De Trinidad, Casanare, poco se habla. Y cuando se tuvo que hablar —porque el pueblo fue quemado durante la Violencia (1948-1953) por el coronel Castillo, del Ejército nacional—, nada se dijo.

 
Pero los llaneros lo saben y lo tienen en la memoria: Trinidad es un pueblo antiguo y criollísimo, como llaman allá a lo propio. Los jesuitas influyeron en la formación de la cultura popular llanera desde sus misiones de Caribabare y Pore. Mucho se ha escrito sobre esa obra de la Compañía, pero como las de Paraguay, las de Meta y Casanare tenían como objeto debilitar en los Llanos la encomienda y vigilar la expansión de Portugal hacia la cuenca del Orinoco. Las misiones eran territorios de evangelización, pero también hatos enormes donde criaban ganado y cultivaban cacao, café y tabaco. De hecho, abastecían y financiaban sus colegios y parroquias. Las misiones y los jesuitas tenían grandes enemigos, justificados si se recuerda que su propósito no era dominar a los indios, sino “hacerlos hombres… (pues) no creemos que sea permitido atentar contra la libertad, a la que tienen su derecho natural, que ningún título alcanza a controvertir”. La realidad fue que, expulsados los jesuitas, los indígenas se levantaron contra el rey, caldo que Santander utilizó para organizar las tropas con las que Bolívar derrotó a los realistas en Boyacá. De Trinidad fue Nonato Pérez, el legendario llanero, verdadero héroe del Pantano de Vargas. Después de la Independencia, muchos de los hatos de la Compañía pararon en manos de los generales patriotas, como fue el caso del de Trinidad, que terminó apropiado por el general Urdaneta, contra quien el pueblo se rebeló y lo obligó a dejar los Llanos. En 1950 se volvieron a levantar los criollos con las guerrillas liberales comandadas por Guadalupe Salcedo y en la zona por Franco Isaza. Y, como dicen los topógrafos, por ahí empata con la quema de Trinidad y la fundación de San Luis Palenque por oficiales del Ejército.
 
No hace mucho pasó en silencio un hecho que el país debe tener en cuenta, ahora cuando está tan de moda la perversa publicidad de las petroleras sobre los maravillosos efectos sociales y ambientales de sus inversiones.
 
Resulta que hace un par de meses los dueños de hato —incluidos mayorales, mensuales, vaqueros y hasta topocheros— de la región de Trinidad se juntaron en un café de Yopal para mirar a ver qué hacían con la polvareda que levantan las gigantescas tractomulas que transportan tubos y tubos para el oleoducto, y las camionetas que pasan como una exhalación llevando y trayendo ingenieros. El perjuicio es simple: el polvo cae sobre el pasto y eso hace que el ganado no lo coma.
 
En verano, el efecto es más grave: a lado y lado de la vía por donde transitan los vehículos se ve una franja rucia de polvo hasta de cinco cuadras, que es a su vez la zona donde blanquean las osamentas de las reses.
 
Los llaneros aguantaron todo tipo de disculpas y evasivas de los petroleros hasta que se pararon en la raya y una madrugada, en vez de ir a dar vuelta al ganado, se encontraron en la carretera montados en sus bestias y con la soga en la cabeza de la silla. Los jefes de seguridad de las empresas llamaron a sus hombres, pero la cabalgata era muy grande. Entonces pidieron auxilio a la Policía, y la Policía mandó 300 unidades del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) para resolver el problema. Los llaneros tomaron como una afrenta la agresiva presencia de ese cuerpo y decidieron cargar a caballo contra el escuadrón, que respondió con sus bastones, presumiendo que los dominarían como a estudiantes. Los llaneros recularon divertidos entre chanzas y burlas. Jugando. Se reorganizaron, volvieron a cargar y esta vez fueron recibidos con balas de goma y gases pimienta, como si fueran sindicalistas. Y a bala, aunque fueran de goma, la cosa era a otro precio. Reunieron unos becerros, los arriaron hacia las trincheras donde se escondía el Esmad y crearon el despelote en sus filas. Aprovecharon el desconcierto para hacer lo que hizo el mismísimo José Nonato Pérez: arriebataron sogas a las colas de sus caballos, se parapetaron tras sus lomos y cargaron con los rejos barriendo el suelo. El resultado no podía ser otro: los policías que no alcanzaron a huir quedaron patas arriba, desarmados y humillados. Las petroleras prometieron pavimentar la carretera porque creen que así compran a la gente como sucede en otras partes. Pero los propios de Trinidad, que no le temen ni a río crecido ni a noche oscura, saben que la cosa va para largo: las tierras entre los ríos Pauto y Pore son objeto de proyectos de explotación petrolera y agroindustria a gran escala que terminarían sacándolos de sus fundos y liquidando su cultura —joropo, cotiza y coleo—, como está sucediendo en Vichada y Meta después del paso de los paramilitares.
 
Alfredo Molano