El único delito que cometieron los ejidatarios de San Sebastián Bachajón es querer vivir en sus tierras, las tierras de sus abuelos, de sus más remotos antepasados, que ahora quieren ser apropiadas por las multinacionales del dinero y la muerte.
Querid@s compas del Movimiento por Justicia del Barrio y La Otra Campaña de Nueva York:
El único delito que cometieron los ejidatarios de San Sebastián Bachajón es querer vivir en sus tierras, las tierras de sus abuelos, de sus más remotos antepasados, que ahora quieren ser apropiadas por las multinacionales del dinero y la muerte. Los cinco ejidatarios presos desde el 3 de febrero, así como Patricio Domínguez Vázquez, detenido a mediados de abril en el ejido Monte Redondo del municipio de Frontera Comalapa, son víctimas de la clase política que trabaja para las multinacionales.
La guerra hoy es por la tierra, por apropiarse de la vida que ella alberga y reproduce, y para eso los indígenas y campesinos son meros estorbos de los cuales es necesario deshacerse. Desde que el capital decidió que todo es mercancía para hacer negocios y acumular más capital, no queda ya espacio ni rincón del planeta que pueda librarse de esa ambición. Para apropiarse de la tierra, desataron lo que los zapatistas denominan como cuarta guerra mundial que en América latina pasa por la expulsión de millones de personas de más de alrededor de cien millones de hectáreas en disputa. Los grandes proyectos de minería a cielo abierto, de monocultivos de caña de azúcar, maíz y soya para producir gasolina, y las plantaciones de árboles para fabricar celulosa, están matando la vida y la gente de sur a norte.
En algunos casos, como le sucedió a Patricio, no sólo es encarcelado sino le quemaron y destruyeron su casa porque en realidad buscan que abandone su tierra. Esa es la guerra que ya lleva sesenta años en Colombia, que permitió que más de cuatro millones de hectáreas pasaran de los campesinos a manos de los paramilitares ya que ellos se ofrecen como seguridad de las multinacionales. Una guerra para expulsar campesinos, más de tres millones en los últimos veinte años, para despejar territorios que se convierten en espacios para la especulación del capital. En Colombia, los territorios de la guerra coinciden exactamente con los territorios que ambicionan las grandes mineras y los megaproyectos de infraestructura.
Lo mismo está sucediendo en todo el continente. El gobierno de Brasil está convirtiendo los ríos amazónicos en fuentes de energía barata para las grandes empresas brasileñas y del Norte. Para eso construye gigantescas represas en cuya construcción trabajan diez, quince y hasta veinte mil obreros mal pagados y peor alojados, nuevos esclavos al servicio de gobiernos sumisos al capital. Cuando se rebelan, como sucedió en Jirau (estado de Roraima) en el mes de marzo, son acusados de “bandidos”.
Lo que más duele, y lo que más enseña, es cómo la clase política que alguna vez dijo ser de izquierda se une con la clase política que siempre fue de derechas para expulsar y encarcelar campesinos e indígenas, mostrando que son todos iguales cuando se trata de atacar a los de abajo para hacer negocios para los de arriba. Y usan argumentos “ecológicos” porque aprendieron las excusas políticamente correctas para disimular el despojo.
Desde este rincón del continente, me uno a ustedes que desde Nueva York realizan la campaña por la libertad de los cinco de Bachajón y por Patricio. El Movimiento por Justicia del Barrio, al que pude conocer en enero de 2009 durante el festival de la Digna Rabia en San Cristóbal de las Casas, muestra que la solidaridad y la fraternidad entre los pueblos no conoce fronteras, ni puede esperar nada de los arriba ni de las instituciones, y que sólo dependemos de nosotros mismos.
Salud,
Raúl Zibechi
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