A  20 minutos de Santander de Quilichao, en dirección norte sur, con el cerro Garrapatero al poniente y por una carretera serpenteante y sin pavimentar, pero en muy buen estado, se llega a la vereda El Palmar. Habitada en su mayoría por afro descendientes; 1500 tal vez, prodigaba ser, por la fertilidad de sus suelos, hasta hace muy poco una de las últimas reservas agrícolas del norte del Cauca.

 

Surcada por el rio Agua Limpia y otros no menos importantes, estos ríos que en otrora con sus aguas límpidas y cristalinas hacían gala de su nombre, hoy aguas abajo abastecen a más de 20 acueductos rurales de agua barro, de mercurio y cianuro muy posiblemente, gracias a los gravísimos daños ambientales que está provocando la minería ilegal. Estas aguas también, y pese a las actuales circunstancias, son utilizadas para riego en plantaciones de arroz, piña y caña especialmente, no obstante los peligros que para la salud humana ello puede implicar.

En mi recorrido, iniciado apropósito a muy tempranas horas de la mañana, pude constatar, entre el punto de quiebre de la carretera Panamericana hasta dos Km antes del sitio de la extracción, la presencia de siete máquinas retroexcavadoras, silenciadas todas, ocultas unas entre la maleza y camufladas otras en medio de la vegetación. Este paisaje siniestro de palas mecánicas que por nada se confunden con el verdor intenso de la naturaleza, debo confesar, me trasladó 25 años atrás a los comienzos de la minería intensa en Frontino, Segovia y Marmato. Tres pueblos antioqueños que, por más de una década, han vivido esperando a que Tribunales Internacionales obliguen al Estado Colombiano a resarcir no solo los daños ambientales causados sino a las cientos de víctimas que ha provocado la contaminación por “plomo”, cianuro y mercurio. También, a 15 años atrás, cuando los paramilitares con el apoyo de la institucionalidad lograron en vastas regiones del país imponer el silencio. En el Palmar ya casi nadie quiere hablar, cada cual sospecha de cada quién, máxime si es forastero.

Recorrido un buen trecho, y poco antes de llegar al centro poblado, escuché a lo lejos el rugido intenso de motores a lo cual por eso me deje guiar. Resolví entonces por seguridad desviarme camino arriba por una angosta carretera, casi intransitable, para ocultarme y buscar el sitio perfecto donde apostarme para lograr a distancia las mejores tomas (fotografías).

No obstante el esfuerzo que duró algo más de dos horas, me vi impedido por la vegetación, la irregularidad del terreno y por la presencia de un grupo de mujeres afrodescendientes que con batea en mano me alertaron sobre los peligros que mi presencia entrañaba. Descubierto y fracasado el intento de fotografiar en todo su esplendor las consecuencias ambientales de la minería, decidí entonces hacerme visible para lo cual me deslicé por un cultivo de arroz, no sin antes contar 22 máquinas retroexcadoras en una extensión, calculo, de entre 500 y 600 metros cuadrados, hasta llegar a una construcción de guadua donde compartían varios mineros, algunos, por no muy extrañas circunstancias, del Urabá antioqueño.

Como sorpresiva resultó mi presencia, cuatro salieron a mi encuentro y de entrada a indagar con hostilidad del porqué de la Cámara a lo cual respondí que tomaba fotografías de paisajes y que por desgracia había terminado en ese lugar. Satisfechas mis respuestas, muchas, o eso creo, y después de revisar detenidamente el contenido, algo que les tomó algunos minutos mientras de mano en mano se la pasaban tratando de operarla, uno de ellos le ordenó a los demás que me sacaran. Por suerte para mí, en la cámara, hasta ese momento, no había tomado todavía una sola fotografía. En dirección a la salida, a paso lento y después de haber entrado en confianza con mis acompañantes, me manifestaron que allí habían empresarios venidos desde distintos punto del país con sus máquinas; de Nariño, de Antioquia, del Putumayo y del Valle ; que tres días antes había llegado a ese sitio el ejército y que varias máquinas ya habían sido retiradas por temor a los operativos de control; que mucha gente de la región estaba ofreciendo a la venta sus tierras; que le estaban dando trabajo a cerca de 6.000 campesinos mineros; que la “Gold” quería sacarlos de la zona para manejar ellos solos el negocio, y que daños ambientales no provocaban porque a pesar de ser ilegales los huecos son nueva-mente rellenados en el mismo orden en que es removida la tierra.

Casi al final del trayecto y a pocos metros del alcanzar la salida, un estruendo provocado por el derrumbe de una mina cercana, nos alertó. Alarmados ellos, salieron despedidos a atender la emergencia mientras yo en medio de la confusión aproveché la situación para tomar unas cuantas fotografías y retirarme sin levantar la más minina sospecha. Por fortuna no hubo muertos, o mejor, eso creo.

 No puedo terminar esta crónica sin antes manifestar lo siguiente: primero, la tierra que se remueve en actividades mineras jamás puede ser recuperada para la agricultura, segundo, hay unos límites imaginarios en una extensión de entre 500 y 600 metros que comparten empresarios venidos desde distintos puntos del país lo cual me hace presumir que una organización o un solo dueño está a la cabeza del negocio, tercero, según información de la gente de la zona se están abriendo nuevas fuentes de minería ilegal y cuarto, no presencié ninguna actividad de hombres armados.
Espere en el próximo artículo: El papel de la institucionalidad; CRC, Alcaldía Municipal, La Gobernación del Cauca y la Agencia Nacional Minera, y sus responsabilidades administrativas en su ejercicio de control como autoridades ambientales.

 

Por: Jaime Soto Palma
Director Periódico Enlace RegionalOctubre
16 de2013