Hace diez años, como representante del movimiento “El campo no aguanta más” de México fui invitado a la fundación de la Red Colombiana de Acción frente al Libre Comercio, (RCALCA). En la bella y lluviosa Bogotá –para uno que viene de Aridoamérica- y rodeado del calor humano de las y los activistas colombianos pude compartir nuestra experiencia de lucha por excluir la agricultura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Ahora hay que recorrer el camino en sentido inverso y pedirles a quienes participan en el Paro Nacional Agrario de Colombia que vengan a compartirnos a México su formidable lucha.

 
Porque desde acá, desde el norte de México, leemos este movimiento campesino de Colombia como un movimiento gallardo, de campesinos pobres y medios, verdaderamente nacional, en defensa de la agricultura campesina, de los recursos naturales, de las comunidades, del patrimonio genético de semillas y de plantas, por el acceso a la tierra, a los recursos públicos y en contra de la agricultura que mercantiliza todo, desde la tierra, el agua, las semillas, la fuerza de trabajo. Contra el modelo agroexportador que concentra subsidios en un puñado de multinacionales, que va cediendo la tierra a las corporaciones trasnacionales, que acapara al Estado no para producir alimentos para la población, sino ganancias para unos cuantos. Es decir, contra el neoliberalismo intrusito en la agricultura y en el medio ambiente.
 
Precisamente, leyendo este Paro Nacional Agrario, así como las intensas y combativas movilizaciones del magisterio mexicano contra la Reforma Educativa, también de corte neoliberal y de muchos grupos sociales en contra de la privatización de la industria petrolera y eléctrica pregunta uno: ¿qué pasa con el movimiento campesino en México? ¿Cómo ha reaccionado ante el nuevo gobierno que encabeza  el gobierno del PRI restaurado encabezado por Enrique Peña Nieto y las reformas planteadas por éste?
 
Es indudable que en México, en el espacio de las llamadas “organizaciones campesinas nacionales”, tanto las oficialistas como las autodenominadas independientes hay reflujo y dispersión. Varias de ellas han aceptado sumarse a la lógica del Pacto por México, el acuerdo promovido por el presidente Enrique Peña Nieto desde el primer día de su gobierno con su propio partido, el PRI, y con las principales formaciones de derecha y de izquierda, el PAN y el PRD, y andan buscando o colgarse del mismo o realizar una versión campirana de este acuerdo cupular. La doble lógica que está detrás de esta intención es: uno, se logra más concertando que combatiendo y, dos, se puede arrancar una gran declaración de la “nueva alianza gobierno-campesinos” que aunque no se traduzca en un cambio sustancial de la política agroalimentaria, sí reporte beneficios significativos para el sostenimiento de las organizaciones, sus liderazgos y algunas de sus bases de apoyo. Vendría a ser para la clase dirigente “campesina” lo que el Pacto por México para la partidocracia. Precisamente el Pacto ha sido muy criticado por amplios grupos de la sociedad civil y el MORENA, movimiento encabezado por el excandidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, por dejar fuera cuestiones fundamentales como el cambio del modelo económico neoliberal y la necesaria adopción de políticas que reduzcan la dramática desigualdad social que impera en México.
 
Hay otras organizaciones campesinas que no se han involucrado en esa lógica pactista y buscan de diversas formas reactivarse sin doblar sus banderas, sin declinar sus demandas por un cambio de modelo agroalimentario que incluya a la agricultura campesina y se oriente por  construir la soberanía alimentaria de la nación y de sus comunidades.  Sin embargo, debido a la dispersión de las propias organizaciones, a las diferencias políticas que hay entre ellas y la difícil situación que casi todas enfrentan en lo económico, no ha podido surgir una movilización fuerte, unitaria, contundente, cuestionadora del modelo agrícola de los neoliberales, como la que ahora conforma el Paro Nacional Agrario de los hermanos colombianos.
 
Pero esto no quiere decir que el campo mexicano esté inerte o pasivo. En el medio rural e incluso en el urbano florecen multitud de luchas que manifiestan una resistencia múltiple, diversa, desde abajo, no burocratizada, con organizaciones y liderazgos las más de las veces locales, que cuestionan no sólo el modelo productivo y comercial de la agricultura dominante, sino también la lógica ecológica y económica de la misma, su forma de relacionarse con la naturaleza y con las comunidades humanas.
 
Las causas van desde la defensa de los recursos naturales y el territorio contra el extractivismo de las empresas forestales y mineras y en contra de los grandes proyectos de presas. Pasan por la autodefensa comunitaria ante las agresiones de la delincuencia organizada y de las fuerzas del Estado que actúan como ella o en complicidad con ella. Atraviesan los esfuerzos de comunidades y poblaciones por cuidar sus bosques, aguas y suelos y producir y comercializar de una manera alternativa, sana, justa. Llegan a las iniciativas por la defensa de las semillas nativas en contra de los transgénicos y por las propuestas de políticas para construir la soberanía alimentaria, cada vez más fundamentadas y teorizadas.
 
Los actores son también muy diversos: organizaciones locales, frentes de defensa regionales, policías comunitarias, cooperativas; comunidades indígenas, campesinos, académicos, investigadores, artistas, organizaciones no gubernamentales, colectivos de jóvenes, como el #yo soy 132 Las mujeres son cada vez más importantes no sólo como las bases de apoyo infaltables, sino como dirigentes e intelectuales.
 
Se trata de una resistencia al modelo dominante desde la  diversidad y las más de las veces desde lo local. Viene a contradecir con sus luchas e iniciativas la verdad convencional de que existe “el movimiento campesino” y que éste encuentra su representación en la selva de siglas, logos y liderazgos ya conocidos de las organizaciones campesinas nacionales.
 
Sería inútil y contraproducente tratar de organizar “desde arriba” toda esta riqueza de movilizaciones. En la mayoría de ellas hay una gran reticencia al cupulismo, a la partidocracia y a los protagonismos de los mismos de siempre. Existe una enorme desconfianza a que la “ley de hierro de la oligarquía” vuelva a imperar y que, luego de una gran movilización nacional, unos cuantos se sienten a negociar privilegios para sus organizaciones, dejando intacta la policía neoliberal.
 
El Paro Nacional Agrario de Colombia es una fuente de inspiración para  todas y todos quienes luchamos contra la apropiación mercantil de los alimentos, de la naturaleza y de las comunidades rurales, contra las políticas de fomento a la riqueza de un puñado de agricultores ricos y la entrega de la alimentación a las grandes corporaciones. En México existen las luchas, las fuerzas, las causas, los actores para emular a nuestros hermanos colombianos. Hace una decena de años compartimos con ellos nuestra experiencia de organización ante el TLCAN;  ahora es momento de que bebamos de sus haceres y sus saberes y construyamos, desde abajo, ese gran movimiento campesino mexicano, no como organización burocratizada, sino como convergencia estratégica de movilizaciones, por el que clama nuestro campo para ser rescatado como espacio de producción, convivencia, recreación de la naturaleza y cultura.
 
Edición N° 00368 – Semana del 13 al 19 de Septiembre de 2013
 
Víctor M. Quintana S.
 Colaborador Semanario Virtual Caja de Herramientas
http://viva.org.co/cajavirtual/svc0368/articulo07.html