Retomamos este texto de la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui publicado en La Razón el pasado 12 de agosto de 2012, porque aún es vigente y muestra las grandes contradicciones que están viviendo los movimientos indígenas en las Américas.
 

 
El trabajo de Elizabeth Andia sobre los amawt’as celebrantes del Año Nuevo Aymara en Tiwanaku fue inicialmente una tesis de licenciatura en la carrera de Sociología de la UMSA (2009), y profundiza las reflexiones de una tesis anterior en la que Sandra Cáceres indagaba sobre la naturaleza “inventada” de esta tradición —que se comenzó a celebrar a fines de 1970— y sobre las divergentes significaciones que tuvo para sus heterogéneos actores sociales. La tesis de Andia se inspiró también en el trabajo pionero de Tomás Huanca sobre El yatiri en la comunidad aymara, que sienta las bases para la comprensión de los procesos de construcción del saber de los yatiris, portadores de códigos rituales ancestrales y señalados por el rayo. Sobre este telón de fondo, Andia enfoca su mirada en la construcción de la identidad de los protagonistas centrales del acto desde 1991: el Consejo de Amawt’as de Tiwanaku. INVENTO. El Año Nuevo Aymara fue “inventado” bajo la iniciativa personal del naturista aymara Rufino Phaxsi, comunario de Wanqullu, en 1979, en un contexto de resurgimiento étnico katarista-indianista que centraba su lucha en la revalorización de la cultura aymara. A partir de entonces, al anochecer de cada 20 de junio, en la casa de Phaxsi se reunía una intelectualidad indígena mayormente urbana, y algunos yatiris de otros lugares, para velar toda la noche e iniciar antes del alba una caminata de cinco kilómetros hasta las ruinas de la antigua ciudad/santuario, donde se oficiaba una waxt’a esperando la salida del sol. Hacia 1986, el evento se abrió al público y al turismo, y durante cuatro años el flujo creciente de público y la heterogeneidad de sus demandas culturales dio lugar a una serie de protagonismos mediáticos y tratos económicos solapados, que derivaron en una confrontación de la población local con el inspirador del proyecto. Rufino Phaxsi fue echado del lugar por un movimiento contestatario de las 23 comunidades de Tiwanaku, que delegaron a representantes (ritualistas o no) para conformar un Consejo de Jayi Amawt’as, fundado en 1990. CONSEJO. El Consejo de Amawt’as de Tiwanaku es el sujeto de investigación central de este libro. A través de su práctica y de su discurso, la autora devela un complejo nudo de problemas teóricos y políticos relacionados con la reproducción del colonialismo interno y la persistencia de valores occidentales y prácticas individualistas en el seno de esta organización, supuestamente dedicada a reestablecer los valores éticos y las significaciones cósmicas de los rituales ancestrales. En ese proceso, las prácticas abigarradas y contaminadas de catolicismo que realizan los yatiris comunales realmente existentes (que en el consejo se llaman los “Mayores”), además del monolingüismo aymara de la mayoría, se convierten en desventajas estratégicas frente a los advenedizos (llamados los “Menores”), quienes se apoderan de la organización y terminan controlando la realización del evento.
 
El resultado de ello es una suerte de “purificación” casi extirpatoria de la religiosidad practicada en las comunidades, y la elaboración de un discurso hacia fuera que intenta restituir imaginariamente la autonomía religiosa perdida con la colonización cristiana. Tal mecanismo se nutre fundamentalmente de una cultura letrada: se sustenta en la obra de Guamán Poma, en las elucubraciones del arquitecto peruano Carlos Milla Villena y en sinnúmero de influjos de la “nueva era” esotérica y mística, además de un intenso contacto con círculos políticos y religiosos urbanos, tanto en Bolivia como en el exterior.Sentido. ¿Cuál es el sentido de esta invención? Sin duda, ella se produce en un contexto de intenso debate y controversia en torno a los significados políticos de cada acto, de cada elemento ritual, de cada mensaje. En este debate participan corrientes diversas: las ideas de una religión “cósmica telúrica” y de una religión “tawantinsuyana”, propuestas por intelectuales aymaras urbanos y dirigentes político/religiosos indianistas, comienzan a prevalecer sobre el discurso práctico y los valores éticos que están en juego entre los ritualistas tradicionales.
 
El modelo tawantinsuyano es claramente estadocéntrico, y por eso impone símbolos, conceptos y fachadas qhichwas en la representación, transformando la religión nocturna de los aymaras en una religión diurna y en un culto solar. Con el estado adviene la ley, la reglamentación, la norma que se plasma en estatutos, guiones y programas. La cultura letrada se impone sobre los saberes de los amawt’as comunarios, incluso sobre Policarpio Flores, el único que, por hablar castellano y tener relaciones más allá de la comunidad, tiene presencia real en la organización del acto, quedando los demás como relleno o comparsa.
 
En este relegamiento, Elizabeth Andia advierte rasgos de autoritarismo, maltrato, discriminación y hasta de un abierto racismo. Considera a los amawt’as menores o aprendices como agentes de una nueva forma de colonialismo interno, profundamente internalizado en los actores, que configura un nuevo sistema de dominación. Éste instrumentaliza el discurso de lo indígena para ejercer el poder sobre sus iguales y seducir a la desorientada sociedad criollo mestiza, que se debate entre la farra y la angustia existencial. Para ello, hace uso de las ventajas de la migración a la ciudad y del contacto con el mundo político e intelectual urbano. En efecto, en el diseño del acto, los “menores”, en alianza con ONG religiosas, organismos estatales como el UNAAR, e intelectuales aymaras urbanos, terminan subordinando a los “mayores” y utilizándolos de forma ornamental.
 
Lo paradójico del caso es que los ancianos yatiris comunarios parecen haber aceptado y tolerado esas conductas de los menores, ya que no han logrado cuestionar en todo el tiempo de la investigación y redacción del libro ese liderazgo que carece de arraigo comunal y legitimidad interna.  PRECIO. Sin embargo, este gesto conciliador de aceptación del liderazgo de los “menores” ha tenido un alto precio para los “mayores” y para la causa de la religiosidad indígena en general. Valentín Mejillones, quien lideró la rebelión comunaria contra Rufino Phaxsi y fundó el Consejo de Amawt’as de Tiwanaku en 1990, fue encontrado a fines de 2010 con una cantidad considerable de cocaína en su casa y está actualmente en la cárcel bajo la Ley 1008.
 
El afán de figuración, el ansia de poder, la inflación egolátrica tienen mucho que ver con el contexto del espectáculo llamado Año Nuevo Aymara. Espectáculo fue también la entronización de Evo Morales, el 21 de enero de 2006, como primer presidente indígena de América del Sur en Tiwanaku, en una pomposa ceremonia en la que Valentín Mejillones fue el oficiante principal, encargado de entregar al Mandatario el bastón de mando indígena, hecho que podría verse desde el lado opuesto como una profecía autocumplida. Historia de los Amawt’as
 
Estos son fragmentos del prólogo al libro Suma chuymampi sarnaqaña. Caminar con buen corazón. Historia del Consejo de Amawt’as de Tiwanaku, de Elibeth Andia Fagalde, publicado por Plural, ISEAT y Librería Armonía. En esta historia es relevante la figura de Policarpio Flores Apaza, el amawt’a muerto en 2004, cuyo invalorable testimonio de vida está plasmado en el libro El hombre que volvió a nacer (1999).
 
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