Los nuevos educadores colombianos que quieran –y todos quieren, necesitan y merecen- mejorar los precarios ingresos que les paga el Estado colombiano deben ascender en el Escalafón que para tal fin se creó en el Decreto 1278, el cual parece copiado de los tormentos que los dioses le impusieron al viejo Sísifo, eternamente obligado a empujar una enorme piedra cuesta arriba y eternamente derrotado en sus esfuerzos al ver devolverse la piedra cuesta abajo, cuando ya casi coronaba la colina.

Para ascender el docente debe tener formación académica y demostrar experiencia, responsabilidad, desempeño y competencias, lo cual parece muy lógico. Pero como el diablo está en los detalles, todos esos requisitos se convierten en la gran roca de su anhelado ascenso que debe ser empujada al logro de dos evaluaciones de desempeño con el 60%. Superadas esas pruebas, que implican estar bien con el rector –y no siempre es así, por razones que pueden ser muy valederas, como las diferencias educativas, administrativas y sindicales- se enfrenta al gran premio de montaña.

Ese gran premio consiste en una prueba de competencias que debe superarse con más del 80%. Si algún ultra deportista o súper escalador educativo logra alcanzarla encontrará el paraíso del ascenso o la reubicación en el nivel salarial superior y entonces, sólo entonces, tendrá derecho al salario profesional del que habla el Gobierno Nacional.

Pero la realidad es que la inmensa mayoría de los nuevos maestros no alcanza jamás ese mítico 80% -perdón, más del 80%- y, en consecuencia, ve que la gran piedra rueda hasta abajo, condenándolo a permanecer con el mismo sueldo por los siglos de los siglos, amén.

En el año 2010 se efectuó la primera prueba para ascensos, después de ocho años de vigencia del nuevo estatuto. Ocho años en que el Gobierno se dio el gusto de impedir los ascensos. A eso lo llaman equidad, celeridad, eficiencia. Pues bien, de más de 53.000 maestros que había por esa época se presentaron 33.000 -¿Qué pasó con los restantes 20.000? ¿No quisieron, no pudieron, entendieron de entrada que la prueba de competencias era un refinado engaño?-. De los 33.000 pasaron 7.700. De modo que en el año 2010 apenas el 14%, uno de cada 7 nuevos educadores tuvieron ascenso o reubicación salarial.

No fue esa una anomalía. Por ejemplo, en 2011, en el Departamento de Arauca, de 369 educadores pagados con la norma 1278 –entre provisionales, posesionados y en período de prueba- ascendieron 5, es decir, el 1%. Se dirá que no hay que contar a los provisionales y en período de prueba, pero esa es la demostración de lo ruin que es ese Estatuto, que segrega a los educadores. Pero hagamos una comparación: ese mismo año y en esa misma entidad territorial ascendieron 372, de 2038 educadores del viejo escalafón 2277. El 18%. La anterior Ministra, tan tajante, tan brutal, cuando se trataba de atacar a los maestros y la educación, manifestó que el problema eran las facultades de educación. No se le ocurrió entender que el problema podía radicar en el diseño de la evaluación, o, para ser más precisos, en que el estatuto 1278 está elaborado para que los docentes no puedan ascender. Y que el Estado tenga la justificación para mantener los salarios en niveles bajos.

Eso no ha cambiado con el actual gobierno, en el cual la inefable Ministra Campos, con más cinismo que candor, ha reconocido que lo bueno del 1278 es que permite saber exactamente cuánto se va a gastar en ascensos. Naturalmente, ya se sabe que la mayoría de educadores no van a ascender.

¿Qué hacer con este tormento de los maestros, sísifos modernos? ¿Cómo acabar ese interminable y estéril empujar de la roca? No queda otro camino que cortar de raíz. El nuevo estatuto elaborado por el magisterio colombiano y que FECODE se apresta a empezar a discutir en la comisión tripartita –gobierno, congreso, magisterio- establecida en la negociación del pliego de peticiones, es la herramienta que puede liberar a nuestros educadores del estéril e interminable empujar la roca cuesta arriba. Se precisa que todos los maestros la hagamos nuestra en una lucha histórica que reverdezca las batallas de las décadas de los sesenta y setenta.

 

Moir