“El Estado plurinacional está herido de muerte”, acusó Rafael Quispe, ex mallku (líder) de CONAMAQ (Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu). La nueva ley de reasignación de escaños parlamentarios “nos despoja del derecho a participar y decidir de acuerdo al mandato de la Constitución Política del Estado”, denunciaron los representantes de Consejo.
El día 3 de octubre, el parlamento boliviano inició el tratamiento de la ley de reasignación de los nuevos escaños parlamentarios. Dos semanas antes, el Tribunal Electoral presentó esta nueva asignación a la Asamblea Plurinacional. Ante la inminente aprobación, diferentes regiones se movilizaron, y los mallkus y t’allas de CONAMAQ entraron en huelga de hambre en las instalaciones del parlamento boliviano. Tata Simón Antonio Cuisara, del Suyu Charka Qharaqhara, es la primera baja que tiene CONAMAQ debido a su elevada edad. Este hecho viene antecedido por la toma de FDPIOYCC (fondo indígena) por parte de las organizaciones acólitas del gobierno para dejar fuera al movimiento de los ayllus.
Ante este hecho, los originarios denunciaron en un comunicado “la violación selectiva de los derechos de los pueblos indígenas, ya que una vez más fuimos despojados de nuestros derechos a participar y decidir de acuerdo al mandato de la Constitución Política del Estado, que reconoce a los pueblos indígenas”. Por su parte, los funcionarios del parlamento prohibieron “el ingreso de personas ajenas a la institución a las instalaciones de la Asamblea Legislativa Plurinacional- la cámara de senadores y del edificio del palacio de la revolución”.
Las autoridades originarias de CONAMAQ demandan el incremento de los siete representantes de los pueblos indígenas actuales a 16, según el compromiso de Evo Morales y del Movimiento al Socialismo (MAS). De hecho, los ayllus de los Andes, pese a ser la preexistencia misma de lo indígena, no tienen representación directa en este poder del Estado. Esto representa la contradicción más radical del Estado Plurinacional. A esto se suma la disminución de la representación uninominal dado que se incrementó a los representantes plurinominales, lo que debilita enormemente la representación territorial para favorecer a los candidatos que irán bajo el paraguas del candidato presidencial.
En una palabra: el MAS terminó de asesinar al Estado Plurinacional. El actual Estado ya no expresa el principio de pluralidad dado en parte por la representación indígena originaria; tampoco existe la posibilidad de la representación directa según establece la propia Constitución. Esto no es compatible con la preexistencia de las naciones y pueblos indígenas, aunque la preexistencia aquí se refiere a una nueva minoría, lo que hace que la actual Constitución sea parte de un nuevo hecho colonial. Lo preexistente como una nueva definición de lo indígena ahora significa simplemente esa nueva minoría. Así, lo indígena originario deja de ser el espíritu del Estado Plurinacional. Por tanto, el Estado deja de ser también un Estado Plurinacional porque como palabra incluso ya no es efectiva. Ya no tenemos ningún dato que nos refiera a tal hecho.
El Estado plurinacional ya no es Estado plurinacional, sino el mismo Estado monocultural y autoritario del pasado reciente y de su pasado colonial. En concreto: el espíritu plurinacional del Estado fue asesinado en la misma Asamblea Plurinacional.
El Estado boliviano vuelve a ser una realidad monocultural, ahora paradójicamente dada bajo el rostro del indio. Y lo más grave de ello es que este Estado adquirió hoy un profundo espíritu neocolonial que no es del propio indígena o aymaraquechua, como tal vez pueden suponer algunos, sino de los descendientes de Pizarro y Almagro. Esto merece una mayor atención.
Este Estado neocolonial tiene la máscara del indio, y sirve para asesinar la idea de la pluralidad del sistema político estatal, pese a que éste fue proyectado como un nuevo paradigma social. El mundo indígena originario es la cuna de la gran pluralidad o complejidad social y político, y a partir de este principio se entendió que el Estado iba a proyectar ese horizonte en tanto un nuevo sentido de la realidad; hoy, esto también es una idea muerta. El Estado volvió a expresar la radical monoculturalidad que finalmente es su realismo político, porque éste siempre fue el sentido de su existencia para concentrar el poder en un reducido grupo.
Hasta hace poco, el Estado boliviano pregonaba algunos principios del multiculturalismo, pero hoy ya no puede hacer referencia tampoco a ello. También éste ha muerto. Bolivia es el lugar de la reproducción de una nueva monoculturalidad radical del poder, según la lógica de la vieja unidimensionalidad política. Y en ello el rostro del indio ha servido para encubrir esta nueva realidad dada en la centralidad de la criollidad monocéntrica.
Ésta es la referencia de la neocolonialdad del poder. Aquí se imponen las visiones y privilegios del poder en favor de los grupos de poder minero, petrolero y de los criollo-mestizos agroindustriales, que hoy tienen grandes negocios bajo el nombre del “proceso de cambio”. Lo más grave es que estos grupos siempre han buscado el exterminio del indio rebelde, lo que hoy el MAS hace realidad.
Estamos ante el extermino político del indígena originario y su reducción a una representación folklórica para fines oligopólicos del poder. Porque ahora, y antes, el indígena es el enemigo interno al que hay que aniquilar porque es la preexistencia de ese Otro. Y la lógica liberal aconseja que a ese Otro hay que aniquilar en dos formas, una física y otra cultural. Lo físico es la usurpación de los territorios indígenas para que estos no vuelvan a habitar en ellos. Lo cultural se trata de fagocitar de modo simbólico y cultural a dichos pueblos y a sus habitantes, para que no existan como realidad y memoria, y que ésta se funda en el horizonte del yo universal y absoluto del criollo-mestizo.
La mentada diversidad era, y es hoy, un cliché, porque no tiene realidad sino que es la monoversidad del mundo. En otras palabras, se impuso el principio de la vieja visión liberal frente a su propia visión multicultural de la política. El viejo liberalismo sostiene que la ciudadanía se funda en el principio de la ciudadanía única, que es la homogeneidad universal. Y el multiculturalismo sostiene que esta ciudadanía debe estar complementada por lo multi a partir de las diferentes existencias.
En la Bolivia de hoy, lo colonial y lo republicano se imponen como una nueva realidad. La vieja Bolivia tuvo el principio de la negación radical del indígena originario porque era concebido como antítesis del proyecto liberal. Hoy, nuevamente lo indígena originario es definido como el enemigo interno del Estado boliviano. Su actor central es el gobierno del MAS, definido desde el indigenismo del siglo XX.
No tiene sentido ya hablar de un Estado plurinacional ni de un proceso de cambio; es más apropiado hablar de una restauración del viejo Estado con rostros incestuosos de lo indígena. El realismo de esto es Evo Morales y otras personalidades de la política actual. Para llegar a este nivel no tuvo que hacerse un golpe de Estado restauracionista, sino una acción política desde el mismo Estado plurinacional, que fue promovida desde la misma interioridad del gobierno del MAS. Ahora esto nos enrostra en la cara un profundo sentido de una vieja lógica del poder, que incluso pertenece a la llamada derecha porque su sentido es profundamente antinacional y antiindígena.
En la historia, la derecha siempre fue antiindia. Hoy, la tarea la cumple la “izquierda” gobernante porque promueve políticas liberalistas del Estado, o mejor, del viejo Estado. Puede sonar como contradicción, pero el Estado siempre ha sido el generador de libre mercado y su capitalismo. Lo que aquí observamos es una especie de liberalismo de Estado porque promueve el mercado y además trabaja por la homogeneidad liberal de su ciudadanía.
En Bolivia es imposible hacer referencia a un Estado plurinacional y a la transformación social y política. Lo pluri, aunque viene del multiculturalismo, ya no existe. La democracia en su forma real también está en peligro de dejar de existir. Lo que existe es la monoversidad del poder y de la política, y el poder vertical. Un grupo ahora aparece como la luz misma del cinismo más obcecado, vinculado a los grupos de poder transnacionales. Este hecho lo hicimos conocer hace años, pero que nadie dio crédito. Hoy es una realidad. Las políticas de diversidad o de descolonización son absolutamente retóricas y cínicas, dado que ya no existe aquello ni existirá porque entramos a la realidad de la anti-descolonización.
Estamos ante una nueva y cruda realidad. El hecho histórico es que ningún colonialista puede descolonizar sus propios intereses, como ingenuamente algunos todavía creen. Los neopizarristas y almagristas no pueden y, desde sí mismos, no deben desmontar algo que es parte intrínseca de su interés de vida, del poder y del dominio que ejercen sobre los originarios de estos territorios. Los neocolonialistas no pueden ir en contra de sus intereses económicos ni de sus intereses políticos. Esto es una realidad. El poder del colonialista es para aumentar ese poder, además de gozar de sus privilegios, porque te ofrece autos, comodidad, lujuria simbólica, hasta disfrute sexual, pasando por vacaciones y sueldos, sin contar la corrupción campeante y lacerante.
Ante semejante realidad ¿qué político o “revolucionario” puede definir una postura radicalmente crítica? Habrá pocos, pero la realidad es ésta. El poder se asocia siempre con la inevitabilidad de estos hechos porque son ganancias reales del poder y del disfrute de ese poder. Si esto es así, el proceso de cambio o la existencia de un Estado plurinacional es pura palabrería. Aquí, el poder en su forma liberal manda de arriba hacia abajo para concentrar, en última instancia, en un reducido grupos de personas, quienes se presentan como la voz y la representación de la sociedad. Se produce la máxima enajenación de la voz y del derecho político de la sociedad; en Bolivia, esto se refiere al de los pueblos precoloniales. Los mencionados grupos ahora tratan de legitimarse incluso como el grupo enviado por la revolución o se presentan como los salvadores de la desgracia. Se trata de la mayor estafa del siglo, porque reproducen los intereses más íntimos de la criollidad amestizada.
El parlamento boliviano, durante estos años y estos días, expresa esa realidad. Ya no puede ocultar la estafa. Varios dirigentes campesinos y sus organizaciones son conducidos a un holocausto histórico. Junto a algunos indígenas originarios, son conducidos al matadero político, que es un lugar lleno de un charco de sangre donde es imposible respirar algún aire de libertad o incluso una democracia liberal. Es el lugar de la profunda realidad de lo inmoral y de la corrupción, porque todos ellos están empapados con ese realismo: el asesinato político del Estado plurinacional.
¿En ese escenario aparecerá algún sacristán tratando de liberar las almas corrompidas de los asesinos y de los asesinados? Al parecer no habrá ese salvador porque es el mismo asesino, por lo que no puede hacer nada sino justiciar ese macabro asesinato del proyecto social. Ese es el realismo político hoy en Bolivia.
Cierta gente en el exterior piensa que en Bolivia hay un proceso de transformación radical; con esto queda demostrado que no es cierto. Aquí lo que existe es el asesinato público del Estado plurinacional, que es el asesinato político de los pueblos indígenas originarios como una solución final tantas veces repetida en la historia de la humanidad.
La muerte pública de este Estado tiene autores confesos e identificables: Álvaro García Linera, los Romero, Quintana y otros. ¿Habrá algún tribunal para juzgar este holocausto político? ¿Habrá algún profeta que moral y políticamente condene este hecho? Casi podemos estar seguros que al cierre de esta historia no habrá un tribunal ni profeta que diga algo, porque quien lo haga también sufrirá el exterminio de su estado moral y de su ser social e histórico. Este es el drama de una revolución que hace revolución en contra de los pueblos indígenas originarios, sus propios luchadores que incluso han dado su vida. Es la instauración del absolutismo del mundo y de una tiranía política que no tiene nombre que aquella sorda idea del Cambio, que es criminal para destrozar las ideas de descolonización y la esperanza de días mejores.
La asamblea “plurinacional” es la sala de este crimen histórico contra la lucha indígena originaria y popular; aquí se degolló la pluralidad, la idea y el sentido mismo del mundo precolonial y su actualidad. Por eso vivimos un presente lúgubre y macabro de muerte pública del Estado plurinacional. Este crimen tendrá mañana también su triste final. Por ahora el CONAMAQ está ahí.
PABLO MAMANI RAMÍREZ
Publicado el 14 de octubre de 2013
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