Dicen en Génova, Quindío, que hay un camino de a pie -que no es lo mismo que un camino real, ni que una trocha- que lleva hasta el sur del Tolima atravesando el páramo de las Hermosas para caer a Roncesvalles, metido en un bolsillo de la Cordillera Central, vertiente del Magdalena.

Ha sido un camino donde confluyen y se funden rutas de colonización: la quindiana -más campesina y aventurera que la caldense-, la boyacense -que nació de un escuadrón de soldados abandonado por su general en la última guerra civil- y la tolimense, resto de otra lucha, la del indio Quintín Lame, que se mantiene viva. El camino no termina en el río Saldaña, lo atraviesa y sigue por el laberinto de filos que esconden -y defienden- los ríos Atá y Amoyá, donde fueron fundadas Santiago Pérez y Planadas. Más arriba, en un vericueto del Nevado del Huila, funcionó, durante la Hegemonía Conservadora, el penal de San José de Huertas, donde eran recluidos liberales acusados de contrabando. Como muchas otras -Acacías, Paramillo, Araracuara-, la colonia penal del Atá se volvió una punta de colonización en los años 50. O mejor, un refugio de campesinos que huían de la persecución conservadora en la zona cafetera, en el plan del Tolima, en los valles del río Cauca. Se regaron por las faldas del Nevado del Huila, tumbaron montes, abrieron tierras y sembraron café y caña. El penal se volvió un pueblo fundado por esa  colonización y se llamó Gaitania, en honor a Jorge Eliécer Gaitán. Uno de esos fundadores, nacido en Génova y peleado en Roncesvalles, fue Pedro Marín, alias Manuel Marulanda, quien, amnistiado, construyó la carretera entre Planas y Gaitania. Derogada la medida, terminó refugiándose en una vereda de la región llamada Marquetalia. Atacada por el gobierno de Valencia (1962-1966) con el Batallón Colombia -el mismo que mató a los estudiantes en junio del 54- se armó el tierrero del que no hemos salido. Porque del Nevado del Huila, el problema armado y campesino se regó por la cordillera oriental y terminó en el Guaviare y el Caquetá. Desde entonces la región ha sido cercada y bombardeada por la fuerza pública y aún hoy es considerada el santo sanctórum de la guerrilla.

Una de las fórmulas militares más usadas para controlar y asediar a una población es la requisa. En caminos y trochas se aposta un piquete de soldados cuya orden es detener y esculcar a todo el que pase, vaya o venga, a pie, a caballo, en carro o en bus. Todo civil es sospechoso; en Gaitania es, además,  guerrillero. El campesino es obligado a mostrar todo lo que lleva sobre el cuerpo, incluido el sombrero. Y todo lo que carga: la cosecha cuando va para el pueblo, la remesa cuando regresa. No para el pare aquí: el sujeto -o la sujeto- es de hecho empadronado: hijos, localización, ocupación, tamaño de la finca. Cada mercancía debe estar acompañada de un recibo de compra firmado por el vendedor y registrado en el puesto militar del pueblo. A estos papeles se les cose una hoja volante en la que se ofrecen recompensas por cada uno de los jefes guerrilleros de la región con foto y prontuario. Los campesinos se quejan de que les botan, les riegan, los gritan, los empujan, los atropellan. En la época en que se dedujo que los campesinos cultivaban amapola o coca, el Ejército prohibió transportar abonos, fumigantes, cemento, cal y todo aquello que pudiera ser usado como insumo para el procesamiento. No valió el argumento de que cultivaban café. Nada. ¡Ni una palabra más! Los cafetales se vinieron abajo. Se amarillaron las pocas hojas que no se habían caído. Pero los campesinos, tercos como son, acostumbrados a trepar filos y a pasar ríos crecidos, optaron por encontrar soluciones para no dejarse arruinar: abonos y fumigantes orgánicos. Y salvaron el café, un café que “dio taza”, dicen ellos hoy. Es decir, un café excelso. Tan cierto y meritorio, que se ganaron The Cup of Excellence, el prestigioso premio otorgado a los mejores cafés del mundo por los catadores más conspicuos. La certificación honra a los campesinos y muestra la ruindad y la estupidez de la guerra. Los bombardeos continúan.

Alfredo Molano

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