Lo que está haciendo la resistencia del Cauca es, precisamente, decirles a las élites plutocráticas del país: Señores, es hora de acabar la guerra, es hora de reconocer que la única solución es el diálogo, la negociación política del conflicto armado y social que afrontamos desde hace más de medio siglo.
Los nostálgicos del uribismo y el Gobierno santista tratan ahora de desacreditar la lucha de los pueblos indígenas del Cauca, que no quieren más guerra en sus territorios.
Como siempre ha ocurrido, los portavoces de las élites engominadas y estancadas en la historia, al notar que los indígenas no ceden en su decisión pacifista expresada desde la semana anterior, contraatacan con calificativos de toda índole.
Este martes 17 de julio han salido a flote la reacción del Gobierno, ante el ultimátum dado por los indígenas, y los señalamientos de siempre: los tildan de terroristas, de narcotraficantes… Y, además, amenazan con la cárcel.
La palabra judicialización empieza a generalizarse en los pronunciamientos de militares, ministros y, claro, cómo no, en los medios de comunicación, finalmente siempre afines al bloque de élites en el poder.
Se niegan a reconocer que lo que se vive en el Cauca es la resistencia de unas comunidades que se cansaron de que en medio de sus casas sean instalados cuarteles y de que sus parcelas sean ocupadas sin permiso para abrir trincheras.
Las comunidades indígenas reclaman la paz y lo que han hecho los gobiernos colombianos a lo largo de la historia es violarles este derecho.
Hace cuatro años, Álvaro Uribe las maltrató en un masivo encuentro realizado en el Paseo Bolívar de Cali y, luego, en La María, y se fue con su autoritarismo sin reconocer los reclamos de los pueblos ancestrales.
Algo parecido ocurrió el jueves 12 de julio pasado con Juan Manuel Santos en Toribío, a donde fue a hacer la pantomima de un consejo de ministros que pudo haber realizado en Bogotá, pues aunque estaba entre las comunidades afectadas, no escuchó a nadie.
Lo que está ocurriendo en el norte del Cauca es la demostración de cuán mentirosa era la propaganda de Álvaro Uribe, quien se la pasó propalando que la insurgencia estaba derrotada.
La confrontación no se saldó durante los ocho años de Uribe y se ha exacerbado en el mandato de Santos, por múltiples circunstancias, entre ellas sus innegables raíces objetivas.
En consecuencia, la salida al conflicto irresoluto no es la prolongación de la guerra, sino la solución política, que incluye, ineluctablemente, transformaciones sociales y económicas de fondo en beneficio de la mayoría del pueblo colombiano.
Pero eso es lo que se niega a entender la oligarquía del país, que prefiere apostarle a más guerra, con la creencia sin sustento histórico de que algún día logrará la rendición de los alzados.
Y mientras tanto, más muertos, más sangre, más miseria.
Lo que está haciendo la resistencia del Cauca es, precisamente, decirles a las élites plutocráticas del país: Señores, es hora de acabar la guerra, es hora de reconocer que la única solución es la negociación política del conflicto armado y social que afrontamos desde hace más de medio siglo.
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