Vivían en pueblos campesinos de cualquier lugar de Córdoba, Urabá, bajo Cauca y otros cercanos y lejanos. A pesar de la escasez de servicios y oportunidades se sentían satisfechas, unas con más comodidades que otras.

Entonces eran niñas, adolescentes y “entradas en años”. Hoy están entre los 30 y 80 años con hijos, nietos o bisnietos pasando la vida, la mayoría de ellas, en barrios populares o asentamientos subnormales. Algunas reflejan las formas de vida que han llevado y los dramas padecidos en sus ojos oscuros, opacos y cansados; las arrugas en los rostros y las manos duras, cubiertas con venas gruesas a punto de reventar; el cabello desteñido; la voz sosegada y nostálgica cuando habla del campo que debió abandonar o amorosa cuando consiente o duerme a los hijos y nietos. Pasan desapercibidas, nadie sospecha lo que hay en esos cuerpos vitales, convencidos de sus derechos porque las apariencias son de fragilidad, humildad y parsimonia a veces, “mujeres del campo o campesinas”, las llaman ciertos funcionarios.

Salieron de sus lugares de origen muchas veces de manera inesperada, brusca, “con lo que llevaban puesto”, sin una última mirada de súplica a las imágenes de la Virgen del Carmen y el Sagrado Corazón de Jesús, sin una flor de Icaco o bonche en el cabello; sin tiempo ni ánimo para mirar los cultivos, los marranos, el ganado, los animales, la represa; no sintieron los aromas de los lirios, la flor del amor ni de los matarratones florecidos; el tiempo  no importó si era de  mañana, tarde, noche o madrugada. ¡Lo importante era salir completos o con los que quedaban vivos todavía! Los responsables de estos hechos no tuvieron en cuenta si eran niñas, viejas, enfermas o discapacitadas. Ellos llegaron a amenazar, matar, violar, desplazar, quemar, robar, despojar. Y así lo hicieron.

Luego vino el desamparo en pueblo ajeno, implorar ayuda, soportar o silenciar los traumas y angustias…la sobrevivencia del desarraigo. “Fueron años terribles, muchas creíamos que no soportaríamos pero lo fuimos logrando poco a poco, solas o con maridos o familiares, sobreponiéndonos a las adversidades de todo tipo, a la indiferencia y el señalamiento. Las que llegamos a Montería contamos con la suerte de encontrar organizaciones como María Cano y Prodesal a principios de los años 80, a ellas es mucho lo que le debemos. En estos últimos 30 años recibimos capacitación, nos ayudaron a organizar, sufrieron y gozaron con nosotras ante las adversidades y los éxitos. La lista es larga, sólo queremos mencionar, además,  a Benposta, Pastoral social de las Diócesis de Montería y Montelíbano, Corsoc, las mujeres de Valle Encantado, Asocordim, Organización de mujeres víctimas del desplazamiento forzado, la Nelson Mandela, Comfavic, Adepsa que creó Yolanda Izquierdo; también hemos recibido ayuda y formación de la Defensoría del Pueblo, los organismos de cooperación internacional y algunas universidades”.

Muchas de estas mujeres, en especial las abuelas, todavía conservan el pelo negro y abundante, según ellas, por el uso de la manteca negrita, elaborada con una variedad de corozo, y el lavado con jabón de monte que usaban en el campo, antes del desplazamiento; lo recogen con moños, peinetas o pedazos de tela; las que usan aretes los prefieren discretos y pequeños. El maquillaje es escaso, con polvo y coloretes y los labios los pintan de rojo carmesí; los collares son de artesanías, a unas les gustan los escapularios. Las combinaciones son de popelina o dacrón blanco; las blusas debajo de la cadera y las mangas al codo, de colores blanco, negro, morado, verde o azul; los cinturones de la misma tela de las blusas; las faldas le llegan a media pierna; usan mochilas, bolsos y en algunos casos la cédula y el dinero los guardan en bolsitas plásticas que acomodan en los senos; el calzado preferido son sandalias y tenis; los perfumes son colonias con fragancia. Las madres visten diferentes, más actuales pero conservando la sencillez, sobriedad y algo de coquetería.

Estas mujeres tienen sus momentos de intimidades, generalmente en los atardeceres y amaneceres. Es entonces cuando les llegan los recuerdos, con tal fidelidad, que creen estar viendo a los padres afanados en sus quehaceres, la algarabía de los animales, los saludos del vecino, el zarzo repleto de gajos con arroz, los cuentos y quejas del abuelo, la comida exquisita, los colores del firmamento, el paisaje multicolor y la lluvia tenue de verano. Cuando alguien llora, habla o pregunta el momento se rompe, cae en cuenta de su realidad tan distinta y sin querer las lágrimas aparecen silenciosas.

Ya conscientes repasan lo del día: reuniones con las instituciones del gobierno, asistencia a las versiones de los victimarios, encuentro con los compañeros de organización, actividades personales o familiares, atender visitas de medios de comunicación, organismos de cooperación internacional y funcionarios del gobierno, recibir y hacer llamadas, no olvidar los protocolos de seguridad: el celular, el chaleco que no usan, los escoltas y el carro, orientar y dar órdenes en la casa, tranquilizar a los familiares, observar el disgusto de algunos vecinos inconformes por su situación de inseguridad, las rondas de la Policía y las motos sospechosas.

De estas mujeres depende en gran parte el proceso de restitución de tierras en Córdoba. Ellas son las que alientan, las que empujan. Les ha tocado estudiar las normas, los procedimientos, las rutas, hacer gestiones, viajar, velar por la organización, estar pendientes de la seguridad, llorar los muertos, buscar apoyos, discutir y hacer valer los derechos que tienen como víctimas. Hay maridos e hijos que no están de acuerdo con lo que hacen, compañeros de lucha “que no son constantes, descuidados con el conocimiento y la aplicación de las normas y las leyes, creen que con gritar y exigir es suficiente para lograr los propósitos que queremos. Esta labor es exigente y peligrosa, pero no tenemos otro remedio. Lo hacemos por nosotras, las familias y la misma sociedad. “Esperamos que el Gobierno entienda nuestra situación, así como nosotros los hemos entendido y apoyado”.

Víctor Negrete Barrera    
Fundación del Sinú    
          
http://viva.org.co/cajavirtual/svc0379/articulo09.html
Edición N° 00379 – Semana del 29 de Noviembre al 5 de Diciembre – 2013