Eduar, defensor de los derechos de los pueblos, filósofo, una de las almas de la epopéyica iniciativa de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, pasa a la historia, a la memoria colectiva de los hombres y mujeres, que con originalidad aportaron a la construcción de la dignidad de los pueblos.

 
Desde muy joven se hizo en parte de los alfareros de los derechos humanos, como religioso salesiano en ese tiempo de los noventa. Se le veía en los pasillos de la Comisión de Justicia y Paz, rumiando entre la prensa, las denuncias, los nombres, los contextos de millares de víctimas que iban quedando registradas en el banco de datos.
 
En medio de ese registro escuchaba a las víctimas de la persecución estatal, de la violencia sociopolítica que iban llegando allí, a un lugar, que en ese momento a muchas mujeres y hombres de la vida religiosa y los llamados seglares. Poco a poco, rompiendo su propio silencio, casi disciplina cotidiana, el espacio de la sistematización se iba haciendo pequeño, en su propia formación y su encuentro con las víctimas que afirmaban sus derechos, su alma se iba forjando en pasiones profundas por las nobles causas en la pedagogía popular, en la necesidad que los valores de la justicia y la fraternidad fueron parte de la historia de los pueblos.
 
Ahondó en Freire, en Freinet, en Marx, se hizo en los escritos de Kaspers, de los filósofos de la acción comunicativa entre los liberales y los más de izquierda, por aquellos ideales de la justicia, así se encontró con los jóvenes de “deache”, los de la propuesta pedagógica en los derechos humanos, de la Comisión de Justicia y Paz.
 
Desde allí, Eduar, era al mismo tiempo un investigador de terreno y un formador de sensibilidad y conciencia de los derechos humanos, escuchaba a las víctimas y proponía con ellas, la búsqueda de esa justicia. Así fueron cinco años apasionados entre estudios, las discusiones, las propuestas y la concreción de los derechos humanos en diversas regiones de Colombia.
 
Y llegaron otros tiempos, los “deache” se fueron encontrando con una frustración grande, la distancia entre las discusiones teóricas, los módulos pedagógicos populares y las prácticas mismas de la gente cuando se enfrenta al terror del Estado o habitan en zonas de conflicto armado. Y nadie de iba a imaginar, de esos, que en esa época eran jóvenes, que el Norte del Chocó, el Urabá y el bajo Atrato le iba a cambiar la historia de sus vidas.
 
En 1996, Eduar, junto con sus otros caminantes se internaron en medio de la más feroz violencia paramilitar de la brigada 4, 11 y 17 y de graves infracciones al derecho humanitario, en descubrir los destrozos profundos, la destrucción y el arrasamiento y entre ellos la esperanza, la risa, el canto, la solidaridad entre la gente que se negaba a aceptar que los victimarios, los artífices de la violencia podían definir el destino y la vida de millares de personas. Esa pedagogía popular era la pedagogía de la resistencia, la pedagogía de la afirmación.
 
En 1997, luego de transitar por varias regiones del nor occidente de Colombia, Eduard venía de estar en el norte del Chocó, luego de una semana santa, en ese año marzo, y era necesario estar en San José de Apartadó unos días, mientras lográbamos, definir cómo estar y quiénes estar y para eso, algunos debían viajar a Bogotá.
 
El salió del norte de Chocó, donde fue testigo de operaciones paramilitares y algunos asesinatos, y cuando se le propuso si iba a Bogotá o quedarse en San José por unos días, mientras resolvíamos como acompañar, él prefirió quedarse en la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. Desde ese día, de marzo, como integrante de la Comisión de Justicia y Paz, y luego como integrante de la propia Comunidad de Paz, nunca dejó de estar allí y nunca desde hoy dejará de estar.
 
Vinieron con los días, la construcción de apuestas metodológicas, también políticas de cómo lograr que la población civil vite el desarraigo, enfrente las causas de la violencia y afirme sus derechos; discusiones en medio de amenazas a líderes, de asesinatos a civiles inermes que creían en la construcción de la paz, de desapariciones forzadas en medio de las cuales el principio de la autonomía iba creciendo con una profunda creatividad, distante de los planteamientos y las movilizaciones tradicionales de los sectores populares. Era el tiempo de la incomprensión de lo que era la propuesta de la Comunidad de Paz para unos sectores, los que costaron asesinatos tan costosos humana y éticamente como los de Ramiro.
 
Con Eduar está la memoria de la identificación, de aquellos que no son artificiosamente acompañante, si no que se hacen al lado, se convierten en y se asumen como parte de una apuesta existencial, histórica de dignificación y liberación. Su templanza, su verticalidad quedó manifiesta cuando resolvió ser parte integrante de la Comunidad de Paz de San José en un tiempo difícil para él y para todos los que nos encontrábamos en Justicia y Paz.
 
Por esa identificación y coherencia, con esas causas, no fue ajeno a las amenazas de muerte; las que provinieron del propio comandante de la brigada 17, el general Carreño Sandoval, y luego por los auxiliares de la brigada 17, los paramilitares; combinada por supuesto con la persecución judicial y difamatoria de la que fue objeto en los últimos diez años, luego que el expresidente Uribe, acusara a la Comunidad de Paz de ser amparadora de terroristas o de apoyo a terroristas o de que el propio Uribe, negará la responsabilidad de la brigada 17 en la masacre, en la que murió uno de sus mejores amigos, Luis Eduardo Guerra, mentira histórica y judicial que ha sido desmentida con el tiempo.
 
En todo este tiempo de memoria histórica vivida Eduar, el silencioso, el de risas espontáneas, pero cortas, hablaba de su madre, siempre ella estaba presente, ella nunca dejo de estar presente;decía de ella, como un tesoro, como lo delicado que se protege, como el bastión, como la lealtad a todo precio, como su preocupación. Ella era su fortaleza. Y en la distancia, a pesar de la andadura en las mismas causas, con los afectos no dichos, los aprecios guardados, conocimos de su amor por Ella, de sus hijas con Ella.
 
Solo podíamos alegrarnos, estar felices, porque en la intimidad, en esos espacios propios e inescrutables, aquellos que nos muestran lo profundamente humanos, él siempre estuvo siendo ese otro, el no dicho, el no conocido, el amante eterno. Hoy Eduar ha pasado a la historia, nos duele, pero otros se alegran, aquellos que desde los bastiones de la fuerza en la brigada 17, siguen persiguiendo y mintiendo sobre la Comunidad de Paz.
 
A nosotros nos duele… Si mucho, pero él está allí en San Josecito, está recorriendo en los caseríos con perfume de justicia, está en la solidaridad que se vive a pesar de tanta ignominia y muerte. De él saben no solo los criminales, también las mujeres y los hombres de bien, en medio del control social territorial que pretenden imponer para matar el alma, los militares y los paramilitares.
 
Hoy Eduar ha pasado a la historia, es parte de nuestra memoria, de aquella distante de los círculos de poder y de prestigio en que a veces se cae a nombre de las nobles causas.
 
Bogotá, D.C. 27 de junio de 2012
 
Comisión Intereclesial de Justicia y Paz