Reflexiono desde el lugar compartido de las resistencias en el que me encuentro, ante un hecho que insiste en cuestionar implacable el sentido y curso de lo que hacemos como “activistas”. Leo horrorizado el texto anexo, en el que se recoge el discurso de Juan Manuel Santos ante la muerte de Sonia Peres y durante la inauguración de una muestra de conmemoración del Holocausto.
Hay tanto de evidente y grotesco en el gesto y las palabras del Presidente colombiano, que ratifica el carácter cínico del régimen sangriento y represivo y de quien es su vocero y gobernante. Un orden criminal denuncia crímenes, con lo que pretende reclamar la estatura moral que escude y encubra sus propios actos. No es que no haya que conmemorar y lamentar el holocausto y menos que Colombia no sea un lugar desde donde deba hacerse pero esto no y así no. Pero no quiero señalar lo evidente. Con lo dicho hasta acá basta. Hay algo más urgente y que nos involucra, me parece.
Al finalizar su valiente estudio sobre los orígenes del Totalitarismo, Hannah Arendt, en 1946, relaciona lo que ella denomina como “el carácter burgués” con el terror totalitario. Es un párrafo terrible, clarividente. Es un espejo que NOS señala a todas y todos y nos reclama transformaciones, no meros giros, que nos ponen hoy en el lugar de víctimas y mañana de victimarios y viceversa. La seguridad como objetivo, para los de uno, la docilidad para alcanzarla dentro de normas, rutinas, tareas, doctrinas y exigencias de alguna estructura u organización para la que trabajamos o de las que somos activistas a cambio de la seguridad (tener, pertenecer, hacer lo “correcto”) y la transformación consecuente de la gente “normal” en la recua asesina que hace bien su parte, con entusiasmo y a cabalidad, capaz de realizar todos los horrores de manera sistemática, ejecutados tal como se fabrica una máquina en un proceso en el que cada cual hace la parte que le toca para cumplir el objetivo que se ha definido, son consecuencias inevitables de ese carácter burgués y ante los hechos del holocausto, Hannah Arendt los señala reclamando que no se reduzca lo sucedido a víctimas y victimarios: a una locura de los otros. A una infección ajena, un absceso que ya se drenó.
Ese carácter, señala sobre los hechos, que lleva a la sumisión colectiva desde la docilidad por el bienestar de los propios (físico, psicológico y todos los etcéteras), esa transacción moderna y racional en la que uno acepta y cumple dentro de una estructura a cambio de pertenecer y actuar doctrinaria y colectivamente de manera racional, es semilla del totalitarismo, es su herramienta y determinante fundamental e involucra potencialmente a cualquier pueblo, a toda la humanidad, a cualquier sociedad, organización o grupo. Sobre esto advierte Arendt en el momento en el que la verdad y la justicia deben rescatarse y no parece posible hacerlo, en el que resulta prioritario para Alemania y sus aliados asumir responsabilidades y reconocer una culpa terrible, irreparable como nación, como pueblo, como individuos. Esto, imposible, impostergable, frente a lo destruido y vejado, debe hacerse, pero para actuar frente al riesgo totalitario que se ha convertido en realidad, es indispensable para Arendt aprehender que los alemanes no fueron genocidas por alemanes, ni que los judíos fueran víctimas por judíos en lo esencial (así lo hubieran sido unos y otros sin lugar a dudas) y que por ello, mañana podrían invertir y repetir las víctimas lo que sufrieron, refinado y magnificado al señalar como un absceso al otro, para no reconocer que ese otro dentro del mismo carácter soy yo, somos nosotros y nuestro orden y doctrina. La docilidad racional, a cambio de seguridades, dentro de estructuras al servicio de doctrinas incuestionables tiene un potencial totalitario que nos convierte en componentes bestiales y terribles de máquinas de terror.
En el totalitarismo de hoy, aterra la recurrencia en giros de nuestra inconsciencia dócil ante esto. Somos funcionarios y funcionales dentro de maquinarias que nos hacen dóciles “de un lado y del otro” (¿es que son lados distintos, o diferentes argumentos y doctrinas?). Girar, no cambia nada, pero también, semánticamente y en la práctica, es hacer revoluciones (o más exactamente, darlas). Hay varios de estos giros en el acto en el que participa y en el hace su discurso Santos. Giros ante los que es fácil y resulta necesario señalar lo evidente, pero indispensable reconocer lo recurrente que nos afecta e involucra. No para no señalar, sino para hacerlo a fondo de modo que lo revolucionario, por ejemplo, no se limite, in-cuestionadamente a dar giros.
Nada de esto que me reclama lo que digo, niega el holocausto, ni la repugnancia ante lo de cínico y falso que tiene el acto del que hace parte el discurso de Santos. Lo es, ante todo, porque dice verdades y recuerda selectivamente hechos dolorosos, de los que se sirve para encubrir y justificar otros en los que tiene responsabilidad directa. Por el contrario, lo que señalo recuerda el holocausto y con ese a los demás que han seguido y seguirán, sin negar lo que hay de verdad en lo que se conmemora y menciona, pero repudiando que se utilice el horror para justificar la hipocresía de verdugos y la docilidad del seguir dando y cumpliendo órdenes a nombre de las víctimas.
¿Se imaginan, por ejemplo, que llegue el día, en el que hablando las víctimas de hoy o en su nombre (como Santos) en un acto en el que se recuerden el holocausto del régimen que Santos representa -el de los “falsos positivos”, por ejemplo- y que quienes hablemos en su lugar en ese acto, conmemorando el fin de estos tiempos terribles, por no haber roto la recurrencia del carácter burgués y la capacidad totalitaria que resurge de las ruinas en los actos mismos de resistencia y denuncia que hoy avanzamos y nos reúnen, lleguemos a lavar nuestros horrores al señalar los suyos? Habríamos dado otro giro, así lo llamáramos revolución, ¿o no? Me parece pertinente esta reflexión frente a la lucha de resistencia y transformación que damos, que estos hechos nos cuestionen qué es lo que resistimos y qué es lo que estamos transformando.
Creo que estos hechos reclaman consciencia en el espejo en el mismo acto justo e indispensable de señalar con repudio.
Manuel Rozental
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