La historia de cuatro jóvenes reportados como falsos positivos, y la lucha de sus familias por la verdad. Cuatro jóvenes de la Comuna Siete de la ciudad de Popayán fueron asesinados por miembros del grupo Gaula de Córdoba, quienes los reportaron como delincuentes al servicio del narcotráfico. Cinco años después familiares y amigos de las víctimas aguardan por la verdad y que los hechos no se queden en la impunidad.
La siguiente crónica periodística reconstruye de manera detallada este caso.
Tal vez los pusieron a correr. Les dieron unos segundos de ventaja y luego comenzaron a dispararles como si estuvieran de cacería. Tal vez hubo mucho vértigo. Fuerza en las zancadas de los que huían y de los que acechaban. El fragor que en ellas existían terminó por robarle el silencio a la noche, antes de que la muerte se robara el protagonismo.
Una persona lo escuchó todo, al menos esa parte de la historia. Eran más de las tres de la mañana y varios hombres corrían detrás de dos más que huían en medio de la madrugada, esperando no estrellarse con las figuras de ranchos que aparecían como sombras en medio de la penumbra.
—¡Cojan a Aníbal, que no escape! —decían unos.
—¡Esos hijueputas no se nos van a volar! —gritaban los otros.
Francisco Morelo Ramírez, un agricultor de casi cincuenta años de edad, se despertó por el estruendo que producían las botas a toda velocidad cuando pisaban la tierra. Dos disparos hicieron que todo quedara en silencio, como en las noches más tranquilas que solían pasar en el caserío de Buena Vista.
—¡Ahí va! —fue lo último que escuchó Francisco, antes de que dos disparos más volvieran a callar el lugar.
Dominado por los nervios se tiró al suelo. Había escuchado tan cerca las descargas, que por un momento pensó que le estaban disparando a él. Solo las cigarras se atrevieron a cantar en ese instante de pavor, pero enmudecieron cuando oyeron otro par de disparos.
A las cuatro de la mañana, aún en silencio por lo sucedido, se dispuso a salir. Recordaba que días atrás había escuchado decir entre sus amigos que llegara temprano a su casa, pues en la zona rondaban personas armadas. No lo creyó. Pues de 32 años de vivir en Buena Vista, éste le había parecido un corregimiento tranquilo.
Operación Ébano, Misión táctica Saturno 27.
La intención del comandante del Grupo Gaula Córdoba, Mayor Julio César Parga Rivas, era realizar una operación militar de combate irregular, para neutralizar las bandas criminales al servicio del narcotráfico, garantizar la seguridad de la población civil y evitar las extorsiones.
El grupo fue creado en febrero de 2006 como respuesta del gobierno a la oleada de secuestros y extorsiones de las autodefensas, guerrilla y otros grupos armados de la zona.
Veinticinco hombres de la Unidad Operativa dábamos cumplimiento a la orden de operaciones Ébano, misión táctica Saturno 27. El resultado: dos personas muertas. Cada una recibió tres impactos de bala que las condujo a una hemorragia incontrolable.
El combate se desarrolló después de que el pelotón del Teniente Wilmar Criollo Lucumí, conformado por seis hombres, se hubiera rezagado en la marcha hasta quedar distanciado totalmente del grupo puntero.
Edwin Polo Granados, Sargento Segundo del Ejército y quien pertenecía al Grupo Gaula desde hacía un año, por órdenes del comandante de la operación era el encargado de encontrar al grupo del Teniente Criollo. La orden era clara. Debían devolverse en el mismo eje de avance, hasta encontrar a sus compañeros y regresar juntos para continuar con el objetivo de la operación.
Minutos después de que Polo partiera, una descarga de disparos retumbó por el lado en donde se encontraba el pelotón de búsqueda y el extraviado. Los demás miembros de la unidad que se encontraba con el comandante de la operación, por un instinto adoptado en los entrenamientos, se tendieron en el suelo y pusieron su dedo en el gatillo, optando por alistarse para apoyar a nuestros compañeros comprometidos en el combate.
Más de cinco minutos duraron los estruendos producidos por los disparos. Todo fue silencio por un instante. Luego, cerca de las cuatro de la mañana del 7 de septiembre de 2007, después de hacer un registro en la zona de combate, nos dimos cuenta de que habían sido asesinados dos sujetos.
Al amanecer, el 7 de septiembre, al escucharse algunas voces en los alrededores de su casa, Francisco Morelo decidió salir. Pronto vio cómo un soldado se le acercó lentamente.
—Hay dos delincuentes asesinados detrás de su casa señor. ¿Los ha visto alguna vez? —preguntó el militar.
—Nunca los he visto —respondió Francisco, aún lleno de temor.
No se atrevió a preguntarle lo que había pasado aquella madrugada. Solo sabía que eran los delincuentes de los que algunas personas comentaban, pero que nadie hasta ese momento había visto. Ninguno de los pobladores los pudo reconocer.
Por Andrés Córdoba, Omar Galvis y Harold Ordóñez, especial para Semana.com
http://www.semana.com/nacion/articulo/las-secuelas-falsos-positivos/340204-3
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