Por el lado del Gobierno y de la ultraderecha, el triunfalismo empuja a la apuesta militar de la estrategia: fortalecer la inteligencia, matar jefes, promover deserciones, copar territorios, controlar poblaciones, erradicar cultivos y mantener la ofensiva con destacado papel de la aviación, batallones de montaña y brigadas móviles.

 

Las trampas de la guerra

Con la muerte de ‘Cano’ y el desbarajuste cada vez mayor de las Farc se ha multiplicado la creencia entre la inmensa mayoría de la población de que el fin de las confrontaciones armadas en Colombia ahora sí es solo cuestión de tiempo. En las esferas de la coalición de gobierno y de sus estrategas de seguridad se reafirman las orientaciones para acelerar el retroceso militar de las Farc, pero no parece que hayan encontrado la fórmula para el cierre definitivo del conflicto armado en esta administración Santos y, en todo caso, antes del 2018, que es el plazo prefigurado en los planes de consolidación.

El debilitamiento de las Farc en la última década ha sido el resultado de muchos factores, pero el más notable ha sido de tipo político: se encerraron en el forcejeo militar alrededor del canje y perdieron iniciativa frente a los grandes temas de la democracia y las agendas sociales de la población. Su incidencia en nuevos ámbitos sociales, incluso urbanos, ha estado atrapada en el debate sobre el secuestro y en el clandestinismo del movimiento bolivariano y su subordinación a los comandantes.

El testamento de ‘Cano’, resumido en la entrevista que dio a la revista ‘Público’ en mayo del 2011, define pautas para las Farc de acumulación de fuerzas sin ninguna apuesta por diálogos y negociaciones definitivas a corto plazo: mantiene su postura de rechazo a las normas del DIH reclamando prioridad a los códigos internos de conducta y proponiendo una discusión con el CIRC y otros actores internacionales para discutir los convenios que, en su criterio, son obsoletos; subordina eventuales diálogos directos con el Gobierno a la construcción de nuevos escenarios a partir de la movilización social y cambios en la relación militar de fuerzas y coloca como agenda prioritaria la liberación de prisioneros y como agenda de fondo la pactada al inicio de los diálogos del Cagúan. La gran equivocación del testamento de ‘Cano’ es pensar que el tiempo corre a su favor -incluida la crisis mundial- y que la ofensiva militar, con ritmo menor en los últimos tres años, ha llegado a su límite y lo que sigue es un ciclo de contraofensiva guerrillera.

Por el lado del Gobierno y de la ultraderecha, el triunfalismo empuja a la apuesta militar de la estrategia: fortalecer la inteligencia, matar jefes, promover deserciones, copar territorios, controlar poblaciones, erradicar cultivos y mantener la ofensiva con destacado papel de la aviación, batallones de montaña y brigadas móviles. Como el componente contrainsurgente es parte de una política mayor de consolidación de la seguridad para las locomotoras, a los atropellados por el “progreso” se les ofrecen planes de mitigación (ley de víctimas) y una buena dosis de autoridad. Las contradicciones de estas estrategias de escalamiento de lo militar como articulador son evidentes, pues los millones de desplazados y marginados por las locomotoras y la militarización de territorios tienen como oferta una sociedad violenta y unos miles de ellos se convierten en soportes potenciales de nuevos conflictos armados o de viejas estructuras de guerra.

Ese panorama de apuesta privilegiada por lo militar es lo que se llama la Trampa de la Guerra. No hay señales de que las Farc vayan a replantear radicalmente la herencia de ‘Cano’, y Santos se muestra cada vez mas entusiasmando con su Salto Estratégico. Por estos días suenan absurdas nuestras propuestas desde la Vía Ciudadana, que reclaman poner la política democrática y el reformismo social como el centro de las estrategias de paz y no violencia. Aun dentro del Gobierno y, sobre todo, desde la academia se escuchan las voces aisladas de quienes dicen que a las zonas críticas hay que enviar más reforma agraria y reformas sociales que batallones. Pero parece que nadie quiere leer al filósofo de Aburrá, que pedía no dejar la paz en manos de los guerreros porque la incluyen en la orden de matar.

CAMILO GONZÁLEZ POSSO

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