Morrosquillo. Hombres de la Oficina de Envigado de ‘Don Berna’ y las estructuras creadas por Daniel Rendón Herrera alias ‘Don Mario’ se enfrentaron por el control de las rutas de esta zona y de Urabá, las más cercanas a las costas de Panamá, en medio de una dura violencia que había comenzado en las calles de Medellín a mediados de 2008. Sólo la captura de ‘Don Mario’, en abril de 2009, definiría la nueva organización de los carteles en esta región del país, posicionando allí a los nuevos narcoparamilitares.

De las antiguas AUC llegarían a Córdoba las Águilas Negras, Los Paisas y Los Urabeños. Posteriormente, el Ejército Revolucionario Popular Anti Comunista (Erpac) del recientemente abatido Pedro Oliverio Guerrero alias ‘Cuchillo’, lograría extenderse desde los Llanos Orientales hasta esta zona del país en busca del gran trofeo mafioso y, por su parte, Los Rastrojos, cuyos orígenes se remontan a líderes del Cartel del Norte del Valle y que ahora representan una extraña amalgama entre éstos y algunos de sus antiguos enemigos de las AUC, han hecho recientemente su aparición en el convulsionado panorama de esta región de la Costa Atlántica.

La batalla por el dominio del Golfo de Morrosquillo continuó discretamente hasta el asesinato de los dos universitarios bogotanos. A ojos del comandante de la Policía, quien antes de ascender a esta posición dirigía el aparato de inteligencia antinarcóticos de esa institución, resultaba de mayor importancia la batalla estatal contra Los Rastrojos, en el suroccidente del país, y contra los hombres de ‘Cuchillo’, especialmente en los Llanos Orientales –donde el abatido líder mafioso había sostenido una dura lucha contra otro grupo paramilitar que, según algunas versiones, obedecería a los intereses del zar de las esmeraldas Víctor Carranza– que las pugnas mafiosas en la Costa Atlántica, fundamentalmente por las rutas de La Guajira y el ya mencionado golfo, que no merecieron, sino hasta el escándalo generado por estos trágicos hechos, comentarios sobre la grave situación de orden público en la región ni operativos para minar el control de estas bandas o para proteger a la población civil en Córdoba.

Con toda seguridad, poco a poco desaparecerá el escándalo por la muerte de Mateo Matamala y Margarita Gómez, conforme se encuentren chivos expiatorios, responsables materiales y posibles explicaciones del atroz crimen ante la opinión pública. Sin embargo, la impunidad que rodea los centenares de crímenes ocurridos en Córdoba, como el del periodista Clodomiro Castilla en Montería, refleja que no hay intención alguna de llegar a los verdaderos responsables de la violencia en el norte del país.

Dada la penetración que el narcotráfico ha demostrado tener históricamente al interior del Estado, es muy posible que estos hechos motiven que próximamente se vean nuevas alineaciones de las estructuras criminales en distintas regiones del Colombia. La necesidad de mantener corriendo la cocaína hacia los Estados Unidos, con los astronómicos ingresos que este mercado implica para los verdaderos dueños de esta cadena productiva –que hoy reciben sus ganancias en la sombra o cobijados por la alta sociedad y el poder– asegurará que las balas y la sangre de los pobladores de Córdoba sigan cayendo y que el Golfo de Morrosquillo continúe siendo la joya de la corona mafiosa: el puerto que ofrece los mejores resultados para el blanco negocio.

 

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