Los impactos de la resolución 9.70 se empiezan a sentir en el territorio colombiano siguiendo los lineamientos establecidos en el Tratado de Libre Comercio firmado con los Estados Unidos.
 

 
Campoalegre es un pueblo del Sur de Colombia, en el departamento del Huila, dedicado tradicionalmente a la agricultura, fue noticia a nivel internacional por cuanto se destruyeron más de 70 toneladas de primera calidad de arroz y arrojadas al relleno sanitario por la sencilla razón que los campesinos de la región, siguiendo ancestrales costumbres agrícolas, conservaban semillas no certificadas de acuerdo a la resolución 9.70 del ICA que ordena adquirir semillas certificadas a transnacionales como Monsanto o Dupont. La indignación fue total y el pueblo entero se levantó para defender su tradicional derecho a tener sus propias semillas y sembrar y cosechar como siempre lo ha venido haciendo el campesino colombiano.
 
La fuerza pública repele estas manifestaciones campesinas con bombas lacrimógenas, tanquetas y violencia. Muchos campesinos son judicializados, encarcelados, estigmatizados y catalogados como delincuentes. Muchos de ellos manifiestan no saber qué ocurre pues su único delito es tener semillas obtenidas de sus propios cultivos. No bastan razones, el arroz es expropiado, destruido y arrojado al relleno sanitario bajo la mirada triste y desconcertada de los campesinos. Para la fuerza pública y los funcionarios del ICA la razón es clara: la entrada en vigencia de la resolución 9.70 que expresa que toda semilla debe ser certificada por una transnacional y utilizada por una sola vez. Las semillas ancestrales se convierten en motivo de judicialización. Hasta el momento se han incautado y destruido más de dos millones de toneladas de semillas.
 
A diferencia de lo ocurrido en este pueblo colombiano, en Hungría se prohibió el ingreso y comercialización de este tipo de semillas transgénicas de Monsanto –OMG-, expresan los agricultores rumanos que “Ya es conocida, en el mundo de la agricultura, la estrategia que tiene la corporación Monsanto, de contaminar sus semillas modificadas con las normales, y así cobrar las patentes correspondientes. Por ello se ha prohibido la entrada de la semilla en varios sectores, ya que además con la polinización contaminan a otros campos”.
 
Para el campesino colombiano, como para cualquiera latinoamericano, es imposible modificar genéticamente las semillas, razón por la cual estas quedan en manos de las grandes transnacionales en un proceso de “privatización” de la agricultura, cobrando por patentes y derechos de autor. Las semillas dejan de ser lo que siempre han sido para convertirse en una mercancía que únicamente se puede utilizar pagando esos derechos de autor, quien tenga semilla no certificada puede ser judicializado.
 
Los impactos de la resolución 9.70 se empiezan a sentir en el territorio colombiano siguiendo los lineamientos establecidos en el Tratado de Libre Comercio firmado con los Estados Unidos. Nuestra agricultura y nuestros agricultores se ven sometidos a una exfoliación definitiva, muchas especies nativas de cultivos tienden a desaparecer por la sencilla razón que Monsanto producirá únicamente unas semillas transgénicas y estandarizadas que terminarán imponiéndose, por las buenas o las malas, sobre las tradicionales.
 
Esta es otra forma de perder soberanía so pretexto de entrar a unas nuevas reglas de mercado, de ponernos a tono con la modernidad empresarial y agrícola. Para el Sindicato Nacional del Trabajadores del Sistema Agroalimentario un transgénico es “es un organismo vivo que ha sido creado artificialmente manipulando sus genes mediante técnicas de ingeniería genética, que consisten en aislar segmentos del ADN de un ser vivo (virus, bacteria, vegetal, animal), para introducirlos en el material hereditario de otro. Por ejemplo, existe un maíz transgénico que lleva genes de una bacteria que le permiten producir una sustancia insecticida. La diferencia fundamental con las técnicas tradicionales de mejoramiento genético, es que los transgénicos rompen las barreras entre especies para crear seres vivos que no existían en la naturaleza”.
 
A manera de simple ejemplo expresa esta organización que Las semillas “Terminador” de Monsanto, “plantas manipuladas genéticamente para que produzcan semillas estériles, con el fin de impedir que los agricultores vuelvan a sembrar las semillas que cosecharon y tengan luego de cada cosecha que comprarle las semillas a Monsanto”. Las semillas Terminador, obligaría a los agricultores a depender de las semillas patentadas por las empresas y les permitirá a ellas obtener enormes ganancias. Estas semillas destruirán las prácticas de mejoramiento e intercambio de semillas de las comunidades indígenas y locales; es decir, les impediría a los agricultores a guardar y utilizar sus propias semillas; y también estas semillas estériles podrán contaminar las semillas criollas.
 
Se trata, en síntesis, de defender la soberanía alimentaria, pisoteada por un lesivo Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, que nos pone en manos de unas multinacionales que so pretexto de certificar semillas judicializa al campesino colombiano y somete la agricultura tradicional. Los gremios deben promover foros y debates al respecto, sensibilizar a la opinión publica y fomentar el consumo de productos ancestrales y propios de la región.
 
Nos toca volver a métodos de defensa como los planteados por Gandhi o seguir los lineamientos de Pepe Mujica, presidente de Uruguay, quien con su testimonio de vida nos induce a creer que existen salidas cuando existe dignidad. Si gremios, sindicatos y organizaciones campesinas se limitan a formular simples denuncias, si no promueven estilos de vida diferentes y brindan herramientas validas de lucha, estamos seguros que para Monsanto o Dupont la cosa es “pan comido”. La resistencia no debe de hacerse en los campos de batalla ni en las carreteras o calles latinoamericanas, esa lucha se gana en las mesas, en las plazas de mercado, en el apoyo real al campesino colombiano y latinoamericano. Solo espero no hacer parte de la última generación que consumió productos naturales del campo, y que esa ola de modernidad y certificación no entre a escuelas, universidades y academias.
 
Tan proclives como somos a lo extranjero y ajeno no sería de extrañarnos que censuremos al campesino que defiende lo suyo, tímida pero valerosamente, ante el embiste cruel y violento de las transnacionales. Por lo pronto veamos este documental de Victoria Solano con la producción de Marco Cartolano y Juan Guillermo Rodríguez Martínez: “Documental 9.70 de Victoria Solano” 
 
Por Pablo Emilio Obando Acosta, colaborador de Soyperiodista.com
http://www.elespectador.com/noticias/soyperiodista/campoalegre-970-articulo-441159