Rojo, verde, amarillo, azul… eran los colores que pusieron brillo el sábado a los páramos del norte de Pichincha, en una de las mingas más grandes de los últimos años. Alrededor de 7.500 indígenas de 50 comunidades se unieron entre la paja del páramo, motivados por tener, en poco tiempo, agua para el consumo canalizándola 80 kilómetros.

Desde las 05:30 fueron dejando las casas dispersas en el lado oriental del cantón Cayambe. Miles, entre las sobras, cargaron sus palas, picos y azadones al hombro y salieron caminando, casi de memoria, hasta inundar todas las vías que confluían en la maltratada carretera que lleva a Oyacachi.

Los buses desde Cangahua, uno tras otro, parecían una culebra verde subiendo a la montaña. Todos iban llenos de indígenas y herramientas. Cientos de motos los seguían también. Como en una coreografía, por sobre los 3.000 metros, los grupos empezaron
a formarse. Cada miembro de una comunidad sabía en qué parte del camino debía dejar la moto, el bus o parar la caminata y dirigirse a su sitio de trabajo. Así, en medio de la montaña, se integraron los grupos de 130, 150 ó 200 personas, dependiendo del número de habitantes de la comunidad.

El sol tomó a la mayoría ya en su sitio. A esa hora las chompas, capuchas, gorras o ponchos eran insuficientes y hacía que trabajar sea imperativo, no solo por cumplir un sueño de 15 años, sino para tomar algo de calor. Ya con la claridad se pudo apreciar la magnitud del proyecto y de la fila de indígenas que como puntos multicolores se extendían en fila hasta perderse en el horizonte.

Javier Ulcuango, dirigente de la comunidad La Candelaria, ordenaba a sus 150 vecinos. Delante de él, dos dirigentes, a la vera del camino, tendían una cuerda color verde y tras ellos, otros dos, con cinta métrica en mano, hacían las marcas cada cinco metros. Ese era el sitio para empezar a trabajar. “De la cuerda a la derecha 60 centímetros”, fue la clara disposición de Ulcuango, y sin más, los azadones y picos empezaron a rasgar la tierra. Más arriba, por sobre los 3.100 metros, Rosa Salazar, de la comunidad de
Isacata, en dos horas ya había cavado sus cinco metros, le faltaba algo para llegar al metro de profundidad, pero no dejaba de hundir su azadón.  Dos golpes en la tierra y la mano a la cabeza para acomodarse el sombrero, ese era el ritmo. Su plan era terminar el trabajo en una hora más.

Más arriba todavía, a 4.100 metros estaban los 80 participantes de la comunidad de Los Andes. Ahí también cavaba su parte Humberto Cholango, presidente de la Conaie, mientras esperaba que por sus sector pase la comisión de supervisión, que se encargaba de hacer que los miles de participantes sigan las instrucciones. Es que la exactitud en las medidas de la excavación era indispensable para luego tender los tubos que servirán para transportar los 25 litros de agua por segundo. Ese fue el aporte del municipio de Cayambe que accedió, tras seis movilizaciones indígenas, a asignar 980.000 dólares para los tubos.

El resto, 2’000 000 de dólares, lo ponen las comunidades con mano de obra, herramientas y otros materiales. El sábado próximo los indígenas volverán al páramo, lo harán también dos sábados más para cavar 20 kilómetros por vez. Así completarán los 80
kilómetros de la obra que permitirá que cerca de 20.000 personas de 5 parroquias tengan agua limpia todo el año, obra que todos coinciden que ha sido posible solo por la presión de las comunidades y su voluntad y organización necesaria para movilizarse por el agua.

Y la movilización será continua hasta febrero, cuando las comunidades esperan tener en pleno funcionamiento su nuevo sistema. Para esa fecha deberá estar también conformada la junta que se encargará de la administración, pero también de la defensa del agua.

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