Las destructivas consecuencias de décadas de desregulación financiera y de liberalismo económico que provocaron y prolongan la crisis del 2008-2009 se acumulan, pero también ha comenzado a manifestarse la respuesta social y política.
Son elocuentes las imágenes de cientos de miles de griegos que en el primer día de la huelga general de 48 horas manifestaban en Atenas contra los planes de privatización de bienes y empresas públicas, y los masivos despidos de empleados públicos que acompañan la brutal política de austeridad impuesta a ese país por la Unión Europea y el FMI para seguir enriqueciendo al voraz sector financiero global. Y al mismo tiempo las imágenes también nos llegan de diferentes ciudades estadounidenses, de ahí donde menos lo esperábamos, mostrándonos una juventud movilizada para denunciar el mismo sistema y exigir los mismos cambios que las indignados y trabajadores griegos, españoles, portugueses…
Y para asegurar que no hay “marcha atrás” en esta política de austeridad y de entrega del país a la oligarquía financiera el gobierno de Washington aprobó donar 400 tanques Abrams 400 M1A1 al gobierno griego, el cual a su vez inquirió precios para comprar 20 vehículos anfibios de asalto (AAV7A1) y vehículos de combate para la infantería (Bradley IFV). No falta ingrediente alguno para anticipar una brutal represión del movimiento popular o un auto-golpe de Estado, según analistas. (http://hellenicdefencenews.blogspot.com/#uds-search-results).
La aplanadora de la austeridad fiscal está también en marcha en Portugal, donde los sindicatos responderán con otra convocatoria a una huelga general a finales de octubre, y basta una breve visita a ese país para constatar la difícil realidad social, económica y política, e imaginar las terribles consecuencias que a corto y largo plazo tendrá para el pueblo trabajador y la raquítica clase media la política de austeridad fiscal acompañada de la privatización de los bienes y empresas públicas.
Prueba del desastre de las políticas neoliberales y de las desigualdades provocadas por la dictadura del capital financiero, como bien recuerda Michael Hudson (1), es la fulgurante expansión mundial de la protesta de los jóvenes que no solo sufren un desempleo temporal, sino que están concientes de que bajo el sistema actual corren el riesgo real de no acceder al mercado laboral, de no poder encontrar un empleo más o menos estable y, por supuesto, equivalente a los años de estudio y calificaciones profesionales. De los indignados en España hasta el “somos el 99 por ciento” en Estados Unidos y Canadá, hay razones para pensar que no estamos frente a una movilización pasajera, sino ante la creación de un espacio político y social que marcará a toda una generación, que tendrá un duradero impacto formativo en términos de conciencia social, y que tiene el potencial de servir de terreno para la experimentación de nuevas o renovadas formas de acción política, de una mayor democracia participativa para encarar los problemas estructurales que exigen cambios radicales, como lo reclaman a su manera los manifestantes de “Ocupemos Wall Street” (OWS), que sorprendentemente cuentan ya con el apoyo de la mayoría (52%) de la población estadounidense, según un sondeo de la revista Time. Sobre este tema es importante la lectura del análisis que John Nichols hace en The Nation (The 99 Percent Rise Up) y el artículo de Andy Kroll en Motherjones (How Occupy Wall Street Really Got Started).
Cuando el sistema capitalista podía salvarse
Mientras a nivel mundial se desenvuelven estas movilizaciones de los “jóvenes, educados y desempleados”, como decía la pancarta de un manifestante de OWS, contando con una creciente participación de trabajadores sindicalizados, de la “clase media” en camino de proletarizarse y de los jubilados expuestos al mismo empobrecimiento general, en ese mismo momento los gobiernos de la Unión Europea, Gran Bretaña y Estados Unidos ( y los partidos de gobierno que se alternan en el poder para hacer los cambios cosméticos que mantengan el mismo orden de cosas), siguen emperrados en mantener el sistema actual, en salvar el sistema financiero que parasitó el capitalismo.
Impensable que hoy o mañana escucharemos y haya un impacto político inmediato en el Congreso de Washington, o en cualquiera de los parlamentos europeos, como lo que el Comité del Senado de Estados Unidos para la Investigación de los Problemas Económicos escuchó en 1933, en plena Gran Depresión, cuando rindió testimonio Marriner Eccles, un banquero del estado de Utah (2).
Antes de que se tomen medidas efectivas para frenar los devastadores efectos de la depresión – dijo Eccles en su largo testimonio -, es un deber reconocer que el derrumbe de nuestro actual sistema económico se debe al fracaso de nuestro liderazgo político y financiero para manejar inteligentemente el problema monetario. En el mundo real no hay causa ni razón para el desempleo y su resultante empobrecimiento y sufrimiento de un tercio completo de nuestra población. Tenemos todo y aun más de la riqueza material que teníamos en el pico de nuestra prosperidad, en el año 1929. Nuestro pueblo necesita y quiere todo lo cual nuestros abundantes instrumentos y recursos están en capacidad de proveerle. El problema de la producción ha sido resuelto, y en el presente no necesitamos más acumulación de capital () Tenemos la plantilla económica capaz de proveer una superabundancia de no solamente todas las necesidades básicas de nuestro pueblo, sino también el confort y el lujo. Nuestro problema, en consecuencia, es puramente de distribución. Y esto solo puede concretado proveyendo un poder de compra suficiente y adecuado para que el pueblo pueda obtener los bienes de consumo que nosotros, como nación, estamos en capacidad de producir. Para sobrevivir el sistema económico no puede servir a otro propósito.
Eccles, quien inmediatamente después de este testimonio que muestra y demuestra la importancia del vinculo entre el capital y el trabajo asalariado, vital para el capitalismo, fue invitado por el presidente Franklin Roosevelt para que redactase las principales legislaciones que crearon el sistema de Seguridad Social (ley de 1933), la Ley Bancaria (Glass-Steagall) que separó los bancos de depósito de los bancos de inversiones (derogada por el presidente Bill Clinton en 1995), y la Ley de Bancos de 1935 que encuadró el mandato y dirección de la Reserva Federal.
Todo lo que sin tapujo alguno Eccles denunció en su testimonio, en particular la fabulosa acumulación de riqueza por la oligarquía financiera de la época, es válido hoy día, incluyendo cuando afirma que “el proceso de reconstrucción será difícil y lento y solo podrá ser realizado sobre la bases de un nuevo sistema político, económico y social”. Eccles, como Roosevelt, no querían abandonar el sistema capitalista, sino salvarlo de la desenfrenada codicia de los ricos, de ese uno por ciento de la población que entonces como ahora se apropiaba de la mayor parte de la riqueza social. Por ello, y para asegurar a los ricos “la serenidad y seguridad que no tienen en el momento presente”, cuando las movilizaciones obreras y de cesantes abrían perspectivas revolucionarias, Eccles declara lo siguiente: Siento que una de dos cosas es inevitable. Que tenemos que correr el riesgo de enfrentar este problema de desempleo y (de deflación) o veremos colapsar la estructura de nuestro sistema de crédito, lo que significa el colapso de nuestro sistema capitalista, y que entonces tendremos que recomenzar de nuevo. Y por lo tanto quisiera que intentásemos regular y operar nuestra economía, lo que actualmente requiere más acción desde el tope”, es decir de planificación económica desde el gobierno.
Lo que Eccles delineó y concretó en la redacción de las legislaciones mencionadas forma parte de las políticas de John M. Keynes, del New Deal y posteriormente – como destaca London Banker en su blog – de los acuerdos de Bretton Woods, y fue esa política intervencionista, los avances sociales y la sindicalización masiva lo que permitió superar la Gran Depresión y entrar, después de la segunda Guerra Mundial, en la “edad de oro” del capitalismo industrial, las tres décadas que llegaron a término en la década de los 70, cuando el sistema financiero y las transnacionales revivieron las ideas del laissez-faire, el actual neoliberalismo.
Y ahora, bajo la dictadura del capital financiero
Hoy día, como hace semanas, meses y años, los especuladores bursátiles siguen con el destructivo juego del sube-y-baja. Las ganancias de las empresas transnacionales y del sector financiero continúan aumentando y suben aun más cuando se anuncian nuevas cesantías, sinónimo de “aumento de productividad”, mientras las perspectivas de las economías reales en los países del “capitalismo avanzado” oscilan entre el estancamiento prolongado (a la japonesa) y la recesión por las consecuencias combinadas de la crisis financiera, las políticas de liberalización que promovieron la deslocalización industrial, el “efecto de reemplazo” causado por la acelerada automatización y los planes de austeridad para reducir las deudas públicas provenientes de la socialización de las deudas privadas del sector financiero.
El desempleo entre los jóvenes, como recuerda el analista británico Ambrose Evans-Pritchard, se eleva a 10 % en Japón, 46 % en España, 43 % en Grecia,, 32 % en Irlanda, 27 % en Italia y de 24.6 por ciento Estados Unidos, con la perspectiva de que la cesantía aumente en la medida en que se apliquen las políticas de austeridad para reducir los déficits fiscales.
Y en este contexto la crisis financiera, en particular la exposición crediticia del sector bancario de la zona euro, se profundiza y amenaza contagiar a naciones fuera de la zona euro. La solución propuesta – aumentar la capitalización de los bancos para equilibrar el insostenible radio entre depósitos y préstamos – provocará una reducción crediticia de siete billones de dólares, que de realizarse tendrá un impacto en la periferia: los países de Europa Oriental, las naciones emergentes de América latina y Asia, según el economista Stephen Jen de SLJ Macro Partners (3).
Hace pocos días y refiriéndose a la brecha entre los ingresos en Estados Unidos, Howard Buffett – director de Berkshire Hathaway Inc. e hijo de Warren Buffett, el tercer hombre más rico del mundo – dijo que “nunca fue tan enorme” como actualmente. Por su parte Warren Buffett volvió a repetir el pasado 30 de septiembre, esta vez en entrevista con Charlie Rose en la televisión de PBS, que para comprobar la existencia de la guerra de clases basta ver “esas 400 familias” que tienen un promedio de 40 a 200 millones de dólares de ingresos anuales y pagan muy bajos impuestos: “hay una guerra de clases en curso. Y justamente es mi clase que está ganándola. Y mi clase no solo está ganando. Lo que quiero decir es que estamos matando” al resto del pueblo (4).
En el mismo despacho de la agencia Bloomberg que cita a Howard y Warren Buffet se incluyen, entre las declaraciones de otros personajes que dominan el mundo de las finanzas, las de Bill Gross, gerente general del mayor fondo de obligaciones del mundo, Pacific Investment Management Co. (PIMCO), quien refiriéndose a las movilizaciones de OWS dijo por ‘twitter’ que los asalariados están defendiéndose después de tres décadas de una guerra de clases en la cual ‘fueron el blanco de los disparos’.
Sobre la “inestabilidad de la desigualdad” escribe el economista y profesor de economía Nouriel Roubini (5), quien comienza su análisis recordando que “este año se ha caracterizado por una ola global de descontento e inestabilidad política y social, que ha ocasionado que la gente salga en masa a las calles reales y virtuales”.
Roubini, uno de los economistas que anticipadamente pronosticó la crisis financiera del 2008-2009, destaca este renacimiento de la protesta social, de los “indignados” que ahora surgieron masivamente en Estados Unidos con el movimiento “somos el 99 por ciento!”, y señala que se debe al alto nivel del desempleo y subempleo en las economías avanzadas y emergentes, y a la desigualdad en la distribución de la riqueza en las economías avanzadas.
Al analizar la economía, la baja de los ingresos salariales y el creciente desempleo por la insuficiente demanda final, el profesor Roubini recuerda que “el problema no es nuevo”, y que Karl Marx “tenía razón al decir que la globalización, el capitalismo financiero descontrolado, y la redistribución del ingreso y la riqueza, del trabajo al capital, podrían llevar el capitalismo a la autodestrucción”. Para Marx, añade, un capitalismo no regulado puede originar las crisis de sobreproducción, de subconsumo y la recurrencia de crisis financieras destructivas por las burbujas crediticias y bursátiles.
Como Eccles en 1933, Roubini enfatiza que “cualquier sistema económico que no aborde adecuadamente la desigualdad se enfrentará en última instancia a una crisis de legitimidad” y por lo tanto será contestado por los pueblos.
Ese es el lugar de la historia donde nos encontramos ahora. No hay lo que hizo tomar conciencia a Eccles, a Roosevelt y a tantos otros políticos en los años 30, las banderas rojas ondeando en las grandes manifestaciones que exigían una revolución social, tampoco los partidos socialistas y comunistas organizando las masas, ni los obreros cantando la Internacional.
Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo en casi no importa que lugar del mundo se puede sentir el fermento social. El ejército laboral de reserva más joven y educado de la historia del capitalismo empieza sublevarse.
Alai
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